martes, febrero 26, 2008

La crítica

Uno sólo debería hablar de aquello que le ha conmovido o que quiere ayudar a divulgar, sería lo más honesto y también lo más satisfactorio. Auden decía que Reseñar libros malos no es sólo una pérdida de tiempo, sino también un peligro para el carácter.
Auden definió las que, en su opinión, deberían ser las funciones del crítico, y entre ellas está la presentación de obras o autores desconocidos, valorar a autores que han sido ninguneados o menospreciados, mostrar relaciones entre obras de épocas y culturas diferentes y hacer una lectura de una obra que aumente su valoración sobre ella. Creo que es importante recordar esto.
Claro que también Auden advierte que un escritor cuando habla sobre los libros de otros no puede sino hablar al mismo tiempo de los propios.
Ricardo Piglia parece corroborar esta opinión cuando dice que el crítico es aquel que encuentra su vida en el interior de los textos que lee.

No creo que sea más “profesional” quien afirma con énfasis “esto es una mierda”, sino aquel que es capaz de apuntar que tal o cual cosa habría funcionado mejor de otra manera. Ricardo Senabre dice que lo que el lector espera del crítico son orientaciones razonadas, no elogios vacíos ni rechazos injustificados. La crítica debe señalar los defectos que se aprecian en una obra, sus supuestas imperfecciones, razonadas con más o menos acierto, pero no debe caer en la descalificación gratuita y general.

No obstante, hay múltiples condicionantes que intervienen para que la crítica se desvíe de su función primordial, y es probable que la más importante sea la influencia del mercado, el poder de ciertos medios. El propio Senabre lo explica así: hay demasiada consideración con editoriales poderosas, por una parte, y, por otra, excesivo temor a reseñar negativamente obras de autores prestigiados. Bueno, como la vida misma ¿no? Claro que no todo el mundo comparte esta opinión. García-Posada, en su libro “El vicio crítico” afirma que la influencia de los medios de comunicación, que es abrumadora, difícilmente se ejerce con productos tan minoritarios como la literatura. Y aún va más allá al afirmar que no hay crítico que tenga capacidad para alzar o hundir un libro.

jueves, febrero 21, 2008

Opinar

Hace unos días Alex de la Iglesia escribió una carta en “El País” replicando a un artículo anónimo que había aparecido en la sección de opinión de dicho periódico, y en el que se hacía una valoración despectiva del cine español en general. En dicha carta decía, entre otras cosas, lo siguiente:

¿Se imaginan a alguien diciendo "todos los escritores de este país son aburridos", o "los pintores españoles cansan con sus cuadros de siempre", o "basta ya, por favor, de zapatos españoles, preferimos los italianos"?
Lo que realmente duele de estos palos no es la rotundidad con la que se formulan, sino todo lo contrario, lo alegremente que se escriben, como sin darles importancia. Da la impresión de que no afectaran a nadie. Y ahí se equivocan, porque el cine español no sólo somos cuatro torpes directores sin talento, sino cientos o miles de profesionales que viven de nuestras películas, muchas familias que tienen que buscarse la vida haciendo cualquier otra cosa, porque esto del cine cada vez se lo ponen más difícil.

Debo admitir que me impactaron estas palabras. Me dejaron pensando. Es cierto que a veces se opina muy a la ligera sobre cualquier cosa. Se pontifica con rotundidad, como si uno estuviera en posesión absoluta de la verdad. Y parece que cuanto más duro y despreciativo se muestra uno, más demuestra su valía, su seguridad en sí mismo y en su criterio.
A mí me parece que no hay crítico infalible. Es inevitable que tarde o temprano se meta la pata, porque a fin de cuentas, cada uno tiene sus preferencias, sus gustos, sus debilidades, sus intereses.



En el libro “El ojo crítico”, ediciones B, 1990, se mostraban múltiples ejemplos de opiniones desafortunadas, expresadas por gente de indiscutible prestigio. Expongo unas cuantas:

Bertrand Russell dijo sobre Bernard Shaw: Me parece que Shaw, en conjunto, es más un calavera que un genio… No pude con Hombre y Superhombre: me repugnó.
Y el propio Shaw dijo sobre "Julio César", de Shakespeare: No hay una sola frase pronunciada por el Julio César de Shakespeare que sea, no diría digna de él, sino tan sólo digna de un jefe Tammani.

Pío Baroja dijo, en 1944, sobre Unamuno: Era el aldeano que sale del terruño y se hace rabiosamente ciudadano y adopta todos sus hábitos y procedimientos. Quiso primero ser un escritor español ilustre y después ser un escritor universal… Sus novelas me parecen medianas, y sus obras filosóficas no creo que tengan solidez ni importancia.

