jueves, diciembre 25, 2008

Feliz Navidad

Es este un post con aire navideño, así que os dejo unos videos:

1. Donde queda claro que las Navidades sacan lo mejor de cada uno:




2. Una de esas tonterías que circulan por internet y que nos regalan una sonrisa:




3. Un recuerdo al gran Groucho Marx que encontré buscando por youtube y que me apetece brindar aquí:



4. Y un poco de música:



Con mis mejores deseos…
El siguiente post será ya en 2009, así que también os deseo un Feliz Año Nuevo.

domingo, diciembre 21, 2008

Sobre blogs

Supongo que lo hace para llamar la atención, claro. O quizá por puro snobismo, que también podría ser. El caso es que el “Joven Autor”, que ya no es tan joven, resulta que escribe con su vieja máquina de escribir y le cuesta encontrar recambios. Pero se niega a pasarse al ordenador, no le gusta, vaya, porque él no entiende que un ordenador funciona sin necesidad de estar conectado a internet, así que en cuanto tiene la oportunidad (“se ve obligado”, dice él), pues aprovecha para navegar por internet. Hace unos días lo volvió a hacer, aunque él sigue afirmando que ha sido la primera vez en su vida, o casi (cómo me gusta esta puntualización).
¿Y qué le pareció? ¿Cómo le resultó la experiencia? Imagínense. Fatal. Le asombró que en la red existen datos “sobre todo lo habido y por haber, aunque demasiados no sean de fiar o estén equivocados”. Yo supongo que lo que hace el Autor es poner su nombre en un buscador y buscar los fallos. Y con esta prueba contundente, pues se hace una idea en cuestión de minutos de todo lo que ocurre en todo el ingente universo de internet, así de fácil, caray, que la gente se complica la vida con unas cosas…
Pero no obstante, lo que más le ha desagradado de todo han sido los blogs y los foros. No es la primera vez que arremete contra los blogs el Autor, pese a que no había navegado hasta ahora, al parecer. No entiende “que tantos escritores tengan un blog propio y le dediquen, por fuerza, numerosas horas de su tiempo”. Lo compara a estar sentado en un bar hablando de lo que sea, expuesto a que cualquiera coja una silla y te suelte a su vez “su rollo o—con demasiada frecuencia— sus imprecaciones”. Vamos, que no tiene nada que ver con escribir artículos en la prensa que, semana tras semana, provocan reacciones y cartas de lectores que muestran su acuerdo o desacuerdo con ellos, nada que ver.
Pero lo más preocupante son sus conclusiones. Dónde se habrá metido este pobre hombre para concluir que “hay en este mundo, o eso parece, una desproporcionada cantidad de odiadores, o llámenlos negativistas, resentidos, amargados, venados”. Jesús, qué mal lo ha pasado. Esto, constata este improvisado investigador cibernético, no ocurre tanto en los blogs en inglés, que seguramente también recorrió al completo en ese rato que estuvo él probando a ver qué era eso de la red. “En los españoles, en cambio, veo una sobreabundancia de rabiosos y cabreados, de individuos a los que todo parece una mierda, o que dedican horas y horas a estudiar la obra de un autor, por ejemplo, con el solo ánimo de ponerla a caldo, en vez de abstenerse —como sería lo lógico— de seguirla leyendo”. Sobrecogedor del todo.
Dice muy poco en favor del Autor denostar un medio que no entiende o que no quiere entender (o eso dice). Nadie le obliga, así que lo mejor que puede hacer es dejar de sacar conclusiones ofensivas y erróneas porque, de momento, el que ha demostrado ser un furibundo resentido es él, que ha insultado a propios y extraños de forma gratuita e injusta, en lugar de aplicarse lo que él mismo propone, esto es, abstenerse de seguir leyendo.
No es preciso insistir en que existen una gran cantidad de blogs en los que no se insulta a nadie y en los que se habla de distintos temas con la mayor honestidad posible y, sobre todo, con el máximo respeto. También hay sitios en los que la gente insulta amparada en el anonimato, no se puede negar esto, pero toda generalización es mala, y eso debería saberlo el Autor, cuyo nombre evito porque no tengo ningún interés en que la próxima vez que se meta en internet y se busque, llegue hasta aquí.
Por cierto, esta semana, escribe sobre fútbol, otra de sus pasiones.

Enlace al artículo sobre los blogs

sábado, diciembre 13, 2008

Naturalez infiel

Este ha sido uno de los libros revelación del año, una de las novelas más interesantes que se han publicado en los últimos meses y nos da la oportunidad de conocer a una escritora que crea adicción. Tan sólo dos libros de relatos, “La novia parapente” y “Dirección noche”, daban cuenta de su capacidad para contarnos historias que diseccionan el mundo con una mirada distante y, por eso mismo, tremendamente eficaz para crear un sentimiento de inquietud en el lector, un desasosiego que se clava en el pecho. En sus libros nada sobra, ya han sido despojados de todo lo accesorio, así que no hallaremos florituras, detalles innecesarios, nada más que los hechos escuetos, en su puro esqueleto, aunque filtrados por la mirada incisiva y curiosa, no exenta de humor e ironía, de Cristina Grande.

“Naturaleza infiel”, aunque novela, se asemeja a un libro de relatos. Relatos que están interrelacionados, que van completando una historia, que se ordenan sin respetar la linealidad temporal, más bien sujetos a las leyes de la memoria, al orden desordenado que nos lleva de un recuerdo a otro y, todos juntos, van formando la imagen familiar, la historia de dos hermanas gemelas que viven su adolescencia, sus problemas, sus amores, allá por los años ochenta. La voz narradora es de Renata, una de las hermanas, que va desgranando la historia de la familia sin concesiones, manteniendo un mismo tono ante las alegrías y ante las tragedias, sin caer en dramatismos pese a la dureza de algunas situaciones.
Cristina Grande tiene un excelente ojo para los detalles y es capaz de describirnos a un personaje de un modo indirecto, hablándonos de algo que le perteneció, de un objeto que de pronto se humaniza, como en el siguiente párrafo:

Empotrado en una pared del pasillo, junto al armario despensa —aún lleno de latas de conserva y botellas de vino— estaba el armario de los zapatos, todo negro por dentro. El estante más alto era el de mi padre. Sus pares seguían allí bien aparcados, con el morro hacia dentro. En todos ellos el tacón del zapato izquierdo estaba mucho más desgastado que el del derecho. Él decía que tenía la pierna izquierda más larga que la derecha. La verdad es que era fácil reconocer sus pisadas porque, siendo una más débil que la otra, se asemejaban al sonido cardiaco de sístole y diástole. Era como si caminara con el corazón.

Nos narra una historia cercana, nos introduce en el núcleo familiar, en sus problemas, sus ilusiones, sus derrotas y pequeñas victorias, sus dramas, sus secretos, y así, paso a paso, nos habla también de una época, de un momento convulso en el que todo empezó a cambiar.
Cada capítulo puede ser un recuerdo o una reflexión, puede durar un instante o recorrer varios años, con una maestría estilística indiscutible. Un personaje, un suceso, un objeto… son los hilos conductores de los breves capítulos que van tejiendo la historia total, sin eludir asuntos como la muerte, el sexo, las drogas o las pequeñas miserias que toda familia intenta ocultar. Y el entorno social está ahí, en los detalles cotidianos y en las vivencias personales, como un ruido de fondo que nos llega lejano y dibuja el entorno en el que se mueven los personajes.
Libro que se lee con ansiedad y que nos muestra una de las voces narrativas más hipnóticas que podemos encontrar en las librerías. Un libro que al abrirlo y hojearlo te atrapa entre sus páginas.


sábado, diciembre 06, 2008

Un grito en la noche

La filmografía de Marc Forster resulta muy interesante: “Más extraño que la ficción”, “Descubriendo Nunca Jamás”, “Monster’s ball”, “Cometas en el cielo” o la última entrega de James Bond, “Quantum of solace”; también “Tránsito”, que me pareció fallida, y un título que encontré por casualidad en dvd: “Un grito en la noche”. Y es de ésta última de la que quiero hablar. Ya sé que debería detenerme en la entrega número 22 de James Bond, pero lo dejaremos para otro día, pues no quiero dejar pasar la oportunidad de recomendar “Un grito en la noche”, uno de los primeros títulos de Forster, rodada en el año 2000 y merecedora del gran premio del jurado en el festival de Sundance de ese mismo año.

La cinta está protagonizada por una espléndida Rhoda Mitchell y nos narra una historia aparentemente corriente que se va volviendo asfixiante, llegando a cotas propias del cine de terror, pese a que no hay elementos fantásticos aquí. La comparación la hago únicamente por el cambio de actitud que sufren las personas del entorno, amigos y vecinos que parecen transformarse de un modo extraño y repentino, como si nos hubiésemos sumergido en una pesadilla de la que no podemos despertar.
La película está filmada con una técnica que la acerca al vídeo casero, con encuadres supuestamente improvisados, movimientos de cámara bruscos y, poco a poco, gracias al predominio de las sombras, al encuadre de los planos y, sobre todo, a una música inquietante, las imágenes van adquiriendo un tono amenazador.

La historia se centra en un grupo de amigas que se encuentran unidas por la emoción que sienten ante el próximo nacimiento del primer hijo. Todo son consejos y risas, hasta que una de ellas pierde al bebé al día siguiente del parto, de un modo tanto más trágico cuanto que resulta del todo imprevisible. Este hecho, lejos de acarrearle el cariño y la comprensión de su entorno, lo que le produce es aislamiento. Sus amigas parecen evitarla, todas quieren mantenerla al margen de los felices momentos que viven.
La sociedad, inflexible y eficaz, va aislando al elemento distorsionante, de un modo sutil, falsamente amable, que puede transformarse en abiertamente hostil si las circunstancias lo requieren.

domingo, noviembre 30, 2008

Algunas notas

Las cosas se mueven deprisa en el mundo literario. Se observa gran actividad y, últimamente, se han producido diversos acontecimientos que merece la pena repasar.

En estas fechas tiene lugar la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México), una de las más importantes de cuantas se celebran en el mundo. En esta ocasión se va a homenajear la figura del escritor Carlos Fuentes. De momento, ha arrancado concediendo el Premio FIL de Literatura 2008, dotado con 150.000 dólares y que otorga la Asociación Civil del Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, a Antonio Lobo Antunes.

El Premio Nacional de las Letras, dotado con 40.000 euros, ha sido para el escritor Juan Goytisolo quien, según el artículo aparecido en ABC, declaró: “Es una noticia, ni buena ni mala, sólo una noticia. A mi edad, ningún premio hace ilusión. Me lo han dado y punto. Igual me sentiría si hubiese sido el premio Cervantes. No soy grosero, ni tampoco quiero ser descortés, pero no me produce ninguna emoción recibir un premio. Acabo de llegar de México, y lo que realmente me apetecía en estos momentos era dormir un par de horas y darme un buen baño”. Juan Goytisolo es autor de una extensa obra entre la que se encuentran “Señas de identidad”, “Duelo en el paraíso”, “Makbara” o “Paisajes después de la batalla”, entre otros.

