martes, abril 28, 2009

Novelas de quiosco


Hace unos días falleció Corín Tellado, una autora con una legión de lectores que siempre se quejó de no haber recibido ningún reconocimiento literario. Era una autora de novelas populares, de las que ahora identificamos con el término “pulp”, que es como se las conoce en Estados Unidos. Una literatura ligera, que se lee con facilidad, capaz de conmover a millares de personas, y que no tenía el cuidado estilístico como una de sus prioridades. Estas obras son también conocidas como “libros de consumo”, “novelas de quiosco”, “bolsilibros”, etc. Se trataba de obras que, por su destino comercial, tenían que ajustarse a una serie de condiciones entre las que no se encontraban precisamente la prosa elaborada o la profundidad psicológica de sus personajes. Las novelas de quioscos debían ajustarse a todos los tópicos del género en que se inscribiese cada título y derrochar acción y un estilo sencillo que se leyera con rapidez. Era corriente cambiar en los propios quioscos unas novelas por otras, sin tener en cuenta los títulos en muchos casos, pues todos prometían lo mismo a sus lectores: unas horas de evasión y emoción. Constituyeron un importante entretenimiento durante muchos años. Y tras ellas pueden encontrarse algunos escritores que dieron muestra de grandes aptitudes. Corín Tellado era todo un referente. También lo era José Mallorquí, creador de “El Coyote”. E incluso Marcial Lafuente Estefanía, un nombre indispensable en el género del western.

Se le debe reconocer a esa literatura de batalla el mérito de impulsar el hábito de la lectura, y ayudar a mucha gente a acercarse a obras de mayor calidad. Por otra parte, no me parece tarea fácil la de escribir una novela a la semana, y supongo que sólo la práctica y el oficio pueden ayudar a conseguir algo así. Algunos de los escritores que se dedicaban a esta tarea eran personas de amplia cultura y, seguramente, con posibilidad de abrirse camino cultivando otro tipo de literatura, si las circunstancias hubieran sido otras.

Unos autores que trabajaron la escritura de novelas con esfuerzo, con plazos de entrega abusivos, con la dedicación de un obrero, y que aún así supieron urdir tramas capaces de enganchar al lector. Muchos de estos escritores utilizaban pseudónimos que sonaban a nombres extranjeros, pues la editorial que publicaba dichas novelas tenía fundadas razones para pensar que un hombre llamado Silver Kane vendería más que Francisco González Ledesma, pese a que se trate de un autor cuya profesionalidad y valía está fuera de toda duda y que ahora, libre ya del esclavizador pseudónimo, sigue demostrando que es un escritor de probada solvencia, especialmente en el terreno de la novela negra. Incluso fue ganador del premio Planeta en 1984. Sobre este oficio escribe en su libro autobiográfico “Historia de mis calles”, unas amargas palabras: Luego comprendí, al cabo de los años, que con aquel trabajo había estado sometido a un aprendizaje de perro, y que le debo gratitud, porque me enseñó a narrar con una cierta facilidad, a buscar efectos, a dosificar las emociones y a crear personajes con alma. Me enseñó también a sufrir, porque pocos trabajos causan tanto sufrimiento como los del escritor vendido.

Pascual Enguídanos, considerado un clásico de la ciencia ficción española gracias, entre otras muchas obras, a su saga de los Aznar, utilizó también un pseudónimo: George H. White.
Otro de aquellos autores era Curtis Garland, nombre tras el que se encontraba el escritor Juan Gallardo Muñoz y cuyas memorias se acaban de publicar ahora bajo el título “Yo, Curtis Garland” (editorial Morsa). Este hombre había quedado finalista en un concurso literario con su novela “Mañana es demasiado tarde”, novela que posteriormente mutiló y convirtió en una más de sus historias de quiosco titulándola “Sin tiempo que perder”. En el artículo en el que encuentro este dato leo también una frase que me parece acertada: renunció a la literatura para hacerse escritor.

A. Thorkent era el pseudónimo de Ángel Torres Quesada, que sigue publicando libros con su verdadero nombre y tiene un merecido prestigio entre los entendidos en ciencia-ficción.
También era muy popular Clark Carrados, que se llamaba en realidad Luis García Lecha, autor de más de dos mil novelas, que falleció en 2005. Una de sus novelas fue llevada al cine en 1968 con el título “El secreto del capitán O’Hara”.

