lunes, julio 28, 2008

Hablar en público

Isaac Asimov era un gran orador. Dio muchas conferencias y siempre fue capaz de encandilar a su público.
En su autobiografía escribe: “Cuando alguien da una conferencia, la presentación corre a cargo de otra persona. Hay un riesgo en ello, ya que, a menos que la introducción sea corta y concisa, puede crear problemas: si es larga y aburrida enfría la audiencia, pero si es ingeniosa, corta o larga, eclipsa al orador”.
Y añade: “Por lo general, prefiero que no haya ninguna presentación. Me gustaría entrar en un escenario vacío a la hora programada para el comienzo, avanzar hacia el podio y decir: «Señoras y señores, soy Isaac Asimov», y después empezar a hablar. Ésa es toda la introducción que quiero y necesito, pero hasta el momento nunca lo he podido conseguir. Siempre hay alguien que quiere su momento de gloria”.

A mí me gustarías ser como Asimov, pero la verdad es que me aterra hablar en público; ese tipo de actos me crean taquicardia. Me siento muy identificado con el artículo de Vila-Matas titulado "Sobre la angustia de hablar en público".
Un amigo me invitó el año pasado a presentar un libro de cine. Llevé un texto escrito y lo leí de tirón, sintiendo que me temblaba la voz. Pero lo hice y me sentí bien. Y luego me relajé y creo que la cosa no estuvo mal. Ahora bien, debo confesar, y juro que es cierto, que unos días antes llegué a ir a un cardiólogo porque pensé que la opresión que tenía en el pecho podía deberse a alguna dolencia del corazón. Y resulta que todo se me pasó después de la presentación del libro. A veces pienso en esos escritores que no dan entrevistas, que no se dejan fotografiar, como Pynchon o Salinger… Pero claro, uno es consciente de que no es Pynchon ni Salinger ni Cormac McCarthy…

A primera vista, se puede decir que el acto de la escritura es directamente contrario a las actividades sociales. Quiero decir que uno escribe en soledad, pasa muchas horas aislado, y luego tiene que exponerse ante los demás. Son cosas muy distintas. Pero claro, si uno lo piensa bien, es cierto que hablar en público no tiene nada que ver con el hecho de escribir, hablar es público es algo relacionado con el hecho de publicar. Ésa es la cuestión. Es un paso más en esa exhibición a la que el escritor decide someterse libremente. Cuando uno da el paso de publicar, debe asumir que tiene que participar en el teatro implícito en el acto de promocionar un libro, debe asumir que deja de ser un solitario y se convierte en alguien que está a gusto con la gente, que deja de hablar consigo mismo y pasa a hablar a una audiencia más o menos extensa.

Cuenta Vila-Matas que se compró el libro “Aprender a hablar en público”, de Juan Antonio Vallejo-Nájera y que, en contra de lo que esperaba, el libro aún aumentó su pánico y angustia. Yo compré hace unos años el clásico de Dale Carnegie “Cómo hablar bien en público”, que tiene el añadido, en letra más pequeña, “e influir en los hombres de negocios”. Bueno, parece “dos libros por el precio de uno”. El libro se presenta como ayuda necesaria y afirma al poco de empezar: “De una cosa por lo menos podemos estar seguros: de que el adiestramiento y la ejercitación harán desvanecerse el temor al auditorio, infundiéndonos por siempre valor y confianza en nosotros mismos. No debemos creer que nuestra situación es única. Aún aquellos que luego llegaron a ser los oradores más elocuentes de su época, se vieron al principio entorpecidos por este miedo y esta timidez ofuscadores”.

El libro es como una sesión de palmaditas en la espalda. Y eso no suele venir mal. Pero una de las cosas que recomienda al poco de comenzar es que “no leamos ni tratemos de recordar los discursos palabra por palabra”. Cuando precisamente leer un texto me parece una manera válida de salir airoso del trance. Luego da consejos sobre cómo debe prepararse la charla, señala errores que deben evitarse, técnicas para recordar ciertos datos… Pero resulta que, pese a todo, los síntomas son físicos: puede uno llevar un discurso muy lúcido y no poder evitar que le falte la respiración… Como ocurre con tantas otras cosas, parece que sólo se puede aprender a hablar en público, hablando en público. Aunque yo tomo buena nota de lo que aconseja Vila-Matas en el artículo que mencioné antes; “Junto al calmante y el humor, pensar que no hay público es la tercera solución para evitar, a trancas y barrancas, el pánico escénico”.