El Premio Cervantes, dotado con 125.000 euros, ha sido este año para el escritor Juan Marsé, lo cual ha caído muy bien al mundo literario en general, ya que Marsé es, sin discusión, uno de los autores más importantes de nuestras letras. Se mantiene la alternancia entre un autor hispanoamericano y uno español, ya que el año pasado lo obtuvo Juan Gelman. Entre los candidatos de este año figuraban Nicanor Parra, Bryce Echenique, Mario Benedetti, Ana María Matute, Caballero Bonald, Francisco Nieva y Javier Marías, entre otros. En esta edición se ha cambiado la composición del jurado, dándosele mayor relevancia a gente de las letras en detrimento de aquellos relacionados con instituciones públicas. Juan Marsé, autor de títulos ya clásicos como “Últimas tardes con Teresa”, “Encerrados con un solo juguete”, “Si te dicen que caí”, “Ronda del Guinardó”, “El embrujo de Shanghai” o “Rabos de lagartija”, se mostró ilusionado por el galardón, aunque puntualizó que la literatura no tiene nada que ver con los premios.

No deja de resultar curioso que Juan Marsé y Juan Goytisolo sean los dos únicos escritores españoles que hayan recibido el Premio FIL de Literatura, según compruebo en la lista que aparece en la página de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.

Otros premios que se han concedido recientemente son los siguientes:

El premio Herralde de novela 2008 recayó en su última edición en el mexicano Daniel Sada, por su obra “Casi nunca”. Y el finalista fue Iván Thays con “Un lugar llamado Oreja de Perro”. Thays es el autor de uno de los mejores blogs literarios de la red: “Moleskine”. Ayer fui a comprar su libro. No lo encontraba, pregunté por él y un dependiente fue a la sección de narrativa extranjera y me entregó uno de los tres ejemplares que allí había. Le hice notar que el autor era peruano y que debería estar en la sección de narrativa española y latinoamericana. Dijo que alguien se habría equivocado y se marchó sin cambiar los libros de sitio.

El premio internacional de novela “Luis Berenguer”, concedido por el Ayuntamiento de Cádiz ha sido para el escritor Javier Puebla por su novela “La hija de la cucaracha”. Javier Puebla se dio a conocer en 2004 al quedar finalista del premio Nadal con su novela “Sonríe Delgado”.

El Premio de Narrativa Antonin Artaud ha sido para el libro “Pétalos y otras historias incómodas”, de Guadalupe Nettel, un libro de relatos que leí hace unos meses y que me pareció muy interesante.

El premio de Narrativa “Dulce Chacón” ha sido para “Crematorio”, de Rafael Chirbes.

Y dos premios de poesía: el Premio internacional de poesía Claudio Rodríguez ha recaído en Ángel Petisme, por su poemario “Cinta transportadora”. Y Cristina Peri Rossi ganó el Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe.



Por otra parte, y cambiando de tema, el viernes hubo en Madrid dos actos de los que me quiero hacer eco.

En la librería “El bandido doblemente armado” se presentó la colección “Vagamundos”, de la editorial Traspiés, una colección de libros ilustrados. Los dos primeros títulos publicados son: “Donde sueñan los tigres”, de Ana Ayuso, y “Una humilde propuesta”, de Jonathan Swift, ilustrados por Juan Gonzalo Lerma y Sergei Furst respectivamente.

Y en el Bukowski Club se presentó el último libro de Carlos Salem, una recopilación de relatos que lleva por título “Yo también puedo escribir una jodida historia de amor”. La primera novela de Carlos Salem, “Camino de ida” fue distinguida en la Semana Negra de Gijón como la mejor primera novela negra publicada en español este año.

Termino aquí este breve repaso a algunos de los acontecimientos literarios de los últimos días.

domingo, noviembre 23, 2008

La marca de Creta


Óscar Esquivias nació en Burgos en 1972 y tiene ya una considerable obra publicada, destacando quizá su trilogía, compuesta por los títulos: “Inquietud en el Paraíso”, “La ciudad del Gran Rey” y “Viene la noche”. También había cultivado el género del cuento, por supuesto, pero hasta ahora no había reunido sus relatos en un volumen. El libro se titula “La marca de Creta” (Ediciones del Viento) y ha sido merecedor del “V Premio Setenil”, en el que un jurado presidido por José María Merino eligió el mejor libro de relatos editado entre abril de 2007 y abril de 2008. En el acta del premio se dice: “estos dieciséis cuentos demuestran la enorme variedad de intereses y registros de Esquivias y su capacidad para sugerir en pocas páginas la inagotable riqueza de la vida”.

Son relatos independientes entre sí, entrelazados por el estilo pulcro y cuidado del autor, porque Oscar Esquivias escribe con precisión de cirujano y, si en sus novelas puede dejarse llevar por la historia en algunos momentos, en los relatos se muestra contenido y exacto. “La marca de Creta” es un libro que se disfruta de principio a fin, un libro francamente recomendable y una buena manera de conocer a un autor de trayectoria imparable y que, seguro, aún tiene que dar mucho que hablar. Un autor discreto que no necesita nada más que su trabajo para ganar lectores.
En sus historias subyace siempre una preocupación por las relaciones humanas, centradas en la familia, la pareja y la amistad. Sus personajes alcanzan una sorprendente consistencia y se mueven en un mundo convencional, entre imposturas y relaciones forzadas, buscando su propia identidad.

“Maternidad” nos cuenta la historia de una mujer que acoge en su casa a un muchacho que busca una habitación de alquiler y llama a su puerta por error, una relación que irá poco a poco adaptándose a la que mantendría cualquier madre con su hijo. En “El padre del fotógrafo” es el hijo quien acoge en su casa al padre ya anciano, un padre no querido con quien se establece una relación fría, cargada de rencor. “La reina del puré”, pese a su brevedad, ofrece una demoledora estampa familiar. “El origen de las especies” se centra en la relación de dos mujeres que manifiestan sus enfados dejando de realizar las tareas del hogar; y cuyas reconciliaciones se sellan con agotadoras jornadas de limpieza, lo cual constituye un eficaz recurso para que Esquivias nos hable del deterioro de su convivencia. “Formas de morir” narra las consecuencias en una familia de la trágica muerte del padre. “El sistema de la tragedia” se centra en la llegada de un hombre a la vieja casa familiar, tras el fallecimiento de la madre, para hacerse cargo de los bienes, y en el enfrentamiento con su hermana. Otras historias, como “Las fiesta más divertida” o “Hijos de Dios” hablan del proceso de madurez, de la salida del refugio familiar para enfrentarse al mundo. Historias y personajes que se nos presentan con gran realismo, historias que crecen más allá de su extensión en el libro, que van recorriendo diversas etapas de la vida y que parecen ordenarse respetando un orden biológico para finalizar con el relato más extenso de todos, el que da titulo al libro, “La marca de Creta”, que se centra en las reflexiones de un anciano que realiza una peculiar valoración de su existencia. Pero en este recorrido que he señalizado destacando unas cuantas historias, hay mucho más: personajes tangenciales, relatos que parecen salirse del esquema marcado para mayor riqueza del conjunto, como “Biológicas: una lectura providencial”, que cuenta la historia de una mujer capaz de predecir el futuro de los recién nacidos de su localidad que, por una u otra causa, van a alcanzar la celebridad. Un libro en el que tiene un lugar destacado el tono distanciado del narrador, punteado con dosis de un humor amargo.
Si en las historias de Esquivias destacan sus personajes, no es menos cierto que ocupa un lugar relevante también la ciudad en la que se mueven. Burgos y su entorno se convierten en otro de los motivos conductores del libro. Motivos que se cruzan, como si de una partitura musical se tratara, en el recorrido hipnótico que nos brinda la prosa rica, elaborada y amena del autor.


viernes, noviembre 14, 2008

Encuentros

Desde que terminé el servicio militar, hace ya más de veinte años, nos habremos encontrado unas cinco veces. Esto quiere decir que nos vemos, aproximadamente, una vez cada cinco años. Vamos cambiando, nuestro pelo se va volviendo cano, o va cayendo, y de año en año ganamos kilos de más. Pero la alegría de nuestros encuentros es sincera. Son breves, porque él va conduciendo o voy conduciendo yo, y apenas nos da tiempo a intercambiar un par de frases, pero cuando se aleja me queda una sonrisa en el rostro que perdura bastante tiempo. El otro día lo volví a ver. Un taxi se detuvo a mi lado, bajó la ventanilla y escuché su saludo: “¡Qué pasa, pues!”

Hicimos la mili en Zaragoza, y allí se escuchaba mucho el “pues” como muletilla, de modo que el saludo es una referencia a lo que nos une: nuestra estancia en el cuartel de artillería antiaérea de Garrapinillos. Él era el peluquero. Recuerdo perfectamente cuando lo designaron para ese puesto. Era un muchacho alto, de ademanes bruscos, que no quería ser peluquero de ninguna forma, pero en aquella situación pocas cosas eran discutibles. Sin embargo, al poco tiempo, cuando paseabas con él por el cuartel, decía: “¿ves a ése?” y a continuación exclamaba: “A ése le corté el pelo yo; ¿a que está bien?”
Era una persona que siempre veía el lado positivo de las cosas. Siempre lo he visto con una enorme sonrisa iluminándole la cara.

Cuando iba de permiso a casa, su madre le contaba a todo el mundo que era peluquero y se pasaba el fin de semana cortando el pelo a los hijos de las vecinas. Nos lo contaba riendo. Yo pensé que era posible que se pusiese a trabajar de peluquero al acabar la mili, pero no fue así. La primera vez que lo encontré conducía un camión de reparto de refrescos. Me lo enseñó con orgullo, siempre contento, siempre riendo.

Ahora conducía un taxi. Me asomé y vi su rostro sonriente. Le estreché la mano. Me dijo que había cambiado el camión por el taxi. Le dije que mi hija mayor cumplía ese mismo día quince años. Nos alegramos de vernos y nos separamos. El semáforo se puso en verde y lo vi alejarse. Quedé mirándolo, con media sonrisa en la cara, con ganas de haber charlado más rato con él, preguntándome cuándo volveríamos a vernos.
Luego, no sé por qué, me dio por pensar que llegará un momento en que ya no nos encontraremos más, y probablemente no seremos conscientes de ello.

viernes, noviembre 07, 2008

Entradas de cine


Cuenta Medardo Fraile en “Entradas de cine” que Rafael Azcona llegó a escribir un guión sobre la novela “Autobiografía”, de la que destacó su erotismo.

“Lo hizo en 1989 con el título de El Laberinto, y se encargó él mismo de buscarle un productor, Eduardo Ducay Berdejo, cuyo último éxito había sido El bosque animado. Ducay me compró los derechos y se puso en contacto con José Luis Cuerda para dirigirla, pero éste, después de aceptar, consideró que una oferta que le habían hecho en televisión era más lucrativa”.

¿Qué habrá sido de ese guión? ¿Alguien se decidirá a filmarlo alguna vez? Hay muchas historias que se han quedado en el papel, sin llegar a convertirse en película. Pero tal vez, algún día, alguien se decida a rescatar ese guión de Azcona. Será todo un acontecimiento.

