sábado, junio 28, 2008

Jeep

Un día llaman a tu puerta y te dicen que se tienen que llevar a tu hijo porque lo van a convertir en un hombre, y no puedes retenerlo argumentando la fuerza del amor familiar porque lo que pretenden es que luche por su Patria, que es algo mucho más grande e importante; y les da igual lo que argumentes, no le piden que crea en nada, sólo que esté dispuesto a dar su vida por la Patria, no quieren su devoción, quieren que muera por la Patria, así de simple, y para eso van a convertirlo en alguien capaz de cumplir las órdenes más absurdas sin pestañear, como descargar un camión empezando por el fondo, sin pensar en lo ridículo que puede ser descargar un camión empezando por el fondo, él debe ser capaz de obedecer cosas de este tipo respondiendo con energía un ¡sí, señor!, que resulta tanto más estúpido cuanto más ridícula es la orden recibida, y tal vez un día te llegue una carta diciendo lo sentimos mucho, su hijo no estaba preparado para conducir un jeep, pero lo pusimos a conducir un jeep, así que se ha estrellado y se ha matado y ha destrozado el jeep, y lees la carta una y otra vez, intentando encontrarle un sentido, pero eres incapaz de encontrarle un sentido a todo aquello, así que lo único que te queda es arrugar la carta y llorar por él, maldiciendo ese sistema que te ha arrancado a tu hijo sin que hayas podido negarte, porque te dan un fusil y te dicen que mueras por la Patria y tú no tienes más remedio que ir y morir, es así de simple, y nadie puede impedirlo, nadie puede decir nada en contra, así que uno se queda hundido de impotencia mientras despide a su hijo y le dice, al menos, que tenga cuidado, aún sabiendo que no se puede tener cuidado en medio de una emboscada, pero se lo dices de todas formas, aunque no se te ocurrió decirle que tuviera cuidado al conducir, no pensaste en que podía ser peligroso conducir un jeep.


sábado, junio 21, 2008

Feria del Libro 2008

Un año más acudo a la Feria del Libro de Madrid. Un año más el calor es insoportable. Un año más excedí mi presupuesto. Un año más terminé para el arrastre. Un año más lo pasé en grande y un año más me dispongo a contar mi paseo y compartir mis adquisiciones.

Feria calurosa y abarrotada de gente

En primer lugar, estuve en los stands de ediciones latinoamericanas. Siempre me detengo en ellos porque encuentro libros que, normalmente, aquí no llegan. Es una pena que se pierda la oportunidad de conocer nuevos autores. Los encargados de una de las casetas empezaron a recomendarme libros. “Este acaba de salir”, “este es muy bueno”, y a veces me contaban algún detalle más, como “este es un autor muy recomendado por tal escritor”, etc. Al final, compré una novela titulada “¿Vos me querés a mí?”, de Romina Paula, editorial Entropía. Me hubiese llevado muchos más libros de allí, pero tenía intención de controlar mi presupuesto con la cabeza y no con el corazón: firme propósito que me temo no pude cumplir en su totalidad.

Al continuar mi paseo, me encontré con una cola que se perdía en el interior del parque. Era algo fantasmal. Parecía una escena sacada de una película de ciencia ficción.


Una cola fantasmal

Un poco más adelante descubrí el motivo: estaba firmando Ken Follet. Increíble dispositivo. La gente que hacía cola pasaba delante de él a toda velocidad. Apenas dejaban hueco para sacarle una foto.

Ken Follet

Asistí a un acto que empezaba a las 13:00 horas en la carpa de la Fundación Círculo de Lectores. Se trataba de una charla entre Enrique Vila-Matas y Rodrigo Fresán sobre ficción y autobiografía, y en ella establecieron un juego divertido en el que mezclaron todo tipo de ideas, como que Vila-Matas escribe una especie de diario en prensa en el que se suele inventar las cosas y, sin embargo, en sus novelas suele poner elementos biográficos. Contó que se inventó un viaje que iba a realizar, de modo que cuando su texto apareció publicado, él estaba viviendo dicho viaje, y dijo haber forzado alguna conversación para conseguir que la realidad se ajustase a la ficción. Rodrigo Fresán, por su parte, mencionó como excelentes biografías de escritores a “David Copperfield”, “Martin Eden” y “Drácula”, aunque al final fueron las de Malcolm Lowry, Proust y Nabokov las que fueron ensalzadas como excelentes autobiografías. Y dado que el ambiente era cada vez más distendido, llegó Fresán a mencionar una autobiografía de Raphael como interesante ejercicio literario. Aunque se sintió un poco aterrado por el hecho de que la charla terminase precisamente con ese titulo, lo cierto es que así terminó la cosa.
Me acerqué y saludé a Vila-Matas. Muy amable, me dedicó el que es su último libro: una recopilación de artículos que se ha editado en Argentina y que se titula “Y Pasavento ya no estaba”.