O Keith Luger, cuyo verdadero nombre era Miguel Oliveros Tovar. O Alf. Regaldie, pseudónimo de Alfonso Arizmendi Regaldie. O tantos otros.
Yo recuerdo que me gustaban mucho las historias que venían firmadas por J. Chandley, un nombre bajo el que se encontraba, según encuentro en una interesante web, una mujer llamada María Luisa Vidal Alfonso. También recuerdo los nombres de Kelltom McIntire (José León Domínguez Martínez), o Joseph Berna (José Luis Bernabéu López). Nombres desconocidos cuya carrera parece haberse diluido tras sus pseudónimos, escritores de pico y pala, sin tiempo para pulir sus textos pero con la imaginación suficiente para conseguir que mucha gente soñara, en una época en la que no era fácil hacerlo.
Si alguien está interesado en este tema, recomiendo la lectura de la página personal de José Carlos Canalda.



Agradecimiento.
En este aparte, quiero agradecer el texto que Diarios de Rayuela le dedica en su blog a mi libro "Anónimos". Pueden leerlo aquí.

lunes, abril 27, 2009

Antonio Pereira ha fallecido


Ha fallecido Antonio Pereira, uno de los mejores escritores de nuestro país, un nombre de referencia en el género del relato. Tenía 85 años y ha fallecido de un paro cardíaco, en León.
Yo tuve la suerte de asistir a un acto en el que él participaba, cuando estuvo en el Hay Segovia, en el año 2006.

Recibió numerosos premios y reconocimientos. Un hombre con gran sentido del humor y dominio de la oratoria.
Una gran pérdida para la literatura.

miércoles, abril 22, 2009

Presentación en Granada y Sevilla

Han sido unos días intensos, en los que toda nuestra actividad parecía girar en torno a los actos en los que íbamos a participar: la presentación de los libros "Anónimos" y "Mapa mudo" en Granada y Sevilla. Pese a los nervios, debo reconocer que la experiencia ha sido muy valiosa.

El día 15 estuvimos en la librería Babel de Granada, tal como estaba previsto. Llegamos con antelación suficiente y estuvimos curioseando entre las estanterías. Una librería siempre es una tentación difícil de resistir. El ambiente fue muy agradable.
Luego nos fuimos un buen grupo a un pequeño bar en el que estuvimos conversando durante varias horas. Entre otras personas, estuvieron con nosotros, Cristina Gálvez, que acaba de publicar un interesante libro de relatos titulado "Monstruos cotidianos" y Joaquín López Cruces, un magnífico dibujante.

El día 16, Hilario J. Rodríguez presentó una recopilación de sus artículos sobre cine, que ha publicado una editorial llamada “El genio maligno”, bajo el título “Emotion pictures”. Estuvo arropado por Judit Bembibre, miembro del comité editorial; y por José María López Sánchez (poeta y profesor de Psiquiatría) y Juan Varo Zafra (escritor, miembro de la Academia de Buenas Letras de Granada).

Ese día pude conocer personalmente a Francisco Ortiz. Tanto tiempo en contacto a través del blog y por fin pudimos estrecharnos la mano. No fue posible hablar todo lo que hubiéramos querido, pero espero que el encuentro se repita. Y aprovecho para agradecerle las amables palabras que ha publicado en su blog.


El día 17 estuvimos en Sevilla y se presentaron los libros en el local “El perro andaluz”. Nos prepararon cuatro sillas en un pequeño escenario, en semicírculo. Detrás de nosotros se proyectaron imágenes con las ilustraciones de los libros de la colección. La presentación estuvo a cargo de José María Conget, que estuvo muy amable e hizo gala de su buen humor. Y desde aquí vuelvo a agradecerle su participación.
La gente estuvo muy atenta y al finalizar se acercaron algunos de ellos para que les firmáramos los libros. Allí conocí a Iván Vergara, uno de los organizadores del evento, un joven mexicano muy afable y con un innegable don de gentes.