Medardo Fraile es un amante de las películas y sigue fascinado con ellas. Medardo es capaz de encandilar a los demás con sus reflexiones. Pero en este libro no sólo habla de cine. En ningún momento adopta una posición elevada o pedante para desgranar aspectos técnicos que los comunes mortales no habremos captado, sino que, por el contrario, nos habla de cine desde la butaca de al lado, aprovechando el tema para hablarnos de sí mismo. El cine y la vida, unidos sin remedio. Desgrana Medardo los recuerdos que le asaltan al ver determinada película, o las reflexiones que le suscita cierto elemento fílmico, su forma de ver el mundo, su vida ligada a las imágenes cinematográficas, las películas como parte de la propia biografía.
El cine se ha convertido en elemento importante de nuestra educación, de nuestra formación personal. Momentos, ideas y opiniones pueden ir ligados a una determinada escena, a una línea de diálogo.

Muchos de los artículos reunidos en este libro fueron publicados en la revista “Nikel Odeon”, otros en ABC, añadiendo uno publicado en “Lateral” y dos conferencias que permanecían inéditas. Un conjunto reunido en la primera parte del libro, titulada precisamente “Entradas de cine”, un título, por cierto, que me parece magnífico. La siguiente sección lleva por título “Cortometrajes” y reúne algunos textos publicados en “Diarios del Sur” y, por último, dos “Sesiones de cine” que suceden en los relatos “Ojos inquietos” y “Retorno a lo intangible”, todo un lujo.

Habla con admiración de Jane Fonda: “en Jane Fonda intuimos siempre un resto de virginidad inextinguible, un fondo abierto a las revelaciones, una pasión alerta que busca el milagro de seguir hinchando el globo de colores sin sospechar que se rompa”; de las películas basadas en obras de Hemingway: “es fama que Hemingway, a pesar de su invariable descontento con el tratamiento que el mundo del cine daba a sus obras, jamás se preocupó de ver hasta el final ninguno de los films basados en ellas; o se marchaba antes, o se dormía en la butaca”; de “Volver a empezar”, donde nos cuenta que “el film de José Luis Garci comenzó a volverse, para mí, incómodamente personal”; de Orson Welles, de Marilyn Monroe, de Frank Sinatra o de Buñuel, textos todos amenos y directos que, con humor, trascienden los límites del artículo y nos llevan más allá, hacia el espacio que se comparte con un amigo, el terreno neutral de una agradable charla.

“Cuando se dice que un film [...] es el más bello que uno ha visto en la vida, debería llegar más lejos, hasta sorprenderse de esa afirmación e indagar los porqués del entusiasmo, no tanto en la factura del film como en uno mismo, tratando así de conocerse mejor”.

El pasado 24 de Octubre se presentó el libro en el Círculo de Bellas Artes, en Madrid. Medardo Fraile estuvo acompañado por José Luis Garci, Lourdes de Orduña, Juan Cobos y Antonio Huerga. Entre el público, Eduardo Torres-Dulce, Angelina Lamelas, Ángel Zapata, etc. La sala estuvo abarrotada. La charla fue cálida y amena. Fue un privilegio haber podido estar allí.

miércoles, noviembre 05, 2008

El hombre

En 1964, Irving Wallace escribió una novela titulada “El hombre”, que trataba sobre la posibilidad de que un hombre negro llegara a ser presidente de los EE. UU. Este era el texto de la contraportada:

¿Puede un negro llegar a ser presidente de los Estados Unidos? ¿Es posible que logre superar las infranqueables barreras - intereses monopolísticos, grupos de presión, racismo, indiferencia, inoperancia del sistema electoral americano - que indudablemente encontrará a su paso? E incluso en el caso de que consiga franquear todos estos escollos, ¿podrá llevar adelante su empeño de transformar el país, de convertirlo en una auténtica democracia?
En EL HOMBRE, el lector hallará la respuesta a esa serie de interrogantes. Como consecuencia de un terrible accidente, y según prevén las normas de la actual Constitución norteamericana, Douglass Dilman se convierte en el primer presidente negro de los Estados Unidos.
Las repercusiones - públicas y privadas - de esta elección son inmediatas. Dilman, que está en el gobierno pero no tiene el poder, intenta llevar adelante su programa tratando de superar con decisión los problemas nacionales y las crisis internacionales, enfrentándose a la pasividad de ciertos sectores, a la incomprensión de otros y a la abierta hostilidad de sus adversarios.
Combinando hábilmente realidad y ficción, Irving Wallace confirma su talla de excepcional novelista y logra darnos un diagnóstico crítico y contundente sobre uno de los más graves problemas que tiene planteados la nación norteamericana.


Hoy recordé la existencia de este libro, está descatalogado, así que lo he pedido por internet a una librería de segunda mano.

Nadie sabe qué pasará en esta legislatura, cómo podrá Obama resolver la difícil situación que se va a encontrar, nadie sabe si podrá hacerlo, si será un buen presidente o no, pero lo que sí es cierto es que hoy se abre una esperanza, la esperanza de que las cosas puedan cambiar a mejor, y eso es algo que nadie puede negar. Es un día histórico.
Acabo de enterarme del fallecimiento del escritor Michael Crichton, a los 66 años de edad, víctima de un cáncer. Murió ayer, el día de las elecciones estadounidenses.

domingo, noviembre 02, 2008

HFS - Atxaga y Martínez de Pisón

Bernardo Atxaga (seudónimo de Jose Irazu Garmendia) e Ignacio Martínez de Pisón mantuvieron una amena conversación con el periodista Luis Alemany en la Iglesia San Juan de los Caballeros. Ambos escritores tienen una sólida trayectoria literaria. Atxaga es autor de “Obabakoak”, “El hombre solo”, “El hijo del acordeonista”, “Esos cielos”, etc. Martínez de Pisón, por su parte, tiene en su haber títulos como “Alguien te observa en secreto”, “Foto de familia”, “Carreteras secundarias”, “El fin de los buenos tiempos”, “El tiempo de las mujeres”, “Enterrar a los muertos”, “Dientes de leche”, etc.
La charla transcurrió cordial, sin gravedad: fue el encuentro de dos amigos que empezaron a hablar de sus cosas, de su manera de afrontar el reto literario.

Dijo Martínez de Pisón que se siente atraído por la literatura que indaga en la realidad, al modo de Amos Oz en “Una historia de amor y oscuridad” o John Lanchester en “Novela familiar”; una literatura del yo.
Bernardo Atxaga opina que es un error considerar que existe un tema al cual uno se acerca. Es un error de concepto, ya que no es así como se escribe. El libro se va haciendo a medida que se va escribiendo.
Ambos fueron tirando del hilo, intercambiando opiniones sobre el oficio de escribir. Dijeron, por ejemplo, que cuanto más compleja es la realidad, más ayuda en literatura hablar de algo cercano. Se intenta poner orden donde no lo hay. La realidad no se puede explicar.
Un escritor debe intentar siempre huir del cliché. Acudir a la realidad no deja de ser un modo de huir del cliché.

En la elaboración de una obra es muy importante eliminar, valorar los errores. Es necesario observarse desde la distancia. También hace falta tener oído para la prosa, ser capaz de percibir la música. Y, sobre todo, tener claro lo que se quiere contar. Cuando uno tiene claro lo que quiere contar, lo cuenta con sencillez.
También señalaron que se debe huir del efectismo. Es un error eludir lo central e ir por el margen con la intención de crear un efecto sentimental. No se puede eludir el sentimiento, es evidente, pero debe manejarse con cuidado, con sobriedad.

Martínez de Pisón dijo que antes creía que si la novela terminaba mal era mejor que si terminaba bien. Pero un día terminó un libro bien y le gustó. Desde entonces, sus libros terminan bien.
Atxaga quiso profundizar algo más en la idea del sentimiento y, tras pensarlo un poco, dijo que las canciones son sentimentales. Si una canción no habla de amor no la oye nadie. Sonrió y habló de un amigo que se había separado y que, en cierta ocasión, le dijo: “Desde que me separé de mi mujer todo lo que me pasa está en los cuarenta principales”.
El tono resulta distendido, un tanto errático, un punto improvisado.

Piensa Martínez de Pisón que su primer libro de relatos era imperfecto. Habla de personajes pequeños y defectuosos.
Interviene Atxaga y dice que es diferente escribir desde la lejanía, uno se hace más osado, como le ocurrió a Salman Rushdie. Empieza Atxaga a hablar como si pensase en voz alta, como si estuviera aclarando sus ideas allí mismo. Habla de que tuvo que escribir una historia sobre gente que conocía, sobre su entorno y, por la historia, se vio obligado a hablar de la tortura, aunque no quería hacerlo, pero la historia lo requiere y a veces no hay más remedio que dejarse llevar por la historia. Y esas cosas pasan cuando habla de su mundo. No quiere adoptar una postura política, tan sólo hablar de la gente que le rodea. En este sentido, en su literatura existe un “nosotros” limitado. No habla en nombre de todos los vascos, ni mucho menos. En este aspecto sería como cuando a Churchill le preguntaron si le caían bien los franceses y contestó “lo siento, no los conozco a todos”. Definitivamente, ha abandonado el “nosotros”.
Por último habló de lo mucho que le había impresionado el viaje que había hecho recientemente a los EE.UU. Ha visitado reservas indias. El mundo de los Apaches, dijo, mueve a la compasión.

Esta fue la última charla a la que asistí en el Hay Festival de Segovia. Procuraré seguir asistiendo a próximas ediciones y contarles lo que allí vea.

martes, octubre 28, 2008

HFS - Ferrero y Cozarinsky



Jesús Ferrero y Edgardo Cozarinsky hablaron sobre cine y literatura moderados por Félix Romeo. Jesús Ferrero es un reconocido escritor con una sólida trayectoria narrativa en la que cabría destacar títulos como “Belver Yin”, “El efecto Doppler”, “Amador, o la narración de un hombre afortunado”, “El último banquete”, “Las trece rosas” o “Ángeles del abismo”, por citar algunos de los títulos más conocidos. Edgardo Cozarinsky, por su parte, es un escritor y cineasta argentino que reside entre París y Buenos Aires. Ha realizado veinte películas, entre ellas “Tango deseado”, “La guerra de un hombre solo” y “Ronda nocturna”. Ha escrito ensayo y narrativa: “El pase del testigo”, “Vudú urbano”, “La novia de Odessa” (un libro de relatos que compré allí mismo, pues no había leído nada suyo), “El rufián moldavo” y “Maniobras nocturnas”, entre otros.

Se inició la charla hablando del cierre de las salas de cine. La gente joven va en masa a los festivales de rock, pero no va al cine. Dijo Cozarinsky que en Buenos Aires hay el doble salas de teatro que salas de cine. Ante esto, Ferrero comentó que todo artefacto narrativo debe tener un “efecto realidad”, y parece evidente que el cine está perdiendo su efecto realidad. En el teatro griego, parece ser que la gente avisaba al protagonista del peligro que le acechaba. El cine fue algo impactante, sólo hay que recordar el susto que se llevaba la gente al presenciar la película de la salida del tren de los hermanos Lumiere. Pero ahora la gente ya no se cree lo que ve en la pantalla.
Ferrero dijo que Internet es todavía un medio muy joven, pero que es posible que tenga que ser un género nuevo el encargado de revitalizar el arte visual. Cozarinsky comentó que haría falta un filtro en Internet porque hay mucha basura, un filtro fiable, del mismo modo que en literatura hay voces que nos van guiando. Por ejemplo, él llegó a Sebald a través de lo que sobre él escribió Susan Sontag.