Enrique Vila-Matas y Rodrigo Fresán

Al salir de la carpa, emprendí el camino de regreso, despacio, mirando de reojo las casetas. Y de pronto vi que estaba firmando Angelina Lamelas, una escritora amiga de Medardo Fraile. Me acerqué a saludarla y me dedicó un libro para mi hijo titulado “Tato, el fantasma que perdió su sábana”. Pregunté por Medardo y me dijo que estaría en la Feria por la tarde, lo cual me llenó de alegría.
Por la tarde, acudí primero a la Casa del Libro, para dar una vuelta rápida, como si tuviera que cumplir con una especie de ritual secreto. Busqué algunos títulos. Encontré el libro “Parejas”, de José Manuel Martín Peña, de cuya existencia me había enterado gracias al blog de Conde-Duque. También compré el último libro de Oscar Esquivias: una colección de cuentos titulada “La marca de Creta”.

Volví a la Feria y fui a saludar a Medardo Fraile. Estuvo muy amable, como lo es siempre. Espero con ansiedad la aparición de su autobiografía. Compré su último libro, editado en Huerga & Fierro, un libro sobre cine con un titulo que me parece muy bueno: “Entradas de cine”. Y me lo firmó, claro.

Medardo Fraile

También me encontré allí, y tuve la suerte de saludar, a Ángel Zapata, uno de los mejores narradores actuales, amigo también de Medardo Fraile y con quien ya había coincidido en alguna otra ocasión.
Mi siguiente parada fue en la caseta de “Cátedra”, donde Juan Carlos Márquez, firmaba el libro de relatos con el que ha ganado la última edición del Premio Tiflos. Un libro titulado “Oficios”, cuya reseña apareció no hace mucho en el blog “el síndrome Chéjov”.

Juan Carlos Márquez

Luego anduve curioseando. Viendo la cola de gente que esperaba firmas de personajes televisivos como Buenafuente y Risto Mejide, entre otros. Gente del cine de indudable interés, como José Luis Borau, Nacho Vigalondo o Icíar Bollaín.

José Luis Borau

También me topé con un personaje infantil de ficción, el mismísimo Geronimo Stilton, firmando ejemplares de sus libros.

Geronimo Stilton

Y me dediqué a descubrir dónde estaba Juan José Millás, Soledad Puértolas, Mingote, Andrzej Sapkowski, Marina Mayoral, Antonio Gala, León Arsenal, Matilde Asensi, Javier Negrete, Almudena Grandes, Andrés Amorós o Manuel Talens.

Antonio Mingote


Juan José Millás

Soledad Puértolas

Antonio Gala


Manuel Talens

Cuando ya me iba, encontré a Rosa Montero y no pude resistir la tentación de comprar ese libro titulado “Instrucciones para salvar el mundo”.

Rosa Montero

Al día siguiente, asistí al acto de entrega de los premios que “La tormenta en un vaso” otorga al mejor libro publicado en castellano y al mejor libro traducido del 2007, que han recaído en “El padre de Blancanieves”, de Belén Gopegui, y “La carretera”, de Cormac MacCarthy respectivamente. La entrega se llevó a cabo en el café-librería “La buena vida”, un sitio con un encanto muy especial.

Belén Gopegui en la entrega de los Premios Tormenta

viernes, junio 13, 2008

El gremio de los escritores

Antonio Orejudo, en su columna del diario Público, llamada “¿Soy yo o es la gente?”, escribe el miércoles 11 de Junio de 2008 un artículo titulado “Que les den morcilla”. Habla esencialmente de los grandes cocineros, y concluye diciendo que “se parecen cada vez más al gremio nada respetable de los escritores”. Afirma que a los escritores les cuesta hablar de los colegas con admiración: “No me imagino a un cineasta escribiendo el artículo de Muñoz Molina el sábado pasado en Babelia. Y mira que era elegante. O el de Javier Marías en el dominical de El País, regañón como siempre…”

