viernes, febrero 24, 2012

Próximamente


Mi tercer libro de cuentos: "Gente que nunca existió", en e.d.a. libros. Muy pronto llegará a las librerías. Espero que os guste.

Mientras tanto, podéis leer la entrevista que apareció en El Heraldo del Henares sobre "Los pequeños placeres"

Aquí.

O el relato "Remordimiento". Aquí.

O mi reseña sobre el libro "Pulso", de Julian Barnes, en el blog La Tormenta en un Vaso.

martes, febrero 14, 2012

MegaUpload y los derechos de autor

Uno de los acontecimientos globales más significativos de los últimos meses ha sido el cierre de MegaUpload, un portal de descargas en internet. Ya sabíamos que todo hijo de vecino se descargaba archivos, principalmente películas y series de televisión, pero ante esta intervención policial los usuarios se indignaron y pusieron el grito en el cielo. Por su parte, los artistas también se manifestaron, pero éstos a favor del cierre y se reivindicó mucho el término “derechos de autor”.
Es evidente que los derechos de autor preocupan a todo el mundo. Y mucho. Por eso se cerró MegaUpload.
¿O no?

Bueno, en realidad, los derechos de autor no suelen importar demasiado, así que hay que suponer que el cierre de MegaUpload beneficia de un modo muy directo a otros intereses, corporaciones con el suficiente poder como para conseguir que el FBI lleve a cabo una misión como esta, irrumpiendo en una mansión de Nueva Zelanda, donde vivían los dueños de MegaUpload a cuerpo de rey.
Intento hacerme una composición de lugar sobre todo este asunto. Como en tantos otros casos, la gente se manifiesta radicalmente a favor o radicalmente en contra: no parece haber término medio, así que me pongo a indagar un poco.
Si uno navega por internet se da cuenta de que los derechos de autor no son defendidos por todo el mundo, sino todo lo contrario. En la industria cinematográfica, por ejemplo, existen productoras que parecen perseguir únicamente el cobro de las subvenciones. Se encuentran bastantes denuncias sobre esto.

El director Tinieblas González expone su caso en una interesante rueda de prensa que puede verse en youtube. En ella manifiesta que la productora “secuestró” su película, que figura como estrenada en el Ministerio de Cultura, aunque no la ha visto nadie.
(Enlace)

Algo similar revela Hernán Migoya en su blog respecto a su película “Soy un pelele”: “Denunciamos cómo el esfuerzo colectivo para realizar una película se ve tristemente frustrado cuando una productora se aprovecha de la posibilidad de obtener ayudas públicas sin tener obligación de estrenar sus películas de la manera adecuada”.
(Enlace)

En el mismo sentido se manifiesta el productor Xavier Catafal, que llega a afirmar que “el ICAA consiente a sabiendas el fraude de ley, ya que con ello consigue aumentar las cifras de espectadores del cine español”.
(Enlace)

Bueno, pese a lo indignante y escandaloso que resulta enterarse de todo esto, no parece que haya un clamor social para resolver estas evidentes injusticias.

Por otra parte, no creo que la descarga de libros sea la que ha rentabilizado el sitio MegaUpload y permitido a su propietario, Kim Schmitz, viajar en jet privado y poseer una mansión impresionante. No obstante, muchos escritores han puesto el grito en el cielo, escritores que, con el actual sistema de remuneración, no consiguen, ni parece que lo tengan fácil, llegar a vivir de sus letras, a no ser que den conferencias o publiquen artículos. Pese a ello, también aquí encuentra uno voces de denuncia.
Indignación por no tener forma de acceder a un libro que está descatalogado y que ninguna editorial considera rentable recuperar, por lo que se llega a decir que “hay casos en los que la divulgación por medios ilegales tiene por fuerza que resultar mucho más beneficiosa (y a la largo plazo productiva) que dejar el libro caer en el olvido, soñando con tiempos mejores, toda vez que este ha demostrado su incapacidad para llegar al gran público por medios tradicionales”.
(Enlace)

O bien de autores que se atreven a denunciar el desamparo en el que se encuentran muchos escritores. Como Norberto Luis Romero, que escribió en su facebook lo siguiente: “Si tanto molesta que lectores bajen gratis, o ilegalmente nuestras obras, ¿por qué permitimos que algunas editoriales ejerzan un sistemático maltrato con nosotros y encima monten en cólera cuando pretendemos reclamar nada más y nada menos que lo que nos corresponde y que consta habitualmente en un contrato?”