Dice Ferrero que, por lo general, los directores de cine no quieren escritores entre ellos. Cuando un escritor trabaja para el cine debe plegarse a los deseos del director. Esto es algo que a él no le importa, ya que lo que realmente le atrae de trabajar para el cine es el hecho de que te obliga a visualizar lo que estás contando. Él ha trabajado para el cine en varias ocasiones y le gusta. Con Almodóvar trabajó en “Matador”, que ha terminado por convertirse en la obra maldita de este director. Hay historias que uno las imagina en una película, mientras que otras se presentan claramente como novelas. Pero el problema en el cine, insistió, es que no hay trabajo para los escritores, ya que, por lo general, el director se cree escritor; al final el director se apodera del guión.
Cozarinsky dice que su experiencia ha sido atípica y zigzagueante. Habló un poco de la película “La guerra de un solo hombre”, basada en la figura de Jünger. La película ofendió a los franceses. Jünger era uno de los escritores preferidos de Hitler, aunque nunca lo trató personalmente. Jünger no intervino en ninguna actividad y fue defendido por Brecht después de la guerra. La película tiene detrás una compleja labor de montaje.
Cuando sobrevives a una película has envejecido dos años o tienes una úlcera o una adicción a las drogas que no tenías antes. Y luego viene el “servicio pos-venta”, que implica viajar y repetir cosas que al final ya ni crees.
Dice que siempre ha escrito, que su verdadera vocación es escribir. Quizá si no se hubiera dedicado al cine tanto no se habría dado cuenta de lo mucho que le gusta escribir.
El cine es una industria. No entiende la etiqueta de “cine de autor” porque el cine es, ante todo, colaboración, necesita de la intervención de mucha gente.

Dice Ferrero que una película tiene una serie de limitaciones, entre ellas el formato plano, todo transcurre en los límites de una pantalla, mientras que el libro, en ese sentido, es más amplio porque cuenta con la imaginación del lector. Un narrador, además, puede entrar en el alma de sus personajes.
Cozarinsky responde que todas las artes tienen sus limitaciones, sus reglas. En este sentido, resalta la importancia del sonido en el cine para ayudar a narrar cosas que no están en la imagen en ese momento.
Al parecer, hace años que Ferrero filma la vida cotidiana y ha almacenado mucho material. La duración de sus historias es de unos 20 o 30 minutos, y éste es un formato difícil de encajar para una posible comercialización. Confiesa que alguna vez ha convertido un guión o una obra de teatro en una novela porque tiene que vivir de su trabajo.
Comentaron también el cambio que había experimentado el cine oriental en los últimos años, pues había pasado de ser un cine reposado y reflexivo a convertirse en un cine frenético. Entonces Cozarinsky aprovechó para contar una anécdota sobre Bresson. Cuando una señora le dijo que sus películas le parecían muy lentas, él contestó: “es que cuando voy al cine como espectador no estoy apurado”.

jueves, octubre 23, 2008

HFS - Mario Vargas Llosa


En un artículo titulado “La fiesta de la palabra”, Juan Cruz escribe:

Ahora, casi cuatro años después de la primera experiencia, soy un apasionado del Hay Festival. Acaso porque soy un apasionado de escuchar a aquellos que no se sienten felices hablando solos.

Juan Cruz se encontraba entre el público que asistió a la charla de Mario Vargas Llosa, que llevaba por titulo “La literatura y el escritor”. Fue una especie de charla confesión, de entrevista a sí mismo, de curso acelerado sobre el oficio de escribir. Se preguntaba y se respondía, con sentido del humor y transmitiendo la cercanía de estar hablando en realidad con cada uno de los allí presentes, sin vanidades. Las típicas preguntas dando lugar a reflexiones, a recuerdos, confesiones, saltando con agilidad de un punto a otro, sin perder el hilo, demostrando que es un experimentado orador que encandiló sin esfuerzo al abarrotado auditorio del Teatro Juan Bravo. Félix Romeo se limitó a darle la palabra, ni siquiera necesitaba presentación.
Hay una serie de preguntas recurrentes que le suelen hacer siempre a un escritor, así que su intención fue responderlas es esta conferencia.

¿Por qué escribe?
Es una pregunta a la que se le dan distintas respuestas. Todas son aproximadas, pero ninguna es la verdad. Cree que el motivo se encuentra en la limitada experiencia de la vida de él y su generación. La lectura fue algo esencial en su infancia, capaz de ampliar sus horizontes, y de ahí surge luego la idea de escribir sus propias historias. Su madre le contó que lo primero que escribió fueron continuaciones de sus lecturas, o finales alternativos de las mismas.
El primer escritor que leyó de un modo sistemático fue Alejandro Dumas. La muerte de D’Artagnan en el último libro lo dejó consternado, más dolorido que con la muerte de algunos familiares. También Víctor Hugo fue un autor esencial en su formación.
Su padre lo metió en un colegio militar, “Leoncio Prado”, con la esperanza de que así se le iría la afición a la literatura, que le parecía una ocupación poco sería. Sin embargo, en el tiempo que pasó en ese colegio leyó más que nunca.
Cree lo que dice Sartre sobre la literatura, que es un foco de acción, que las palabras son actos.
A Faulkner lo leyó en estado de trance y aprendió de él que la técnica es algo fundamental, así que se esforzó por descifrar la complejidad de las estructuras. Comprendió la importancia del narrador, del punto de vista y del empleo del tiempo, que es siempre una creación, el tiempo literario no es real, es funcional.


¿Cómo llegó usted a ser escritor?
Al principio escribía cuentos, pues le parecía que serían más fáciles de publicar. Tenía que desempeñar lo que llamó “trabajos alimenticios”, así que tenía poco tiempo libre y escribía los días festivos. Eso le provocaba la sensación de estar haciéndose trampas. Así que tomó un día la decisión de ser escritor. Fue una decisión firme y, desde ese día, las cosas empezaron a cambiar. Debía dedicar la mayor parte del día a escribir y los trabajos alimenticios tenían que colocarse en segundo plano. Y entonces tuvo la convicción de ir por el buen camino.

¿De dónde saca sus temas?
Los temas nacen siempre de imágenes de la memoria que, por razones misteriosas, tienen un valor efervescente para la imaginación. El misterio está en por qué ocurre esto con unos recuerdos y no con otros.
Su primera novela (“La ciudad y los perros”) nació de su estancia en el colegio militar “Leoncio Prado”.

¿Cómo trabaja?
Se define como disciplinado. Es un escritor que carece de inspiración, así que intenta contrarrestar esto con el trabajo. En ese sentido, su maestro es Flaubert, que también carecía de inspiración.
Le gusta especialmente el trabajo de documentación, durante el cual visita los lugares en los que va a transcurrir la historia, lee todo lo que puede relacionado con ella… Va siguiendo ideas.
Corrige mucho. Termina sus novelas cuando tiene la sensación de que si sigue, la obra empezará a empobrecerse.
Generalmente, no llega donde quería.

¿Escribir es un placer o un aburrimiento?
Sin duda, la sensación de haber derrotado a un enemigo y la sorpresa por ver cómo ha evolucionado la obra, le proporciona una gran satisfacción.



¿Es importante para usted la crítica?
Reconoce que, por lo general, los escritores son seres humanos y, como tales, les gusta que los halaguen y les molesta que hablen mal de ellos o de su trabajo.
Pero para un escritor no es la crítica lo que más le importa, sino el proceso que va desde la primera idea hasta el final de una novela, esa es la aventura. Escribir es una experiencia exultante que le hace creer a uno que es capaz de alcanzar una suerte de inmortalidad, que ha sido capaz de atrapar la vida en el papel.

¿Sus libros pueden cambiar las vidas?
Es difícil saber si una afirmación así puede ser cierta, pero sí se niega a creer que la literatura sea un puro entretenimiento. Se pregunta si él sería como es si no hubiera leído las grandes historias que ha leído.
Piensa que la literatura hace a los seres humanos más aptos para la infelicidad, pero también para la libertad. La literatura rompe fronteras, nos hace más próximos a los demás. Tiene la capacidad de volver a la gente inconforme, por lo que el escritor debe afrontar su vocación con responsabilidad.

En el turno de preguntas del público, explicó que el viaje que hizo a La Amazonía en 1958 inspiró tres de sus libros: “La casa verde”, “Pantaleón y las visitadoras” y “El hablador”.
También le preguntaron qué está escribiendo ahora y contestó que está escribiendo una novela que transcurre en sitios que no conoce y en la que ocurren cosas que tampoco conoce, con lo que todo parece indicar que no debería escribirla. Se trata de una historia sobre un nacionalista irlandés, Roger Casemant, que vivió en el Congo y también pasó por la Amazonía. Pese a todo, espera terminarla alguna vez.

Mario Vargas Llosa fue el autor más votado por los participantes, por lo que fue merecedor del premio Hay Festival, que consistió en una primera edición del libro de Charles Dickens “Our mutual friend”.

viernes, octubre 17, 2008

HFS - Grande, Argüello y Menéndez Salmón


Malcolm Otero Barral moderó la charla con Cristina Grande, Javier Argüello y Ricardo Menéndez Salmón, bajo el titulo “Nuevos narradores” y con la intención de comentar hacia dónde va la nueva narrativa española y cuáles son sus referentes.
Javier Argüello es autor de los libros “Relatos imposibles” y “El mar de todos los muertos”. Cristina Grande, autora de dos interesantes libros de relatos, “La novia parapente” y “Dirección noche”, acaba de publicar una novela, “Naturaleza infiel”, cuya calidad no ha pasado desapercibida en los medios. Ricardo Menéndez Salmón era un autor muy poco conocido hasta que su novela “La ofensa” se convirtió en un fenómeno editorial; sus últimos trabajos publicados son la novela “Derrumbe” y el libro de relatos “Gritar”.
Entre el público estaba Gustavo Martín Garzo, Álvaro Enrigue, y también coincidí con David T. González, compañero en la blogosfera, aunque luego nos perdimos la pista; espero que la próxima vez lo programemos mejor.

Pregunta obligada. ¿Qué tienen ellos en común? Respuesta evidente: nada. No forman una generación; y no tienen nada que ver con la llamada Generación Nocilla. Argüello dijo que uno no es quién para hablar en nombre de su generación, puesto que cada uno recorre un camino distinto. Cristina Grande estuvo de acuerdo con eso y comentó que son las lecturas las que le eligen a uno. En su caso, Natalia Ginzburg la llevó a Chéjov y no al revés, cada autor va formando su mapa personal. Nadie recorre el mismo camino. Méndez Salmón, por su parte, se muestra más interesado con la literatura centroeuropea que con la española. Destaca tal vez su preferencia por Juan Carlos Onetti entre los autores de lengua hispana.