Al día siguiente estuvimos en la Feria del Libro de Granada. Yo no la conocía, pero me pareció enorme; y lo era, pues veo en el programa que tenía 67 expositores. Estuvimos entre las 13:00 y las 14:00 horas. Y nada más terminar emprendimos el regreso a nuestras ciudades respectivas.
Fueron unos días inolvidables en los que disfrutamos de una estancia muy agradable gracias a José Antonio López y su mujer, Julia, que nos acogieron en su casa y nos hicieron sentir que estábamos en la nuestra.

lunes, abril 13, 2009

Philippe Petit







El 7 de agosto de 1974, el joven Philippe Petit cruzó el espacio que separaba las famosas y ya desaparecidas Torres Gemelas de New York, a 415 metros de altura, sobre un alambre tendido entre ellas. Tardó 45 minutos en completar el recorrido.
Una hazaña que emociona, una obra de arte que conmueve y nos enfrenta a lo desconocido, dejando patente nuestra fragilidad, pero también la fuerza de la tenacidad y el coraje.

El documental que narra esta hazaña, "Man on wire", ha recibido numerosos premios, entre ellos el Oscar al mejor documental en la pasada edición.

Por otra parte, la editorial Alpha Decay ha publicado el libro "Alcanzar las nubes, mi paseo por el alambre", del propio Philippe Petit.


Agradecimiento

Quiero agradecer a Graciela Barrera el comentario que ha publicado en su blog sobre mi libro “Anónimos”.
Pueden leerlo aquí.

viernes, abril 10, 2009

Cineclub


Hace unos días compré un libro que me llamó la atención en la mesa de novedades. Su portada era negra y el titulo estaba escrito en letras amarillas: “Cineclub”. Su autor: David Gilmour. Leí la solapa y me interesó. David Gilmour fue el presentador de un programa de televisión (“Gilmour on the Arts”), y es autor de seis novelas. El libro narra la relación entre un padre y su hijo adolescente, entre David Gilmour y su hijo Jesse, una historia autobiográfica. Ambos llegan a un extraño pacto: el hijo puede dejar de ir al instituto a cambio de que se comprometa a ver tres películas semanales.

Elvira Lindo publicó no hace mucho un artículo en el que decía lo siguiente: “Qué raro que algo tan asimilable como es el cine no haya entrado en los colegios por la puerta grande, qué raro que la educación no admita que tanto valen los clásicos del cine como los de la literatura”.

Siempre he pensado que el cine debería ser una asignatura reconocida en los colegios, un medio eficaz de tratar diferentes temas, de afrontar cuestiones de interés, de aprender a razonar, a interpretar, a valorar una historia y analizar sus imbricaciones. Un medio ameno y eficaz de exponer dilemas morales y sociales. Una herramienta sin competencia para mostrar nuestra evolución en las últimas décadas. La gente joven, por sistema, suele huir de las películas en blanco y negro; prefieren el color, y si hay explosiones o chistes verdes, mejor. Cuando quiero que mis hijos vean una película en blanco y negro sé que debo soportar unos minutos de caras de fastidio, de reproches, una lista de títulos alternativos que yo suelo afrontar sin perder la sonrisa y prometiendo una velada muy interesante. La recompensa viene cuando, después de los primeros quince minutos de película, ellos atienden con interés.
La cuestión es seleccionar adecuadamente los títulos para conseguir su confianza.

Dice el protagonista de “Cineclub”: Elegir películas para la gente es un asunto peliagudo. En cierto sentido, es igual de revelador que escribir una carta a alguien. Muestra lo que uno piensa, lo que le emociona, a veces incluso puede mostrar cómo piensa uno que el mundo lo ve a él.

El libro ofrece una caótica lista de títulos. “El resplandor”, “Annie Hall”, “Instinto básico”, “Los cuatrocientos golpes”, “Gigante”, “El último tango en París”, “El padrino”, “Delitos y faltas”… Antes de cada sesión, el padre suele comentar algunos aspectos relacionados con lo que van a ver: unas palabras sobre el director, una anécdota sobre el rodaje, sobre la época en que se estrenó, sobre los intérpretes o sobre el autor del libro en el que se basa. Luego, ambos la comentan, brevemente.

Uno de los juegos que establecen es elegir la escena preferida. Otro, contemplar películas en las que un actor desconocido en ese momento realiza una interpretación que sorprende, que llama la atención y anticipa que llegará a convertirse en una gran estrella. Las películas se van agrupando por algún aspecto concreto, como aquellas en las que el actor principal demuestra su grandeza con la máxima economía de medios, incluso sin hablar, tan sólo con su actitud. O la sesión de cintas de terror. O la lista de placeres inconfesables: películas que se sabe que son malas pero que nos gustan igualmente. Ésta última es muy interesante e incluye títulos como “Pretty woman”, “Rocky III”, “La noche se mueve”, “Nikita”, “Alerta máxima” o “Showgirls” (es en cierto modo una rareza cinematográfica, un placer inconfesable sin una sola buena interpretación).