Virginia Woolf escribió en su diario sobre el Ulises, de James Joyce: Acabé Ulises y me parece un fracaso… El libro es difuso. Es salobre. Pretencioso. Vulgar, no sólo en el sentido común sino también en el literario. Quiero decir que un escritor de primera línea respeta demasiado el acto de escribir para permitirse hacer trampas.
No obstante, Constantino Bértolo, el compilador de estos fragmentos, escribe en el prólogo de “El ojo crítico”: Tener criterio significa poseer un entendimiento de lo que es la literatura y ejercer desde ese sentimiento sin miedo a equivocarse. (…) Es necesario que el crítico tenga una escala de valores desde la que enfrentarse a la obra y es conveniente que esa escala se transparente en su trabajo.
Y más adelante escribe: No existe lectura inocente. Uno lee desde lo que es y con todo lo que es. Me quedo con esta frase.

domingo, febrero 17, 2008

De libros

Entre los últimos libros que me han llamado la atención, debo empezar por el último de Haruki Murakami, “Sauce ciego, mujer dormida”, una recopilación de relatos editada por Tusquets. Cuando lo veo, viene a mi mente una frase que leí no recuerdo ahora dónde, según la cual Murakami resulta aún más eficaz en relatos o novelas cortas. Veremos.

Encuentro también el libro de Joshua Ferris, “Entonces llegamos al final”, editado por RBA y que fue finalista del National Book Award y elegido como uno de los mejores libros del año por el New York Times Book Review. Viene precedido por una importante campaña de promoción. Se trata de la primera novela de Ferris y la trama transcurre en una oficina. Y es cierto que son pocos los libros que escogen este escenario para desarrollar sus tramas, pese a que es algo que rige el estilo de vida de una gran parte de la población. Se habla del sentido del humor del libro. Está narrado en primera persona del plural.


Curioseo un poco sin rumbo y otro libro despierta mi interés. Se titula “Las voces del laberinto”, historias reales sobre la esquizofrenia, de Ricard Ruiz Garzón, editado por DeBolsillo. En la portada consta que ha obtenido el I Premio Miradas de la Fundación Manantial. Lo abro y leo el principio:

Estimado señor Paul Auster.
Le escribo porque mi hijo ha muerto. Se suicidó hace tres meses. En primavera. Tenía veinticinco años.
Le vi saltar por la ventana. Le vi morir. Y una vez abajo, vi también un libro en su mano izquierda. El mismo que estuvo leyendo toda la noche; se arrojó con él. Parece imposible, pero no lo soltó al chocar contra el suelo. Perdió hasta un zapato, pero conservó el libro. Costó Dios y ayuda arrancarlo de entre sus dedos. Días después, al hojearlo, hallé una extraña dedicatoria, y también una página marcada. El libro era “El Palacio de la Luna”…


Es un libro de relatos basado en testimonios reales. Sobre uno de los textos se ha rodado el documental “Uno por ciento, esquizofrenia”, de Ione Hernández.


Y otra de mis últimas adquisiciones ha sido el libro de Mónica Gutiérrez Sancho, editado por Caballo de Troya, “Si vuelves te contaré el secreto”. Una novela a ritmo de jazz sobre los peligros que acechan detrás del imprudente deseo de ser felices.

martes, febrero 12, 2008

Tiburón

Acaba de morirse Roy Scheider, al parecer de un cáncer de médula ósea. Tenía 75 años. En su filmografía destacan títulos como “The French Connection” y “All That Jazz”, por los que estuvo nominado al Oscar, y también, entre otros, “Marathon Man”, “52/Vive o Muere”, “El eslabón del Niágara”, “El Trueno Azul”… y, muy especialmente, “Tiburón”.



“Tiburón” se estrenó en el año 1975 y se trata de la adaptación cinematográfica de una novela de Peter Benchley. La película la vi en el ya desaparecido cine Tyris de mi ciudad, que exhibía en formato “Vistarama”. La novela la leí durante la convalecencia de una operación de vegetaciones. Cosas de la memoria. También leí otro titulo de Benchley: “Abismo”, que fue llevada al cine por Peter Yates, con Nick Nolte, Jacqueline Bisset y Robert Shaw en los papeles principales.