Javier Marías, en “La Zona Fantasma”, publica su artículo titulado “Las facturas de la admiración”, en el que viene a decir que cuando un escritor expresa su admiración hacia otro es siempre porque espera algo a cambio y, si no lo recibe, muestra inmediatamente su desprecio. Dice que, de joven, le dieron el siguiente consejo: “Si le dedicas un ejemplar a otro escritor, no dejes de ponerle «con admiración», se la tengas o no; porque si no se lo pones te harás un enemigo sin querer”. Pero claro, el joven Marías sólo siguió ese consejo en los casos en que sentía admiración de verdad, motivo por el cual “durante muchos años no existí para gran parte de mis mayores, españoles e hispanoamericanos”.
Prosigue explicando que, ahora que ya es un escritor maduro, los jóvenes le envían sus libros dedicados “con admiración” y, si no los lee o no le gustan, dejan de tenerle admiración. “El bloguero R me mandó un libro suyo humorístico en cuya dedicatoria me aseguraba que el humor era una forma de admiración; lo hojeé, y al ver que, en contra de lo que él creía, Dios no lo había llamado por esa senda (no tenía ni puta gracia, ni la tiene jamás), me abstuve de contestarle; desde entonces sólo me llegan ecos de sus diatribas contra mí, y me pregunto qué se hizo de la humorística admiración”. Añade que por suerte hay excepciones, pero son las menos.
Me hace gracia esa anécdota del bloguero, sobre todo porque recuerdo que Javier Marías siempre se jacta de no utilizar internet. Así son las cosas.

Por su parte, el artículo de Muñoz Molina, titulado “El integrado, el apocalíptico”, me ha parecido excepcional, debo admitirlo. En él plantea cómo, a fin de cuentas, cada uno cuenta la historia según le va. Utiliza a dos escritores muy contrapuestos: Ruiz Zafón y Juan Goytisolo. Uno, autor de bestseller, protagonista de la mayor tirada editorial de nuestro país; el otro, un autor de culto, de minorías, cuya calidad literaria ha motivado numerosos estudios. El primero afirma en una entrevista que los personajes “deben definirse a través de sus acciones y de sus palabras, no echando un rollo patatero en un párrafo inmenso”. El segundo afirma en otra entrevista que los bestsellers son “productos editoriales que siempre han existido y gracias a los cuales las casas editoriales pueden permitirse el lujo de publicar textos literarios”.

Los dos coinciden en sentirse fuera del mundillo literario, pero por razones radicalmente opuestas. Muñoz Molina, con mucho acierto, recuerda que una obra de calidad puede ser un bestseller (Lolita, Vida y destino, Bella del Señor…), y también que una historia transparente no tiene por qué estar exenta de matices que no se agoten en ninguna lectura. Y concluye que “más allá de la página y del gusto o el desaliento de escribir no hay nada seguro, ni la calidad de lo que hacemos, ni la resonancia que tendrá”.

Son textos muy interesante que reflejan el mal rollo que parece existir dentro del gremio de los escritores, donde cada uno pontifica según su propia experiencia y no duda en despreciar al de enfrente. Mal nos lo pintan. Yo espero que la cosa no sea así o, al menos, que no sea así siempre. Tiendo a pensar que en las entrevistas, a veces, uno debe improvisar y soltar cosas que, tal vez, no había meditado suficientemente. Por otra parte, parece que cuando uno habla de otros autores, lo hace pensando que, en cierto modo, está dando una información sobre su forma de escribir. Si digo que admiro a Dostoyevski, verán que soy un genio, y si hablo de Carver, dejaré claro que me gusta el realismo y el estilo despojado, mientras que otros autores nunca deben ser mencionados si no quieres que alguien te dé un tomatazo.

Quiero, para terminar, dedicar este texto a Antonio Orejudo, a Javier Marías y a Antonio Muñoz Molina, con admiración (por si acaso).

martes, junio 10, 2008

Inspiración y planteamiento

La inspiración existe, entendida como un fogonazo concreto, como una corriente de frases que, de momento, te parecen todas perfectas, aunque luego constates que no los son.
Comprendo todo lo que se suele decir sobre la inspiración, restándole importancia, aquello de que debe pillarte trabajando, que la mejor inspiración es sentarse a escribir todos los días… pero lo cierto es que existe. Aunque Faulkner dijo que él jamás la experimentó, yo creo que todo el mundo ha tenido un momento en el que se ha resuelto, como por arte de magia, el problema que quería plantear en una novela, el final de un relato, o una primera frase de la que sólo tenemos que tirar para descubrir adónde nos conduce. Son momentos que me parecen mágicos y que le llenan a uno de una felicidad un poco extraña e incomprensible.