Y así, de un modo gradual y casi imperceptible, padre e hijo van afianzando su relación, hablando de cuestiones que suelen silenciarse, de asuntos que se eluden; y el cine se convierte en parte esencial a la hora de interpretar el mundo, se introduce en las conversaciones.

“El diablo sobre ruedas”, “Ladrón de bicicletas”, “Por un puñado de dólares”, “Solo ante el peligro”, “La dolce vita”, “La zona muerta”, “Aguirre o la cólera de Dios”, “El exorcista”, “Quiz show”… O “Ishtar”, una de esas películas que le gustan al autor y que, sin embargo, no parece que le guste a nadie más.

Pero Gilmour nos muestra también sus momentos de duda ante lo que está haciendo: ¿Había aprendido algo durante el último año bajo mi «tutela»? ¿Merecía la pena saber algo de todo aquello? Veamos. Sabe de la existencia de Elia Kazan y el Comité de Actividades Antiamericanas, pero ¿sabe lo que son los comunistas? Sabe que Vittorio Storaro iluminó el piso de “El último tango en París” colocando las luces fuera de las ventanas en lugar de dentro del plató, pero ¿sabe dónde está París?

En resumen, un libro que se lee con fluidez, desenfadado, con sentido del humor, y que, casi sin darnos cuenta, nos habla de cómo el cine puede convertirse en un punto de unión, una referencia que dé pie a toda clase de conversaciones; capaz de afianzar una relación y de enseñar, quizás, a vivir.

domingo, abril 05, 2009

Otra mujer

Me gusta mucho el cine de Woody Allen. Poco me importa que digan que ha bajado su nivel, que no se arriesga, que su cine parece apresurado o cualquier otra crítica que pueda estar de moda, especialmente en su país. Algunas de sus películas ocupan un lugar muy destacado en mi biografía cinematográfica: “Annie Hall”, “Delitos y faltas”, “Manhattan”, “Maridos y mujeres”, “Zelig”… y la pequeña joya que me apetece comentar hoy: “Otra mujer”. La rodó en el año 1988. Es una historia intimista que nos habla del autoengaño, del balance de una vida, de las decisiones que se toman, de los caminos que se quedan sin recorrer.

La historia se centra en el personaje de Marion Post (Gena Rowlands), una eminente filósofa que alquila un pequeño apartamento con la intención de aislarse del mundo y poder escribir un libro. Sin embargo, por algún motivo, escucha con total nitidez las conversaciones que tienen lugar en la consulta de un psicólogo situada en el mismo piso. Al principio, se siente contrariada, sin embargo, las palabras de una paciente (Mia Farrow), sus dudas y confesiones, provocan que Marion haga un balance de su propia vida. Los temores de la paciente se iran materializando en la propia realidad de Marion, que nos narra con una voz en off tranquila y resignada, cómo se va desmoronando su mundo, cómo va descubriendo que las cosas no son como ella pensaba.

La película es sencillamente magistral. Una pequeña joya (apenas dura una hora y diecisiete minutos). Tiene una sensibilidad y una profundidad demoledoras. De esas películas que te dejan pegado al asiento, pensando en lo que has visto, asimilando que a veces uno puede llegar a descubrir que el mundo no es como cree, que es posible que uno se detenga a observar a su alrededor y descubra un entorno hostil donde creía ver armonía.
Los actores están soberbios. Ian Holm, Gene Hackman, Blythe Danner o Martha Plimpton están perfectos en sus respectivos personajes. Y la banda sonora, que incluye piezas de Mahler, Bach, Erik Satie o Kurt Weill. Y la fotografía de Sven Nykvist, el fotógrafo habitual de Bergman. Y es interesante la referencia al cuadro “Esperanza”, de Gustav Klimt: Hope (esperanza) es el nombre del personaje interpretado por Mia Farrow. Y esa última frase sobre si un recuerdo es algo que se tiene o algo que se pierde. En fin, que es una película que he visto varias veces y que siempre me conmueve.