La historia transcurría en un pequeño pueblo llamado Amity, aunque en realidad se rodó en Martha's Vineyard, una isla situada frente a Cape Cod. Se trata de una localidad turística en cuyas playas aparece un enorme tiburón blanco que causa varias muertes. El jefe de policía Brody (Roy Scheider) quiere cerrar las playas por seguridad, pero se encuentra la oposición del alcalde (Murray Hamilton), quien entiende que el cierre de las playas supondría grandes pérdidas económicas. Se pide el asesoramiento de un biólogo marino experto en tiburones, Hooper (Richard Dreyfuss), que no tiene dudas sobre la seriedad del problema. El propio Peter Benchley interpreta a un reportero que informa sobre los acontecimientos que tienen lugar en Amity. Finalmente, Brody, Hooper y Quint (Robert Shaw), un rudo cazador de tiburones, se harán a la mar con la intención acabar con el terrible escualo.
Esta segunda parte, con los tres hombres en un viejo barco, en mitad del mar, a la búsqueda de un monstruo, es mi preferida. Brody es el hombre urbano que desconoce todo lo relacionado con la pesca y la navegación, Quint, por su parte, es un hombre hecho a sí mismo, que desconfía de la valía del científico Hooper. Lo trata, en ocasiones, como si fuera un aprendiz. Sin embargo, el peligro se encargará de unir esas dispares personalidades.

Existen escenas memorables, como aquella en la que Quint relata el episodio del USS Indianápolis, el barco que fue bombardeado cuando regresaba de entregar las piezas que formarían las bombas atómicas que serían arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki. La tripulación quedó en el mar a merced de los tiburones, que los fueron devorando uno detrás de otro. Una historia espeluznante que se mantiene sólo con el rostro de Shaw, que recita un texto cuya versión definitiva fue escrita por él mismo.

El encargado de dirigir el proyecto fue un joven Steven Spielberg que tuvo que afrontar múltiples dificultades. Spielberg reescribió el guión y eliminó la historia de amor que aparece en el libro entre la mujer de Brody (Lorraine Gary) y Hooper. El guión fue luego revisado por Howard Sackler y la redacción final la llevó a cabo Carl Gottlieb.
En este rodaje, todo lo que podía salir mal salió mal.
Bob Mattey, artesano de Hollywood durante cuarenta años, que ya había construido un pulpo gigante artificial para la película "20.000 leguas de viaje submarino", fue el encargado de materializar el proyecto del tiburón gigante. Le llamaron "Bruce", pesaba doce toneladas y necesitaba un equipo de 15 hombres para accionarlo. Pero, además, la mayoría de las veces no funcionaba en el agua. Para la escena de la jaula, se utilizaron tiburones reales y, como sólo medían cuatro metros y medio mientras que el de la película se suponía que medía casi ocho, hubo que utilizar una jaula más pequeña y meter en su interior a una persona muy bajita para que parecieran más grandes. Spielberg tuvo que echarle imaginación y utilizar la cámara subjetiva, la elipsis, el recurso de los barriles amarillos, en lugar de mostrar una y otra vez a un tiburón mecánico que se decoloraba y agrietaba por el sol y cuyos mecanismos hidráulicos perdían presión. De hecho, el tiburón apenas sale filmado por completo, siempre irrumpe parcialmente, lo cual intensifica el impacto de algunas escenas como aquella en la que Brody se encuentra tirando cebo al mar y que culmina con una de las frases más famosas de la película, “vamos a necesitar un barco más grande”, una frase que, al parecer, fue improvisada por Scheider. Otro recurso muy efectivo fue la música de John Williams, cuyos conocidos acordes delatan la presencia del tiburón sin necesidad de mostrarlo. Y, por supuesto, hay que destacar la importancia del montaje, que estuvo a cargo de Verna Fields.

Durante un tiempo, Spielberg sufrió la pesadilla de creer que se encontraba todavía en el cuarto día de rodaje y se despertaba angustiado.
Para el papel de Quint se pensó en un primer momento en Lee Marvin, quien rechazó la oferta. Respecto al jefe de policía, Carl Gottlieb, en el "Diario de a bordo de Tiburón" cuenta: "Charlton Heston quería encarnar el papel de Brody, el jefe de policía de la localidad veraniega, pero acababa justamente de salvar Los Ángeles de la destrucción total en "Terremoto" y parecía un jefe de policía demasiado imponente para una pequeña localidad veraniega de Nueva Inglaterra".