Ray Bradbury, en su libro “Zen en el arte de escribir”, que es muy interesante por cierto, incluye un capítulo titulado “Cómo alimentar a una Musa y conservarla”. Esa Musa es, por supuesto, la inspiración, que admite que se corresponde con lo que todo el mundo llama el inconsciente. No obstante, sostiene que esa Musa debe ser alimentada a base de lecturas de todo tipo y de escritura constante: “Viviendo bien, observando a medida que vive, leyendo bien y observando a medida que lee, usted ha nutrido su Identidad Más Original. Mediante el entrenamiento, el ejercicio repetido, la imitación y el buen ejemplo ha creado un lugar limpio y bien iluminado para conservar a la Musa”.

Todo suele comenzar con una idea, o con una frase que aparece de repente y se niega a irse; y lo demás surge después, a fuerza de ir tirando del hilo.
Supongo que resulta inevitable que cada escritor le dé vueltas a los temas que le obsesionan, bien sean las drogas o la introspección psicológica, la muerte o la soledad, el sentido de culpa o el destino, la indecisión o el azar. Pero no es raro que el escritor se dé cuenta de esos temas a medida que avanza en la construcción de algo que pueda ser digno de denominarse “su obra”. Cuando se enfrenta a los textos, empieza a encontrar las concordancias, incluso las obsesiones. Y también supongo que habrá casos en los que será algún crítico, de los buenos, que los hay, quien le mostrará al escritor aspectos de su obra que él no había analizado fríamente y con distancia.

Desde hace algún tiempo, pienso que me gustaría poder escribir una historia en la que varios personajes viviesen en un mismo sitio, pero con una visión de la realidad distinta. No sé por qué me interesa este tema. Tal vez lo descubra si alguna vez llego a desarrollarlo.
En mi caso, no tengo preconcebido ningún plan. Alguna vez lo he intentado, pero me resulta aburrido, prefiero dejarme llevar, que los personajes vayan tomando sus decisiones sobre la marcha. Puedo asegurar que a veces me he sorprendido del giro que ha tomado una determinada historia. Recuerdo concretamente el caso de un relato que finalmente titulé “El Recuerdo”: yo quería que fuese la historia de un hombre que va rememorando diferentes episodios de su vida, sin embargo, sin previo aviso, se presentó “La Sombra” y empezó a hacerle preguntas al viejo y, finalmente, me enteré de que el viejo había matado a su esposa, pero la había matado por amor. Es un relato inédito, claro.

Cuando uno se enfrenta a sus escritos puede empezar a descubrir cosas de las que no era consciente, temas recurrentes como la infancia o la muerte, que le hacen pensar en sí mismo, le ayudan a conocerse. No obstante, aún así, uno no puede afirmar que esté seguro de sus conclusiones, pues ya se sabe que un escritor es el peor juez de su propia obra.
Supongo que con un blog pasa poco más o menos lo mismo.

lunes, junio 02, 2008

El humor en la literatura



Muñoz Avia, Antonio Orejudo y Mercedes Abad, moderados por el televisivo Tonino, charlaban sobre el humor en la literatura en uno de los actos que se celebraron en la pasada Feria del Libro de Valencia.

Orejudo inició la conversación dejando claro que el humor le parece un condimento esencial en la literatura, pero en su justa medida. No soporta los libros que se presentan como “graciosos”. Recalca que la mala leche es una manifestación del humor. Generalmente, parece que da más prestigio la tragedia que la comedia. La risa tiene mala prensa porque los poderosos temen a la risa. Cuenta que Francisco Umbral recomendaba que el autor no se riera en la foto de la contraportada de sus libros, recordando que el autor siempre debe parecer atormentado y que a la gente no le interesa lo que pueda contar alguien aparentemente feliz. Citó a Chesterton cuando dijo que lo contrario de divertido no es serio, sino aburrido y a Borges al afirmar que la literatura de género no goza del prestigio del aburrimiento. Por último, destacó la importancia de autores como Mihura o Jardiel Poncela, diciendo que sólo su filiación política puede explicar que no ocupen hoy en día el lugar que les corresponde.