Nota aparte.
El viernes publicaré el último texto antes de irme de vacaciones. El blog quedará inactivo durante el mes de Agosto. Se trata de un artículo sobre Kafka que surgió a raíz del comentario que Clara dejó en mi relato “Jeep”. Nos volvemos a encontrar en Septiembre.

jueves, julio 24, 2008

Hancock

En un mundo en el que cada vez se cree menos en las cosas, se desmoronan los principios y las verdades absolutas, donde cuando alguien se muestra amable pensamos que nos quiere vender algo y se siente casi lástima por quien se atreve a conmoverse por las desgracias ajenas, no es de extrañar que hasta los superhéroes entren en crisis. El superhéroe se ha convertido en un ser solitario, desplazado de la sociedad, diferente, y esto le entristece. Ya no es alguien que está por encima del bien y del mal, vigilante, sino que, en muchos casos, se trata de una persona anodina que sobrelleva la carga de poseer unos poderes que debe ocultar a los demás. El superhéroe se ha humanizado, ha descendido a nuestro terreno.
Esta tendencia ya se ha tratado en cómics como “Watchmen” o en libros como “Muy pronto seré invencible”, de Austin Grossman, o incluso en series de televisión como “Héroes”. La visión del superhéroe se ha vuelto más humana, más realista; ya no se encuentran en un plano superior, sino que pueden estar aquejados por problemas tan cotidianos como pagar la hipoteca. Recuerdo que una de las cosas por las que prefería a Spiderman a cualquier otro superhéroe de los que iban surgiendo en mi adolescencia era precisamente que se preocupaba por cosas tan normales como los exámenes, la novia, el chulo del colegio o la forma de ganar dinero para subsistir, mientras el resto vivía en lujosos refugios dotados con los más inimaginables avances tecnológicos.

Así las cosas, llega a la pantalla “Hancock”, la historia de un superhéroe alcoholizado y mal hablado, poco amable y con mucho mal genio, que realiza su trabajo con una profunda desgana y causando enormes destrozos, hasta el punto que la gente se pregunta si no resulta peor el remedio que la enfermedad. Cada intervención suya cuesta a la comunidad grandes sumas de dinero. Hancock es un superhéroe despreciado por la gente, que lo insulta y lo abuchea.
No obstante, esto puede cambiar cuando conoce a Ray, un asesor de imagen que cree en las buenas causas, todo lo contrario que Hancock. Ray es un hombre bueno que confía en las personas y que se esforzará por conseguir que Hancock caiga simpático a la gente y se comporte como el superhéroe que es. Esto conlleva, entre otras cosas, enfundarse un traje de superhéroe y no ir por ahí volando en zapatillas. En este punto, la película alcanza su nivel álgido, el contraste de la pareja resulta muy efectivo y se alcanzan momentos de indiscutible comicidad. De hecho, creo que la película debería haber seguido explotando este tema, pues permitía hablar de muchas cosas, como el poder de la publicidad, la manipulación de los medios de comunicación, el gusto por la fama o la necesidad de ser aceptado por los demás, por poner algunos ejemplos. Sin embargo, no sé en base a qué criterio comercial, la trama se desvía hacia otros caminos que me interesaron menos y desinflaron mi entusiasmo inicial.

Pese a ello, se trata de una película muy entretenida, con espectaculares efectos especiales y buenas interpretaciones, destacando entre el elenco de actores, por supuesto, a Will Smith, que se puede decir que es el actual Rey Midas del cine norteamericano, pero sin olvidar a Jason Bateman ni a Charlize Theron.
Ha sido dirigida por Peter Berg, cuyo último trabajo hasta la fecha era “La sombra del reino”.

domingo, julio 20, 2008

Tareas pendientes

A veces, en el mes de Julio, mi familia se va a la playa y dejan que me quede entre mis libros, escribiendo, leyendo, adelantando una tarea ingente que no tiene fin. Cuando llega ese momento, pienso que debo aprovechar cada minuto. Madrugo. Me siento delante del ordenador y sólo me levanto para comer y, a última hora, para ver una película en la televisión e irme a dormir.