Tiburón es una película que te mantiene pegado al asiento y que ha tenido una notable influencia sobre cintas posteriores. Tuvo secuelas de muy inferior calidad: "Tiburón 2", "Tiburón 3D", "Tiburón, La venganza", etc. Por no hablar de su influencia en otros bichos marinos que también sembraron el terror en las salas de cine, como un pulpo, una orca, unas pirañas o, incluso, un calamar gigante. Y otros monstruos de diversa procedencia que, pese a que ahora ya es posible reproducirlos digitalmente, todavía se nos siguen mostrando por partes para intensificar el efecto en el espectador.


sábado, febrero 09, 2008

Caótica Ana

Habían pasado cuatro años desde el último trabajo de Julio Médem, el documental “La pelota vasca”, que tanta cola trajo. Y hubo gran expectación cuando Medem presentó este film dedicado a su hermana, trágicamente fallecida en un accidente de tráfico, pintora de la que aparecen algunos cuadros en la cinta, de colores muy vivos, muy expresivos.
“Caótica Ana”, como ejercicio de estilo, es interesante: los encuadres, la luz, los colores, las escenas oníricas, que destilan sensibilidad, resultan casi hipnóticas en algunos momentos, ayudadas por una banda sonora impecable y eficaz. Sin embargo, la trama termina por desinflarse y malogra una película que podía haberse convertido en un símbolo de una forma de sentir que nos conecta con nuestra esencia y con nuestro pasado. Pues de eso trata la historia.

Ana (Manuela Vellés) es una joven que vive con su padre en una cueva de Ibiza y que tiene un talento innato para la pintura. Vende sus cuadros en un mercadillo hippy, donde la encuentra una mecenas (Charlotte Ramplig) que la convence para trasladarse a Madrid, a una especie de escuela donde podrá desarrollar su talento. Allí conoce a otro artista, Said (Nocilás Cazalé), de quien se enamora; y traba amistad con Lidia (Bebe). Pero algo le ocurre a Ana, pues sufre una serie de episodios en los que pierde la noción de la realidad para sumergirse en visiones que pertenecen a otras vidas, a otras épocas. Un hipnotizador, Anglo (Asier Newman), la ayudará a explorar esas visiones. Ana comprenderá que es importante buscar el inicio de esas alucinaciones, cuyo nexo común consiste en que todas pertenecen a mujeres jóvenes que han tenido una muerte violenta.

Parece obvio que sólo desde la alegoría y la ilusión se puede sostener una trama como ésta. Uno debe aceptar semejantes planteamientos, y resistirse a la crítica fácil de muchos de los estereotipos que Medem dibuja en esta película, para entrar en ese mundo ficticio y mágico. Y tanto la música como la composición de las imágenes ayudan a ello.
Manuela Vellés está bien en su papel y consigue sacar adelante un personaje complejo cuyos trazos lo mantienen cerca del ridículo. Hubiera sido deseable que una historia mágica contara con un final acorde con las situaciones que nos propone. En lugar de eso, el director prefiere incrustar un final escatológico que rompe, a mi parecer, ese frágil universo. Una decepción. Yo había pasado por alto el absurdo de algunas situaciones para llegar a la esencia de una historia que intuía interesante, de haber seguido la senda de la fantasía y haber mantenido el tono de cuento impregnado de magia, pero no fue así.

miércoles, febrero 06, 2008

La ablación

Esta foto fue tomada por Kim Manresa en 1997. Se titula "Kadi, la ablación" y forma parte de una serie que recogió todo el ritual. En su momento fueron un impacto, pero pronto nos pusimos a mirar hacia otro lado. Recuerdo haber escuchado una entrevista con Manresa en la que relataba lo mucho que le había costado realizar ese reportaje, pues lo que realmente quería hacer era sacar a esa niña de allí. Hoy es el "Día internacional contra la ablación genital femenina". Esperemos que algún día pueda erradicarse esta práctica salvaje.
Kim Manresa, según escribió Pepe Baeza en el prólogo al libro de fotografías de la colección PHotoBolsillo, "cree en el valor testimonial de la fotografía, en su idoneidad como instrumento de denuncia, de desvelamiento de injusticias". Para realizar este reportaje, que se publicó bajo el titulo "El día que Kadi perdió parte de su vida", se implicó personalmente, mantuvo un contacto constante con esa familia hasta que consiguió ser autorizado a realizar las fotos. El rostro de esa niña sigue estremeciendo.

viernes, febrero 01, 2008

Desesperación

En una habitación de hospital está una niña de siete años que necesita urgentemente un trasplante de pulmones. Los médicos no le dan esperanza de vida; según ellos, hace tres días que debería haber muerto, a pesar de lo cual la niña sobrevive, merced a unas desmesuradas ganas de vivir. Su trasplante tiene la máxima prioridad, lo que quiere decir que en cuanto se disponga de los pulmones de un niño, en cualquier lugar del mundo, los mandarán urgentemente a este hospital. Junto a la cama están los padres de la niña, sentados en un pequeño sofá-cama. Están destrozados, apenas duermen, observando los tubos que mantienen viva a su hija y el monitor que certifica que todavía resiste. Entonces, sin pensarlo, la madre dice: Es increíble. No me digas que en los cinco días que llevamos aquí no se ha muerto ningún niño en ningún lugar del mundo.