Mercedes Abad dijo que el humor nos defiende de la pomposidad, la solemnidad, también de la cursilería. Recordó que la realidad es tragicómica y, para ilustrarlo, contó una anécdota sobre el entierro de un familiar lejano que no había sido una persona muy querida. Fue en el coche de su prima, que conducía fatal y se saltó un semáforo y un stop, lo que le hizo pensar que podía morir yendo precisamente a un entierro. Casi se perdieron por el cementerio. Cuando llegaron al fin, iban con retraso y todo se hizo muy deprisa. De pronto el coche mortuorio, la grúa y los funcionarios se fueron y los dejaron allí, preguntándose cómo iban a encontrar la salida. Y, en ese momento, el letrero de un florista en un nicho, reclamando una deuda pendiente, les hizo estallar en carcajadas. Terminó entonces afirmando que el humor nos muestra lo insignificante que es todo y, sin duda, por eso es un elemento esencial en autores como Kafka o Kundera.

Rodrigo Muñoz Avia explicó que el humor surge de la propia historia. Uno no escribe de lo que quiere sino de lo que puede. El éxito de su primera novela le ha clasificado como autor de novelas de humor, pero su segunda novela no tiene tanto humor y esto supone un factor de presión. Afirma que el humor es una manera de derribar algo, de mostrar la humanidad despojada de solemnidad. Contó que lo último que la había causado risa era la noticia de ese cura que se había atado a un montón de globos de helio y había desaparecido en el cielo. Algo muy surrealista. A fin de cuentas, el humor y la tragedia no es raro que anden unidos.
Pese a que su libro se encuentra en la estantería de literatura de humor de muchas librerías, coincide con Orejudo en que es una estantería que le produce horror a un autor, sin duda por el encasillamiento que conlleva.

Concluyeron que parece que esté mal visto leer por placer, que da mala conciencia divertirse. Hay que leer una serie de libros que dan prestigio y que, si no se han leído, parece que uno sea menos inteligente. Y muchos de esos libros son, por supuesto, aburridos.

La charla fue distendida, como puede verse. En general, he de admitir que a mí también me causan rechazo los libros supuestamente “de humor”, los de portadas estrafalarias. Pero no he tenido problema en comprar algunos. Me viene ahora a la cabeza “Speaking in silver” que me parece muy ocurrente. También leí en su día el libro de Muñoz Avia "Psiquiatras, psicólogos y otros enfermos" (cuya portada también me disgusta). El libro de Muñoz Avia es ameno y está cargado de mala leche. El asunto de la búsqueda de la felicidad y de cómo uno puede llegar a obsesionarse por cosas nimias, resulta muy atractivo, más en los tiempos actuales, en los que parece obligatorio ser feliz y divertirse todo el tiempo. El personaje principal del libro tiene, no obstante, algo de ridículo que lo enmarca en el terreno de las clásicas novelas de humor. Sus desventuras, su agobio, su ir de aquí para allá y sus obsesiones me recuerdan a Woody Allen. Los libros de Allen ocupan un lugar relevante en mi biblioteca personal, así como las memorias de Groucho Marx. Mihura, Jardiel Poncela, Muñoz Seca, Alfonso Paso, Edgar Neville o Gómez de la Serna son autores a los que me acerqué en uno u otro momento y cuyo concepto del humor resulta ineludible para quien quiera analizar la evolución del género en nuestro país. Rafael Azcona también debe figurar en esta relación y Eduardo Mendoza, cuya obra “El misterio de la cripta embrujada” recuerdo como un auténtico acontecimiento en el momento de su publicación y que ha escrito también otros libros que pueden considerarse obras claves del género.

El humor no es que esté mal visto, es que suele ser ninguneado en los ambientes que se consideran cultos. No abiertamente, por supuesto. Lo primero que uno oye cuando pregunta por el humor en la literatura es que es esencial y que no se debe olvidar que “El Quijote” es un libro de humor. También se suele destacar la vena humorística de Quevedo, El arcipreste de Hita, Fernando de Rojas o la picaresca en general… pero ahí parece estancarse el tema, como si se produjera un salto en el que los principales autores humorísticos que uno recuerda son extranjeros: Voltaire, Moliere, Swift, Sterne... El humor parece perder relevancia en algún momento, algo que se sabe que está ahí pero a lo que no se le suele prestar demasiada atención. O eso me parece a mí.