Sin embargo, a veces ocurre que me quedo en blanco. Empiezo a perder el tiempo. Busco un libro o pongo orden en una estantería o reviso el correo… Pero no escribo. No sé por dónde empezar… Demasiadas cosas se me amontonan y, a veces, veo que el tiempo pasa y yo no he adelantado gran cosa. Esto me desespera, me crea una gran ansiedad y, con frecuencia, en esos momentos, me siento culpable.
Pero también es verdad que yo no podría vivir sin escribir. Además, cuando no escribo durante varios días me suelo poner de mal humor. Pienso que ese fin de semana que estaré sólo me cundirá el tiempo y terminaré muchas cosas… Pero luego resulta que hay días en que no termino nada y siento que me falta la respiración.

Este fin de semana, por ejemplo, me dediqué a mover libros. Siempre he querido hacer una base de datos para saber exactamente lo que tengo, aunque suelo saberlo. No obstante, me ha ocurrido en un par de ocasiones que he comprado un libro que ya tenía. Entonces pienso que tengo que hacer una relación de mis libros. Pero eso sería un trabajo atroz, así que se me ha ocurrido fotografiar los libros. Es una base de datos fotográfica. Y así pasé varias horas, fotografiando estanterías.

Otra tarea que me ocupa bastante tiempo es elegir los libros que me llevaré este verano. Siempre llevo más libros de los que puedo leer, pero eso es otra cuestión, al menos los paseo. Hay algunos que creo que tengo claros: “Pasando página”, de Sergio Vila-Sanjuan, un ensayo sobre el mundo editorial en España, en los veinticinco primeros años de su democracia. “Vía revolucionaria”, de Richard Yates, todo un clásico estadounidense que justifica el hecho de que al autor se le compare con Cheever y su influencia se reconozca en gente como Carver o Richard Ford. Copio el texto de la solapa: «Alguien me preguntó en una fiesta sobre mi novela y le respondí que estaba escribiendo sobre el aborto. Le dije que era una sucesión de abortos de todo tipo: una obra abortada, varias carreras abortadas, una infinidad de ambiciones y planes abortados, todo lo cual conduce a un aborto real, físico, y a una muerte al final. Tal vez ése sea el mejor resumen de la novela que pueda ofrecer. Durante los cincuenta prevalecía un generalizado deseo conformista en todo el país, y no sólo en las urbanizaciones: una suerte de búsqueda de seguridad, ciega y desesperada, que se encarnó políticamente en el gobierno de Eisenhower y en la caza de brujas de Joe McCarthy. Muchos estadounidenses estaban muy preocupados por ello, pues parecía una traición absoluta a nuestro más gallardo espíritu revolucionario, un espíritu que quise ver encarnado en el personaje de April Wheeler. El título alude a que la vía revolucionaria de 1776 había llegado prácticamente a su fin en los años cincuenta”. Promete ¿verdad? Otro libro que llevaré conmigo es “Milena”, la semblanza que escribió Margarete Buber-Neumann sobre Milena Jesenská. Ambas se conocieron en el campo de concentración de Ravensbrück. Buber-Neumann es autora de un clásico de la literatura sobre experiencias en campos de concentración titulado “En las cárceles de Stalin y Hitler”, que también tengo pero cuya lectura dejaré para más adelante. También quiero este verano leer uno de esos libros que me avergüenza reconocer que tengo pendiente: “Los detectives salvajes”, de Roberto Bolaño. Libros extensos, ideales para leer cuando se tiene tiempo libre por delante. Pero llevaré otros, seguro, al menos cuatro o cinco más que aún no he decidido.

sábado, julio 12, 2008

Rosa íntima


Resulta muy difícil intentar transmitir la alegría que sentí cuando encontré en mi buzón el último poemario de Rosa Silverio, titulado “Rosa íntima”.
Rosa Silverio es una reconocida poeta dominicana, amiga de este blog y autora a su vez de un blog personal muy recomendable en el que comparte sus reflexiones, relatos y poemas. Tiene también publicados otros poemarios, como “De vuelta a casa” o “Desnuda”.

Sus poemas son desgarrados, escritos desde las tripas. Poemas rápidos por los que uno parece descender como si se tratara de una montaña rusa, con el vértigo en el estómago. Poemas que encierran historias; los engullimos como si fueran pequeños relatos que luego se despliegan en nuestro interior.
Me llama la atención la mezcla de elementos que utiliza Rosa en sus poemas. No duda en sembrarlos de detalles duros, sórdidos a veces, creando un texto que desconcierta al lector y que termina por dejarle un regusto amargo, un poso de inquietud. Poemas que golpean, que se adentran en las grietas de nuestra naturaleza en busca de las zonas oscuras que todos llevamos dentro.