Sobre su propia evolución comentó Argüello que uno descubre hacia dónde va en el camino. No hay un camino marcado, una idea preconcebida, sino que cada uno va evolucionando. Cristina Grande está de acuerdo y dice que escribir es, en cierto modo, una tarea de reconstrucción, de investigación que intenta demostrar algo, descubrir una verdad oculta que se haga evidente. Menéndez Salmón, por su parte, dice que cada vez le cuesta más leer pura ficción y que seguramente se dirigirá en el futuro hacia una narrativa más combinada con el ensayo. Cree que esa es la dirección global que está tomando la literatura que le interesa, la autoficción, la consolidación del yo como personaje.


Relación entre vida y obra. Uno escribe desde la experiencia, dice Argüello, ordenándola, dándole coherencia. Piensa que si algo tiene sentido, es ficción, puesto que la realidad nunca lo tiene. Cristina Grande, por su parte, dice que, aunque utiliza material autobiográfico, siempre marca una distancia y transforma esa realidad de la que parte. Y Menéndez Salmón insiste en que le cansa escribir ficción y confiesa que en su novela “Derrumbe”, la autobiografía impregna la ficción.

Se les pregunta entonces cómo afecta el éxito. Argüello presentó un relato a un concurso en el que se hallaba de jurado Vila-Matas. A raíz de eso publicó su libro de cuentos que tuvo una calurosa acogida que no esperaba. Admite que todo eso le ha afectado. Nunca pensó que tendría que exponerse ante los demás. El caso de Menéndez Salmón es distinto, puesto que llevaba una obra anterior, aunque conocida por una minoría, pero piensa que eso le ayudó a no creerse los elogios ni a rasgarse las vestiduras por las críticas, puesto que su pluma no había cambiado. Lo mismo le ocurre a Cristina Grande, ya tenía libros publicados y su novela lo que ha supuesto es el salto a una editorial más grande y la posibilidad de llegar a más lectores.


Los tres han cultivado el género del relato con seriedad. Creen que es un género exigente. No es una cuestión de calidad lo que lo condiciona frente a la novela sino de rentabilidad comercial. Piensan que es necesaria la industria del best-seller para que se generen beneficios editoriales que permitan publicar obras y autores minoritarios.

Por último, en el turno de las preguntas del público, le preguntaron a Cristina Grande si vivía de escribir o tenía otro trabajo. Ella dijo que tenía otro trabajo, también Argüello admitió vivir de otro trabajo, y ambos estuvieron de acuerdo en afirmar que les parecía que era bueno que fuera así, pues era una manera de mantenerse conectados con el mundo.
A Menéndez Salmón le preguntaron qué pensaba él del “escritor comprometido”, a lo que contestó que lo respetaba, aunque no consideraba que fuera una función indispensable para el escritor. Le molestan los libros “moralistas” que intentan adoctrinar. Y terminó nombrando un impecable ejemplo de obra comprometida y buena literatura: “Crematorio”, de Rafael Chirbes.

sábado, octubre 11, 2008

HFS - Cristina Fernández Cubas


La escritora Cristina Fernández Cubas charló con el escritor y crítico literario Juan Antonio Masoliver Ródenas en la Iglesia de San Juan de los Caballeros, y el encuentro comenzó con el anuncio de la publicación de sus cuentos completos, en la editorial Tusquets, prologados por Fernando Valls. Es un acontecimiento importante. Cristina Fernández Cubas es una escritora muy interesante, que ha cultivado de un modo relevante el género del relato, al que ha dedicado por el momento los libros “El ángulo del horror”, “Los altillos de Brumal”, “Mi hermana Elba”, “Con Ágatha en Estambul” y “Parientes pobres del diablo”. También es autora de las novelas “El columpio” y “El año de Gracia”, la obra de teatro “Hermanas de sangre” y el libro autobiográfico “Cosas que ya no existen”.

Se destaca de ella su originalidad. Es una escritora independiente, fuera de tradiciones, cuyas influencias literarias resultan difíciles de rastrear. Sabemos poco de ella. La vemos a través de sus libros, en los que queda patente su preocupación por el periodo de la infancia y la adolescencia. No escribe con nostalgia del pasado y huye de los tópicos. Algunas de sus historias pueden catalogarse como literatura de terror, otras como fantásticas, o góticas, aunque siempre va más allá de las reglas de los géneros. Sabemos que nació en Arenys de Mar (Barcelona), que estudió en un internado y que es admiradora de Poe.

Dice que siempre distingue entre fantasía e imaginación. La que crea es la fantasía, no la imaginación. Lo explica diciendo que en “El Quijote”, la fantasía correspondería a D. Quijote y la imaginación a Alonso Quijano.
Se define como escritora pragmática que huye de la retórica. Persigue la capacidad de que la voz del narrador se identifique con el personaje, aún manteniendo la distancia con lo narrado.
La literatura tiene para ella algo de conjuro. Vuelca en ella lo que le da miedo.
Sus títulos son muy llamativos. Muchos de ellos surgieron a raíz de un sueño, como “El ángulo del horror” o “La mujer de verde”. El nombre de Brumal surgió como la mezcla de “brumas” y “mal”, y resultaba muy eficaz para designar a uno de esos pueblos que son mirados con recelo por algo que ocurrió hace mucho tiempo, algo que probablemente ya nadie recuerda, aunque el rechazo perdura.

Cristina Fernández Cubas enfoca la charla, como buena narradora, hacia la elaboración de las historias. Nos abre la trastienda de su laboratorio y nos encandila al contarnos detalles sobre su forma de escribir, sobre el origen de algunas historias, sobre su concepción del cuento…

En el internado en el que estuvo de pequeña había algo que se repetía todos los años y que ella odiaba. Tenían que escribir un cuento de Navidad. Y el cuento de Navidad tenía sus reglas, bastante estrictas. Una de esas reglas era que en dicho cuento tenía que ocurrir un milagro. A ella eso le fastidiaba mucho. Sin embargo, un día, muchos años después, se dio cuenta, por ciertos detalles, que su cuento “La mujer de verde” transcurría en Navidad y, en cierto modo, en ese cuento ocurre un prodigio. Así que pensó que por fin había sido capaz de escribir el “cuento de Navidad”.

Le atraen mucho las historias paralelas. Cuenta que ella sentía curiosidad por cómo sería la vida en un Convento, así que pensó en escribir una novela sobre una monja. Hace un inciso para desvelar algo que le suele suceder: Cuando escribe sobre algo, ese algo se le aparece por todas partes. Y cuando escribía sobre esa monja, veía monjas por todos lados. Por esa época, viajó a Palma de Mallorca, a visitar a una amiga que resulta que vivía cerca de un Convento de clausura. Esta amiga veía el convento desde su casa y le contó algo que había ocurrido tiempo atrás. La abadesa de ese convento salió un día, fue a su casa y le pidió que la dejara contemplar el convento desde allí. Aquella historia, ese viaje de la abadesa tan sólo para ver su convento desde fuera, le fascinó y quiso incluirla en su novela. Pero no cuadraba por ninguna parte, así que escribió con ella un microrrelato y se olvidó del tema.
Algún tiempo después escribió un cuento titulado “Ausencia”. Fue uno de esos cuentos que ella llama contrarreloj, los que surgen cuando de repente te invade una idea que no puedes dejar. “Ausencia” trataba de una mujer que perdía la memoria y tenía que ir construyendo su identidad. La escribió de un tirón. Quedó satisfecha con el resultado.
Dos años después, al releer “Ausencia” se dio cuenta de que en ese relato, en cierto modo, se encontraba la historia del viaje de la abadesa real, porque también la protagonista de esa historia salía de sí misma para verse desde fuera y poder reconstruir su vida.
El autor cree que está escribiendo unos cuentos y, de repente, puede descubrir que ha estado escribiendo otras cosas. También hay veces en que el autor no llega a descubrirlo nunca.

Cristina Fernández Cubas piensa que no ha cambiado su forma de escribir con el tiempo, pero cree que es más osada en sus planteamientos, aunque se empeña en que no se note. Es bastante autocrítica. Sabe si una historia va bien o no y si ve que no funciona la historia puede acabar en la papelera para siempre. Su nivel de exigencia siempre incluye al lector, ya que lo tiene muy presente a la hora de determinar si un texto está funcionando o no.
Si sus libros de relatos tienen una unidad, ésta no es premeditada; ocurre porque están escritos bajo unas mismas condiciones. Sus últimos libros están compuestos por cuentos muy distintos, lo cual no deja de ser otra manera, más osada, de dar unidad a un libro, explicó con cierta ironía.

Generalmente es la historia la que pide su espacio. Suele saber si una idea va a dar lugar a un relato o a una novela, aunque también ha habido relatos que han pedido luego más espacio, como “El columpio”. En el caso de “Hermanas de sangre”, decidió escribir una obra de teatro basada en una reunión de antiguas compañeras de colegio después de asistir a una de esas reuniones. Claro que la reunión de la ficción acababa desembocando en un suceso trágico.
Por lo general, el autor al escribir piensa que va hacia un sitio, pero puede terminar en otro. Borges decía que “es un gran alivio conocer el final”

Al hablar de las razones por las que el cuento está aparentemente en desventaja con la novela, lo explicó como un asunto meramente comercial. No obstante, el cuento está encontrando su espacio cada vez con más firmeza. El cuento es un artefacto más intenso, en el que todo debe cumplir una función, sin concesiones. Un solo párrafo fallido puede arruinar todo el conjunto.

jueves, octubre 09, 2008

Premio Nobel de Literatura 2008


Por fin se desveló el misterio. Más allá de las quinielas y las polémicas, la Academia Sueca vuelve a sorprender con un nombre que no sonaba con fuerza en ninguna lista: Jean-Marie Gustave Le Clézio es el Premio Nobel de Literatura 2008. En cuanto me entero, me pongo a buscar entre mis libros hasta que encuentro lo que esperaba, un viejo libro de Le Clézio titulado “La guerra”. No lo he leído, así que me siento y comienzo con él.

La guerra ha comenzado. Nadie sabe dónde ni cómo, pero es así. Está detrás de la cabeza, hoy, ha abierto la boca detrás de la cabeza, y sopla. La guerra de los crímenes y los insultos, la furia de las miradas, la explosión del pensamiento de los cerebros. Está así, abierta sobre el mundo, cubriéndolo con su red de hilos eléctricos. Cada segundo progresa, arranca algo y lo reduce a cenizas. Todo le sirve para golpear. Tiene infinidad de colmillos, uñas y picos. Nadie quedará en pie hasta el final. Nadie será perdonado. Así es. Es el ojo de la verdad.

Busco en internet y encuentro otros libros suyos. El más reciente parece ser “El africano”, editado por Adriana Hidalgo Editora, un libro de memorias que parece muy interesante. También hay otros libros editados por Tusquets, como “La cuarentena”, y por ediciones Cátedra, como “El atestado”. También el libro “Urania”, editado por El Cuenco de Plata. Otros fueron editados por Versal, Seix Barral o Debate, y me temo que serán muy difíciles de encontrar. Como puede verse, hay una gran dispersión editorial de la obra de este autor en español.