El patio anda un poco revuelto. Y está claro que los derechos de autor se encuentran bastante vilipendiados, y no sólo por culpa de internet.
No estoy en contra del cierre de MegaUpload, no quiero que parezca que apoyo el uso y disfrute gratuito y sin permiso de todo lo que uno pueda encontrar, pero es indiscutible que ese portal web ha puesto de manifiesto el importante y decisivo papel que tiene internet en la distribución de la cultura, así que no podrá prohibirse esto, tendrá en todo caso que legislarse, que es diferente. 

Parece claro que un autor debe tener la oportunidad de difundir su trabajo libremente y ha de tener la garantía de que, si su obra está accesible desde alguna web especializada, cobrará los derechos de autor correspondientes y su trabajo se valorará con justicia. Sin embargo, nadie tiene claro cómo liquidar esos derechos. ¿Los tiene que pagar el usuario? ¿No los podría pagar el suministrador de la red? ¿O los dueños de las páginas web? ¿O los buscadores? ¿O la publicidad? ¿O una combinación de todos éstos en función del número de descargas o consultas? He ahí la cuestión, me parece a mí.
Esto no ha hecho más que empezar.

martes, febrero 07, 2012

El asesino hipocondríaco



El asesino hipocondríaco (Plaza & Janés, 2012) es la primera novela publicada por Juan Jacinto Muñoz Rengel que, hasta el momento, había sacado a la luz dos libros de relatos: 88 Mill Lane (Alhulia, 2006) y De mecánica y alquimia (Salto de página, 2009), ambos impregnados de un inconfundible gusto por lo gótico, por el ambiente brumoso, lleno de misterio, que le acerca a autores como H. G. Wells, Conan Doyle, Julio Verne o Poe, algo no demasiado corriente en la actual narrativa española. También ha coordinado las antologías Perturbaciones (Salto de Página, 2006) y Ficción Sur (Traspiés, 2008).

El narrador de El asesino hipocondríaco es M. Y., un asesino a sueldo obsesionado con su estado de salud y con su, al parecer, inminente muerte. El sentido del deber le impide dejar este mundo sin cumplir con un último encargo: el asesinato de Eduardo Blaisten. Todo resulta hiperbólico en este libro que sigue los pasos de un criminal que parece sacado de una comedia de cine mudo, presa de sus obsesiones y paranoias, que le paralizan, le ahogan y le sumen en rocambolescas disquisiciones. Pocas veces nos habremos topado con un personaje más atractivo e interesante.

M. Y., hombre de puntualidad kantiana, está aquejado, o cree estarlo, de infinidad de dolencias, desde inoportunos microsueños hasta dermatitis atópica. Cuando creemos que sabemos de todos sus males, aparece uno nuevo, algunos tan rocambolescos como que no puede sonreír desde que fue al dentista de niño, que tiene un bulto en el cuello que es el rastro atrofiado de un hermano gemelo, o que padece, entre otras, del síndrome del acento extranjero y del denominado espasmo profesional que, en su caso, consiste en la contracción de los músculos del dedo índice como si apretara un gatillo. Está seguro de que su muerte está cerca, pero no ceja en su empeño por matar a Blaisten, no en vano se trata de un profesional.

También discurren por estas páginas los hermanos Goncourt, Jonathan Swift, Joseph Merrick, Byron, Coleridge, Tolstoi, Voltaire, Proust... todos con sus enfermedades a cuestas, reales o imaginarias, componiendo un puzzle, internándonos en un laberinto en el que confluyen realidad y ficción, y en el que la enfermedad y el genio parecen estar íntimamente relacionados. Episodios intercalados, a modo de pequeñas narraciones, que ponen de manifiesto el bagaje literario del autor y contrapuntean esta historia entre macabra e irónica, ambientada en el Madrid actual.

El libro funciona a la perfección, dividido en breves capítulos, fruto de una honda labor de planificación que pone de manifiesto las dotes narrativas de Muñoz Rengel. Escenas de gran comicidad se alternan con rocambolescos planes, angustiosas reflexiones, patéticas consecuencias de una pertinaz mala suerte que acaba trastocando la metodología del protagonista, convirtiendo el trabajo en una especie de condena de Sísifo. Un libro ameno y divertido de muy grata lectura, narrado con un estilo preciso y eficaz.  

jueves, febrero 02, 2012

Nuevas reseñas de "Los pequeños placeres"

Reseña de “Los pequeños placeres” firmada por Graciela Barrera, en su blog “Las palabras son mis ojos”.

Y otra reseña en la página “Melibro.com”, firmada por Ariodante.

La foto es de Graciela Barrera