La poesía de Rosa nos desvela su lado más íntimo y personal, y en ella se muestra el aspecto moral y comprometido de su escritura. En este libro nos habla de la soledad, de la vejez, del miedo… poemas de introspección que exploran sus anhelos y sus temores, sus esperanzas y desasosiegos, y que respiran melancolía y sinceridad. Un poemario de carácter biográfico, narrado en primera persona, de tono intimista, que afronta con valentía los miedos que nos acechan en la oscuridad, la incertidumbre de la evolución y las debilidades que nos pellizcan por dentro, intentando doblegarnos, y pese a las cuales seguimos erguidos, marchando hacia delante, hacia lo desconocido.

No puedo resistir copiar uno de los textos como muestra:

Interior

En mi interior hay un torrente extraño,
caudal que conduce a ninguna parte,
recodo de mis piedras y cangrejos,
de mi cuerpo triste,
de esta piel cansada
y de estas piernas que se niegan a sí mismas,
que se arrojan sin temor a la corriente
y se entierran en el fondo como un ancla.
En mi interior hay humedad que no me moja,
hay torpeza, hay basura,
hay una barca que perdió sus remos
y un mar en el que no desemboco nunca.
Graciela Barrera también habla de este libro en su blog y, además, entrevista a la autora, así que recomiendo su lectura encarecidamente.

sábado, julio 05, 2008

La carretera



La carretera, de Cormac McCarthy, editada en Mondadori, fue merecedora del Premio Pulitzer 2007 a la mejor obra de ficción. Se trata de una historia dura, desasosegante, que podría enmarcarse en el género de la ciencia ficción aunque, para mí, estaría más cercana al terror, por la sensación que me produjo, por el mordisco que me pegó en el estómago, por el impacto de sus imágenes, que todavía me persiguen.

Un padre y su hijo avanzan por una carretera que parece ser el último reducto de una civilización que ha desaparecido. Un paisaje postapocalíptico, de naturaleza muerta, frío extremo, polvo y niebla. Un padre y su hijo avanzan arrastrando un carrito de supermercado con lo que queda de sus pertenencias. Deben tener cuidado. Hay supervivientes violentos, que no dudan en robar, en matar, seres brutalizados que se alimentan de carne humana. Dentro del infierno continúa siendo cierto lo que decía Sartre: “el infierno son los otros”.
Todo es desolador. Los restos del pasado, en forma de casa abandonada, lejos de tranquilizarnos nos ponen un nudo en la garganta. Avanzamos con ellos, pensando “tened cuidado”, perdidos en una pesadilla, sabiendo que los monstruos nos acechan.

Las historias sobre el fin del mundo están de actualidad; y “La carretera” describe perfectamente la sensación de fracaso, de pérdida, el horror y el desamparo, la angustia por encontrar una salida, por llegar a un lugar en el que todavía quede algo bueno, que invaden a esa solitaria pareja que avanza sin descanso, que sólo piensa en sobrevivir y en salir de un mundo devastado y perdido para siempre, arrastrando sus cosas en un carrito de compra, como un mal chiste sobre los restos de la sociedad de consumo.

La carretera es un espacio mítico en la ficción norteamericana, metáfora del viaje de la vida, de la evolución y el cambio. Ahora, se transforma en una cicatriz, única huella de la presencia humana, pero se mantiene como símbolo de la esperanza en ese viaje angustioso que McCarthy narra con un ritmo implacable, dejándonos escenas que se nos clavan en la carne y nos hacen sangrar.

Cormac McCarthy no es sólo un autor de culto, sino que es uno de los escritores norteamericanos más decisivo de los últimos años. Su estilo es despojado y seco, sin lugar para la retórica. Sus libros suelen indagar en la esencia del mal, de la crueldad, del sufrimiento. Y “La carretera” no es una excepción en este sentido.
No obstante, cuando lo leía, no podía quitarme de la cabeza la película “Ladrón de bicicletas”, de Vittorio de Sica, al contemplar la relación entre el padre y el hijo. En ese mundo desolado, plagado de peligros, duro y aterrador, es la relación entre ese padre y ese hijo lo único puro que se puede encontrar, el amor filial, el lazo familiar, es la única esperanza en ese terreno muerto y oscuro.