Le Clézio nació en Niza, en 1940, y reside en Nuevo México, aunque parece ser que le gusta viajar y ha vivido en muy diferentes lugares. La Academia lo define como “escritor de la ruptura, autor de nuevos rumbos, de la aventura poética y de la sensibilidad extasiada, investigador de una humanidad fuera y debajo de la civilización reinante”. Se da la casualidad de que este año también se le ha otorgado el premio literario sueco Stig Dagerman, que recogerá el 25 de Octubre en Estocolmo. La entrega del Nobel será el 10 de Diciembre.

Foto: AP, en Milenio.com

domingo, octubre 05, 2008

HFS - Alejandro Zambra y Álvaro Enrigue

Una charla bajo el epígrafe de Bogotá 39 y moderada por Jorge Herralde. Comenzó con la presentación de los dos escritores, de quienes se destacó su pasado como críticos literarios.

Alejandro Zambra envió su novela “Bonsái” directamente a la editorial Anagrama. La novela tuvo una importante repercusión; incluso fue traducida y publicada, dada su corta extensión, en una revista norteamericana. Fue merecedora del premio de la crítica. Su segundo libro se titula “La vida privada de los árboles”. Se ha convertido rápidamente en un miembro destacado de la nueva narrativa chilena.
Álvaro Enrigue, por su parte, es autor de la novela “Diario de un instalador”, una obra de referencia para una generación. Su segunda novela “Cementerio de sillas” fue reconocida como mejor libro del año en México en 2002. Luego vino su libro “Hipotermia”, que, dado que no es estrictamente una novela y tampoco un libro de relatos, Enrigue lo llamó “artefacto narrativo” o “cosa encuadernada”, haciendo gala de su buen humor. Su último libro se titula “Vidas perpendiculares”.

Como suele ocurrir, todavía, la referencia al “boom” latinoamericano parece obligada. Ambos coincidieron en verlo como un fenómeno lejano con el que no se identifican, lo cual no quiere decir que lo rechacen, de hecho Enrigue admitió su admiración por autores como Vargas Llosa. Pero resulta difícil asimilar un fenómeno como el “boom”.

Hago un pequeño inciso para decir que la charla se desarrollaba con un aire de improvisación, como si fuera algo poco preparado, sensación que se hizo más patente cuando una espectadora decidió intervenir en el desarrollo de la misma y a pedir que hablaran de tal o cual cosa, hasta el punto que la invitaron a subir al escenario, lo cual ella rechazó, afortunadamente.

Alejandro Zambra dice que en Chile los que realmente son famosos son los poetas. El 95% de los escritores son poetas. Los narradores no son famosos, por eso prefiere la vida solitaria del narrador. Le parece difícil decir qué clase de libros escribe, ya que lo que más le importa al escribir es la forma. Cuando le preguntan, contesta que escribe “novelas de acción”, porque algo de acción sí que hay.
Se destaca de él su capacidad para podar. Precisamente, dice aludiendo al titulo de su libro, para hacer un bonsái, es necesario dominar su forma.

Álvaro Enrigue habló de la sensación que se tiene de que cada libro es el último, como si se acabara la novela, un discurso literario bastante extendido. De hecho, le interesa jugar con los géneros y le parece imposible escribir una novela típica en la actualidad.
Comentó, al hablar de la relación de los escritores con el cine, que Guillermo Arriaga había dirigido su tesis, aunque se negó a dar el titulo. Dijo que es común que los escritores vivan del cine, pero que no suelen utilizar su nombre real.

Se habló también del movimiento de escritores “Bogotá 39”, que no está centrado en una idea estilística sino en una idea geográfica. Los componentes son muy diferentes entre sí. Apenas se conocían y se habían leído poco, por lo que “Bogotá 39” sirvió como integración y como promoción de lo que se está haciendo en literatura en América Latina.

Como consecuencia de la intervención del público, se habló de la conveniencia de vivir en el extranjero para poder escribir del propio país desde la distancia. Zambra dijo que había vivido un año en Madrid y que había sido importante, pero más por su aprendizaje del lenguaje que por otra cosa. Enrigue vivió varios años en EE.UU. Admitió que vivir fuera para ver el propio país puede ser bueno, pero no está seguro de que las novelas traten sobre las ciudades. Aventuró entonces una idea interesante. Vivir en el extranjero es más una cuestión relacionada con las estructuras mentales, pues es posible que ciertos lenguajes provoquen determinadas ideas.
Es posible que lo que realmente está pasando es que las etiquetas nacionales van desapareciendo a favor de los escritores globales. Un mexicano, dijo Enrigue, puede estar más influenciado por un autor estadounidense o francés que por uno de su propio país. Lo cual me parece muy cierto.

lunes, septiembre 29, 2008

Hay Festival Segovia 2008

Un año más en el Festival Hay de Segovia. Llegué el sábado y me marché el domingo. Viaje relámpago en esta ocasión, pero me dio tiempo a asistir a las siguientes charlas:
-Álvaro Enrigue y Alejandro Zambra en conversación con Jorge Herralde.
-Cristina Fernández Cubas en conversación con Juan Antonio Masoliver.
-Un cine de palabras: Edgardo Cozarinsky y Jesús Ferrero en conversación con Félix Romeo.
-Nuevos narradores: Javier Argüello, Cristina Grande y Ricardo Menéndez Salmón en conversación con Malcolm Otero Barral.
-La literatura y el escritor: Mario Vargas Llosa.
-Bernardo Atxaga e Ignacio Martínez de Pisón en conversación con Luis Alemany.


Las iré contando en próximas entradas, pero aprovecharé ésta para hablar de algunas cosas tangenciales.
En primer lugar, me llamó la atención que las obras que se hallan frente al Acueducto siguen sin terminarse. Ignoro cuándo está prevista su finalización, pero me sorprendió encontrarlas prácticamente igual que el año pasado.



Por otra parte, algunos actos tienen lugar de forma simultánea, por lo que la elección de unos conlleva inevitablemente la renuncia a otros. Esto es curioso, pues cuando se coincide con las mismas caras en dos o tres actos, se piensa que esas personas tienen algo en común con uno mismo.
Este año acudieron también Michael Ondaatje, Daniel Pennac, Carme Riera, Andrés Ibáñez, Paul Preston, Diane Wei Liang, Juan Manuel de Prada, Espido Freire, Aminatta Forna, Juan Goytisolo, etc. Pero a sus charlas no pude asistir.

Me hizo mucha ilusión encontrarme con David González, que andaba por allí entrevistando escritores para la muy recomendable web “Avión de papel”.



La jornada del domingo resultó un poco extraña, ya que la noticia de portada de todos los periódicos era la muerte de Paul Newman, un mito del cine, protagonista de títulos que forman parte de nuestro imaginario colectivo, y esto me dejó un poco consternado, el día transcurrió un poco más lento de lo normal.

Sólo me resta anunciar que ya salió el número 11 de la Revista Narrativas, con el siguiente índice:

● Ensayo
Novelas negras argentinas: entre lo propio y lo ajeno, por Martha Barboza

El cine de las ilusiones de Paul Auster, por Alfredo Moreno
Nocilladream.afm, por Oscar Sáenz Corchuelo

● Relatos
La puerta falsa, por Sergio Ramírez
El detective poeta, por Salvador Gutiérrez Solís
Ritual con mar, lluvia y cuadros de Manet, por Arnoldo Rosas
Ada Neuman, por Patricia Esteban Erlés
Dos siluetas de simulcop, por Pablo Giordano
El legado del sueño, por Eva Díaz Riobello
Cambio de centuria, por Julio Blanco García
La espera, por Rosa Lozano Durán
Las tres, por Lourdes Aso Torralba
Fluorescente, por Gilda Manso
Chicle, por Luis Emel Topogenario
Amor eterno, por María Dubón
Polvo maldito, por Paul Medrano
Escalera de melodía, por Emilio Gil
Manflora, por Luis Mariano Montemayor
El taxidermista, por Fulgencio Martínez
La perla de Córdoba (II), por Carlos Montuenga
Primer día, por Lara Moreno
Dicen los fotógrafos suicidas, por Francisco Javier Pérez
No somos nada, por Juan Antonio González Cantú
La silla, por Jonathan Minila Alcaraz
The green hole, por Antonio J. Real
Debut Inocuo, por Rolando Revagliatti
En el Urupagua, por Eduardo Cobos
Algún día, por Javier Guerrero
Accidente, por Miguel Sanfeliu
Amor carnal, por Gina Halliwell
La mujer de mis sueños, por Juan Carlos Ordás
Muerte en una página, por Daniel A. Gómez
El pergamino, por Óscar Solana López
Exorcismo, por Víctor Montoya

● Novela
Crónica de una inundación (Extracto), por Juan Carlos Vecchi
Fuegos de artificio (Capítulo), por Carlos Manzano

● Narradores
Soledad Puértolas

● Reseñas
“El país del miedo” de Isaac Rosa, por Vicente Luis Mora
“Cuentos y relatos libertinos” edición de Mauro Armiño, por Recaredo Veredas
“España” de Manuel Vilas, por Luisa Miñana
“La grieta” de Doris Lessing, por María Aixa Sanz
“La tarde del dinosaurio” de Cristina Peri Rossi, por Carlos Manzano

● Entrevista
Joaquín Diez-Canedo (editor), por Omar Piña

● Miradas
Pensar la soledad es pensar la muerte, por Juan Fernando Covarrubias

● Novedades editoriales

domingo, septiembre 21, 2008

David Foster Wallace



David Foster Wallace era un escritor de escritores. No se puede entender a la nueva generación de escritores norteamericanos sin tenerlo en cuenta. Era el más importante, el más torrencial, el más innovador. Esta semana comenzó con el anuncio de su muerte. David Foster Wallace se ahorcó en su domicilio. Lo encontró su mujer, Karen Green. Vivían en Clearemont, California. Era profesor de escritura creativa en la Universidad de Pomona. Era un escritor admirado, un autor esencial en la historia de la literatura. Tenía 46 años. Eduardo Lago, en el obituario que escribió para El País informa que hace unos años “el propio escritor pidió que lo internaran en una unidad de vigilancia hospitalaria pues no se sentía capaz de controlar su pulsión suicida”.

La noticia me pilló desprevenido. Intenté comentarla con algunos amigos, pero pocos sabían a quién me refería. No era un personaje popular, excepto entre la gente aficionada a la escritura. De hecho, los libros de Foster Wallace provocan que a uno le entren ganas de ponerse a escribir. Su prosa, que se despliega en varias direcciones, difícil de controlar, aunque el autor la sujeta con mano firme, impidiendo que se desboque, como parece ser su tendencia, resulta elegante e hipnótica, todo un ejercicio de estilismo fascinante ante el que sólo nos queda maravillarnos y contener nuestro asombro. Sus libros se involucran en la realidad, indagan en el tejido social, y toma partido, con sentido del humor, pero también con sentido de la responsabilidad. Es un autor crítico con el mundo en el que le ha tocado vivir.
Sin embargo, encuentro pocas referencias a la muerte de este autor. No escucho nada en ningún programa de televisión. Tampoco por la radio. Pocas líneas en la prensa. Es en internet donde están las referencias que buscaba. Los blogs se encargan de difundir la noticia, de cantar los logros del autor desaparecido, blogs de admiradores incondicionales, algunos empeñados en demostrar quién es el más “FosterWallaciano” de todos. Yo tan sólo he leído un par de libros, aunque eso no me impide estar al día sobre cada una de sus publicaciones, sobre su influencia y su importancia. Tampoco por ello siento menos su muerte. De hecho, no me la quito de la cabeza.
Es el momento de comprar los libros suyos que aún no tengo. Seguro que todos serán reeditados en breve. Siempre es así. Cuando un autor muere, la gente sale a comprar sus libros. Yo también lo hago, no puedo negarlo.

David Foster Wallace ha pasado a formar parte de esa macabra lista de autores que decidieron poner fin a su vida; como Ernest Hemingway, que se pegó un tiro; o Jerzy Kosinski, que se asfixió cubriéndose la cabeza con una bolsa de plástico; o Sylvia Plath, que metió la cabeza en el horno y abrió el gas después de sellar la puerta de la cocina con cinta aislante y preparar el desayuno de sus hijos pequeños, que todavía dormían; o Virginia Woolf, que metió piedras en los bolsillos de su vestido y se sumergió en las aguas del río Ouse, en el condado de Sussex; o Sarah Kane, que se ahorcó con los cordones de sus zapatos, en el baño de una habitación de hospital, cuando tenía tan sólo veintiocho años; o John Kennedy Toole, que también se ahorcó, creyendo que era un escritor fracasado; o Hunter S. Thompson, que se pegó un tiro hace unos años, porque pensó que haber vivido 67 era más que suficiente; o Yukio Mishima, que se hizo el hara-kiri; o Jack London, Maiakovski, Quiroga, Mariano José de Larra, Primo Levi, Cesare Pavese, Emilio Salgari, y tantos y tantos otros.
La literatura es un refugio…
Ahora, uno se fija en las referencias al suicidio que se encuentran en las páginas que escribió, como ese relato titulado “El suicidio como una especie de regalo”. O el siguiente párrafo, que encuentro en su relato “Lyndon”: «La mala fortuna quiso que Jeffrey viera en aquello razón suficiente para quitarse la vida, y se la quitó de una manera especialmente desagradable. Y en la mesa que había junto a los tubos de la calefacción de los cuales se colgó, dejó una nota…»
Pero creo que Foster Wallace no dejó ninguna nota.


La fotografía es de Suzy Allman, publicada por The New York Times.

domingo, septiembre 14, 2008

Crisis

Cuando Juan López se detuvo frente a la entrada del edificio de oficinas en que trabajaba y, sin previo aviso, se puso a bailar a ritmo de rap, provocó sonrisas, expresiones de asombro y elocuentes movimientos de cabeza; solo quienes le conocían muy bien supieron comprender que acababa de sufrir un agudo ataque de nervios. Su Jefe llegó en ese momento y, al verlo tumbado sobre la acera, dando vueltas y vueltas, sin acabar de dar crédito al espectáculo que se le ofrecía, tomó una decisión con presteza y, al compás de aquel bailoteo, pidió a López que le acompañara a su despacho.
El despacho del Jefe se asemejaba a una enorme sala de operaciones o, al menos, causaba en López el mismo ánimo que si lo fuese, tanto es así que el solo crujido del asiento de cuero le hizo sentir tan asustado como si acabara de despertar de una horrible pesadilla. "Perdóneme, no sé qué es lo que me ha pasado". Pero el Jefe sí parecía saberlo, por supuesto; y no solo eso, sino que también era poseedor del remedio a sus problemas.
‑López, tómese la semana libre, vaya al campo con su familia, descanse, relájese, olvide el trabajo unos días y verá cómo el lunes se encuentra en plena forma.
El abatido Juan López dio las gracias y se marchó. Sus compañeros intentaron interesarse por su estado pero él los ignoró, absorto en sus propios problemas, preguntándose dónde ir a pasar el día, pues a su casa no le apetecía volver tan pronto, ya que el ambiente que le esperaba en ella no era el más propicio para superar una crisis. Su mujer llevaba varios días hablándole del divorcio y confesándole un sinnúmero de aventuras sexuales, mientras su hijo se encerraba en la habitación y se inyectaba cocaína o heroína o lo que mierdas fuese, con una insoportable música a todo volumen. No era precisamente la estampa familiar que había soñado a lo largo de su vida. Su hogar no era el reposo del guerrero, mas bien era la guarida de las fieras.
Arrastrando las piernas llegó hasta el parque de los Viveros y se dejó caer en un banco de madera, los pies en el suelo y la cabeza hundida entre los hombros. Un viento impertinente revolvió los cuatro pelos con los que intentaba ocultar su incipiente calva pero no le importó. Sus pequeños ojos grises se clavaron en el suelo examinando el enorme esfuerzo de unas hormigas que transportaban una cucaracha muerta. Antes de que se diera cuenta le cayó una lágrima que casi aplastó a uno de los insectos. Levantó la vista hacia un cielo que tenía las persianas cerradas y aspiró con fuerza el aire húmedo de la mañana.
Recordó los días que había pasado en aquel parque cuando era niño y todo le parecía muchísimo más grande, cuando el futuro era una imprecisa esperanza de felicidad, cuando se sentía seguro entre los brazos de sus padres. Entre estos árboles había paseado con su primera novia y, sentados en uno de estos bancos, se habían besado. Tal vez si se hubiese casado con ella todo hubiese sido distinto.
Una muchacha pasó entonces frente a él y le sacó de sus pensamientos. Era joven y bonita y, detrás de sus largas piernas, correteaba un pequeño perro de color blanco. Inmediatamente, Juan López sintió envidia de aquel animal, ausente de los problemas humanos, receptor de las caricias que le prodigaría su hermosa dueña, feliz correteando por el parque entre perfectas piernas de seda, con su ración de comida asegurada; y sin agobios de pagos ni stress ni hijos drogadictos ni nada de nada.
El perro se le quedó mirando fijamente, sintiendo sin duda pena por su lamentable estado. O quizá en su ignorancia envidiaba la situación de Juan López quien, por su parte, correspondió a aquella mirada con otra que intentaba escarbar en la pequeña cabeza del animal. Sus ojos se cruzaron fijamente hasta hacerle sentir que se desprendía de su cuerpo. Inexplicablemente, Juan López se vio a sí mismo sentado en el banco del parque, con expresión ausente y profiriendo suaves ladridos. Se vio desde lejos y sintió una extraña energía. Dio una vuelta sobre sí mismo y varios brincos, presa de una inexplicable sensación de euforia. Meneó la cola con fuerza y se acurrucó entre las largas y suaves piernas de su dueña.

domingo, septiembre 07, 2008

Dejad de quererme



Junto a la Plaza de España, en Madrid, encuentra uno más de una docena de salas que proyectan películas en versión original. Todas muy cercanas: Golem, Princesa, Renoir… Un lugar ideal para ver interesante cine de autor. A veces, cuando ando por allí, entro en una sala y, al salir, siento la tentación de entrar en otra. Y alguna vez lo he hecho. En otras ocasiones, se queda en mi cabeza un trailer, una película que ha llamado mi atención por algo y tengo que volver para verla. Esto es lo que me pasó con “Dejad de quererme”, película francesa dirigida por Jean Becker.
Un día de este verano, dejé a la familia durmiendo la siesta y me escapé al cine. Primera sesión. Soy de las pocas personas que prefieren ir a la primera sesión. Me gusta porque suele haber poca gente y me sirve de descanso, aunque admito que se corre el riesgo de quedarse uno dormido si la película resulta aburrida. No es el caso de “Dejad de quererme”.

La historia te atrapa desde el principio. De pronto, nos enfrentamos a un personaje que parece que acaba de estallar. En una reunión de trabajo empieza a decir lo que nadie se atrevería a decir en ninguna empresa. Se trata de una compañía de publicidad y Antoine (Albert Dupontel) empieza a insultar a un importante cliente. Pero no termina ahí la cosa. También la emprende con su suegra, y con su mujer, y se muestra duro con sus hijos… Antoine acaba de cumplir 43 años y parece haber entrado en crisis, haber estallado, como una bomba que arrasa lo que encuentra a su paso. Su mujer (Marie-Josée Croze) le acusa de tener una amante. Entonces él aún grita más fuerte. Dice que se asfixia, que se aburre. Es un hombre de éxito, con una familia perfecta, una casa perfecta, pero que parece descubrir que todo lo material es accesorio y sólo sirve para decorar la hipocresía y la vacuidad. Una crisis existencial que alcanza su punto álgido en la fiesta de cumpleaños que le preparan sus amigos y que terminará, como suele decirse, como el gallo de la aurora. Escenas que no tienen desperdicio. Nosotros seguimos a ese personaje, entre divertidos y horrorizados. Nos dejamos arrastrar por las escenas desbocadas.
Todos los actores están perfectos. Albert Dupontel es quien lleva el peso de la historia y la construcción que hace de su personaje es impecable. Su fuerza en la pantalla se muestra intensa y convincente. Y la dirección de Jean Becker es milimétrica y opta por un dinamismo y una cercanía que nos sitúan sin problemas dentro de esta historia basada en la novela “Deux jours à tuer”, de François D'Epenoux.
Por momentos, pensé en el personaje de la novela “El adversario”, de Emmanuel Carrère, que ha sido llevada al cine en varias versiones: “El empleo del tiempo” (Laurent Cantet), “El adversario” (Nicole García), y “La vida de nadie” (Eduard Cortés); y que narra la historia de Jean Claude Romand, la historia de una impostura que produjo trágicas consecuencias. Pero nada tiene que ver una historia con la otra. Sin embargo, creo que “Dejad de quererme” habría ganado si hubiera mantenido el grado de misterio. Eso es lo que nos interesa de alguien como Romand, que sus actos nos parecen incomprensibles, que su actitud escapa al sentido común. En cambio, Jean Becker conduce su película hacia un cierre más conciliador, hacia una explicación de los hechos que no deja de resultar un poco tramposa pero que consigue conmovernos.

En cualquier caso, se trata de una película muy interesante, con momentos desconcertantes que nos desarman, nos convierten en seres vulnerables que miran todo lo que les cuentan con la sorpresa en la mirada. No es nada fácil conseguir algo así. “Dejad de quererme” es una de las películas más interesantes que se han estrenado últimamente, y cuyo mensaje se nos queda en la cabeza durante mucho tiempo, quizá para siempre.


lunes, septiembre 01, 2008

Regreso

Se acaban las vacaciones. Vuelve la rutina diaria. Uno quiere aprovechar el tiempo de ocio para hacer lo que dejó pendiente durante el año y luego resulta que es incapaz de realizar todo lo que se propuso. He leído, he visto películas, he descansado, sí… pero vuelvo con libros por leer, con nuevas adquisiciones que ya iré comentado, y muchas tareas inacabadas. Además, tengo dormido el dedo meñique de mi mano izquierda desde hace más de un mes. Dicen que debe ser por un pinzamiento situado en algún punto entre el cuello y el codo. Sin embargo, yo soy un poco hipocondríaco.
Estuve desconectado de internet y escribí poco o nada. Me ha dado por pensar en lo que influye el lugar en el que uno está acostumbrado a escribir. Recuerdo que es bastante común, cuando se entrevista a un escritor, preguntarle cómo y dónde escribe, si lo hace a mano o a máquina, si utiliza papel usado o de colores, si tiene un lugar específico o lo hace en cualquier parte. Siempre sentí envidia por quienes confesaban ser capaces de ponerse a escribir en un bar, en una estación de metro, en mitad del campo… Yo no puedo, debo admitirlo y asumirlo. Me gustaría, pero soy incapaz. Me distraigo con cualquier cosa, me quedo observando a la gente, los coches, los escaparates, la forma de las nubes… Y mi mente me lleva lejos. Me evado a un lugar impreciso, entre lo real y lo imaginario.
Encontrarme de nuevo en mi espacio propio me ayuda a concentrarme. Todo se ordena poco a poco y las palabras empiezan a salir.

Ya de vuelta del verano, he ido a ver “¡Mamma mía!”, una película que te dibuja una sonrisa y te hace mover el pie al ritmo de la música sin que te percates de ello. Meryl Streep es una actriz inmensa y genial. Cuando llegué a casa pensé que tenía que buscar “La decisión de Sophie”, por una de esas asociaciones que uno hace.

Vean a Meryl Streep cantando:


viernes, agosto 01, 2008

Franz Kafka

Durante muchos años he vivido la literatura en soledad. Es algo que raramente he compartido con nadie, salvo en muy contadas ocasiones. Cuando algún amigo, en la infancia y la adolescencia, me llamaba para salir por ahí, muchas veces yo prefería quedarme escribiendo. A veces, pensaba que lo que me ocurría no era normal, pues a nadie más parecía pasarle lo mismo.
Las clases de literatura me iban mostrando autores. Algunos me interesaban más que otros. Con unos me identificaba más que con otros. El descubrimiento de Kafka fue determinante. El modo obsesivo en que vivió la escritura me hizo ver que, efectivamente, yo no era un espécimen raro, o al menos no tanto como aquel hombre pequeño, huidizo, que aparecía en las fotos con un abrigo que le venía grande y un sombrero que le sentaba fatal. Un hombre que llevó una vida anodina, trabajando en una oficina de una compañía de seguros, y que lo único que deseaba en la vida era escribir. Recuerdo que en una carta decía que le gustaría estar en un sótano escribiendo todo el tiempo, y que sólo lo interrumpieran para hacerle llegar un plato de comida de vez en cuando. Bueno, la cita no es exacta, la reproduzco de memoria, pero era algo así. Y a mí eso me impresionaba, y pensaba que era un estado envidiable. El otro acontecimiento que me causó un gran impacto fue enterarme de que le había pedido a su amigo Max Brod que quemara todo lo que había escrito en su vida, que lo quemara todo… Me parecía algo tremendo. ¿Cuál era el sentido de la escritura entonces? No lo entendía. Es más, yo soy exactamente lo opuesto. Lo almaceno todo. Conservo incluso una pequeña libreta, en la que ya apenas se distinguen los dibujos, con una especie de tebeo que confeccioné cuando tenía, supongo, unos doce o trece años. No entendía el deseo de destruir su obra. ¿Se avergonzaba de ella? ¿Temía que cuando la gente viera las extrañas historias que escribía pensaran que era un ser trastornado? No lo sé. Nunca lo he entendido y, por eso mismo, siempre me ha fascinado. El tercer golpe que recibí de Kafka fue, naturalmente, cuando empecé a leerlo. El primer libro que leí de él fue “La metamorfosis”, y me resulta muy difícil expresar lo que aquella historia supuso para mí. El modo en que una trama absurda, repulsiva incluso, se trataba como si fuera lo más normal del mundo. Gregorio Samsa se despierta convertido en un escarabajo (¡un escarabajo!) y nadie de su familia parece horrorizarse, únicamente recibe reproches, mientras él tampoco se angustia por su nueva situación, no se desespera por verse convertido en un insecto, tan sólo está preocupado porque llegará tarde al trabajo. Aquello era lo más extraño que había leído nunca, extraño y fascinante. Y quedé deslumbrado y seguí leyendo todo lo que caía en mis manos de Franz Kafka. “El proceso” plantea de nuevo una historia angustiosa que parece escapar a toda lógica, pues un hombre resulta acusado de algo que desconoce y su peregrinar en busca de la razón de su proceso, le lleva de un sitio a otro, de un sinsentido a otro; y lo curioso es que al final llega a convencerse de su culpabilidad. Lo mismo le ocurre al protagonista de “El castillo”, que pretende llegar al castillo para conocer el encargo por el que han requerido su presencia, pero siempre hay algo que se lo impide. Pero quizá son los relatos de Kafka lo que prefiero. He leído casi todos sus relatos, por no decir todos. Muchos de ellos se han quedado a vivir en mi memoria, como “La condena”, “En la colonia penitenciaria” o “Un artista del hambre”, por citar algunos. También recuerdo la lectura de su “Carta al padre”. Su ira contenida, su sosegada rabia, su elegancia… Una carta escrita por la necesidad de decirle a su padre todo lo que no se atrevió a decirle en toda su vida, un largo discurso que manifiesta, a mi entender, no sólo un reproche hacia su padre por su actitud con él, por su severidad, sino un rasgo de autoafirmación, la prueba de que Kafka ha aprendido a aceptarse como es, hasta el punto de poder echarle en cara a su padre lo poco que lo entendió, lo poco que lo ayudó.

La extensa correspondencia de Kafka, recogida principalmente en los libros “Cartas a Milena”, “Cartas a Felice” y “Cartas a Max Brod”, así como sus diarios, son documentos imprescindibles para comprender a este autor, para darse cuenta de lo atormentado que vivía, del torrente de desesperación que le invadía bajo su aparente imagen de persona tímida, de anodino funcionario.
Kafka siempre fue importante para mí, quizá por eso no había escrito sobre él todavía, al menos directamente, a excepción de la reseña del libro “Escritos sobre el arte de escribir”. Aún ahora, me preocupa no estar a la altura, no saber transmitir lo que lo hace indispensable, lo que aporta, la vigencia y la potencia de su estilo para explicar nuestras contradicciones y nuestros miedos. Lo que me fascina de Kafka es, sobre todo, su actitud ante la literatura, el modo en que se aferró a la escritura para sobrevivir, la doble existencia que eso supuso. Odiaba todo lo que le rodeaba, especialmente su trabajo en la oficina, todo le era hostil, todo le asustaba y le hacía sentirse acosado, y tan sólo la escritura se le ofrecía como un lugar seguro.

Franz Kafka nació el 3 de julio de 1883, en Praga, en el seno de una familia judía de clase media. Su padre era comerciante y tenía un carácter autoritario. Tuvo tres hermanas: Elli, Valli y Ottla. Kafka quería estudiar filosofía, pero su padre consideraba ésta una carrera inútil, así que se matriculó en Químicas, sólo para abandonarla al poco tiempo y matricularse, finalmente, en Derecho. Intentó abandonarlo y matricularse en unos cursos de Literatura, pero comprendía que sólo tendría sentido estudiar literatura si se marchaba a Munich, cosa que su padre no estaba dispuesto a apoyar. Así que volvió al Derecho y terminó la carrera sin demasiado esfuerzo y mucha desgana.
Por esta época surgió la amistad con Max Brod, un hombre con quien tenía muchos puntos en común, pues también estudiaba Derecho y también quería ser escritor, y que aparentaba gran seguridad en sí mismo, ya que no tenía problema en mostrar sus escritos a la menor oportunidad o en hablar en público. Además, también era un hombre físicamente fuerte, al contrario que Kafka. Esta amistad duraría toda la vida. Por mucho que algunos lleguen a cuestionarlo, resulta evidente que Brod sentía verdadera admiración por Kafka.
Kafka encuentra el modo de ganarse la vida en una oficina de la Compañía de Seguros de Accidentes de Trabajo del Reino de Bohemia, un trabajo que le produce hastío y que aborrece. «El hecho de que, en tanto no me haya liberado de mi oficina, estoy sencillamente perdido, me resulta de lo más claro; de ahí que se trate tan sólo, mientras ello sea posible, de mantener la cabeza lo bastante alta para no ahogarme», escribe en su diario el 18 de diciembre de 1910.
Pese a que él mismo se define como un ser atormentado, insatisfecho, depresivo, incapaz de soportar a nadie, víctima de lo que llama “falta de relación con la vida”, en realidad parece ser que era una persona afable, con mucho sentido del humor y gran conversador. Así al menos lo define su amigo Max Brod.

Al parecer, publicar no era algo obsesivo para Kafka. Él necesitaba escribir, publicar era algo secundario. Además, le imponía demasiado respeto y sólo cuando estaba absolutamente convencido de un texto, convencido sin fisuras de ningún tipo, sólo entonces se lanzaba a publicarlo, como le ocurrió con el relato “La condena”, que lo escribió durante una noche en vela, en estado febril, de un tirón, como suele decirse, y que le pareció lo mejor que había escrito nunca, hasta el punto de enseñarlo rápidamente a todo el mundo y pedirle a Brod que le ayudara a publicarlo, cosa inusual, pues siempre era Brod quien le insistía para publicar algo y, cuando lo conseguía, Kafka empezaba a ver imperfecciones en cuanto el texto estaba ya impreso. El caso es que la redacción de “La condena” le hace ver a Kafka que los resultados son mejores si escribe de noche, así que se distribuye la jornada del modo que considera mejor para escribir. Después del trabajo, come y se acuesta a dormir. Se levanta sobre las siete de la tarde, hace gimnasia, sale con los amigos, cena con la familia y de 10:30 en adelante se pone a escribir, hasta la una, aunque no es raro que la jornada se alargue.
El primer libro que publica se titula “Contemplación”, y en él se reúnen los textos que había publicado en revistas. Con este motivo, escribe en su diario el 11 de Agosto de 1912: «Nada, nada. ¡Cuánto tiempo me hace perder la publicación del pequeño libro y cuánta presunción ridícula, perjudicial, surge al leer estas viejas cosas con la perspectiva de publicarlas! Sólo esto me impide escribir. Y sin embargo no he conseguido realmente nada; la perturbación es la mejor prueba de ello. De todos modos ahora, tras la publicación del libro, tendré que mantenerme aún mucho más apartado de las revistas y de las críticas, si no quiero darme por satisfecho con meter únicamente las puntas de los dedos en la verdad». Su relación con la escritura es atormentada, es sufrimiento y necesidad, como si sintiese que tenía que llevar a cabo su obra pese a cualquier circunstancia, lo cual hace más incomprensible el hecho de que publicase muy pocos textos en su vida y que pidiese que el grueso de su obra fuese destruido tras su muerte. A Gustav Janouch, autor del libro “conversaciones con Kafka”, le dijo en cierta ocasión: «Mis garabatos no merecen una encuadernación en piel. Son sólo mi espantajo personal. No se deberían ni siquiera imprimir. Deberían ser quemados y eliminados. Carecen de toda importancia». ¿Quién iba a decirle entonces el papel que su obra iba a ocupar en la historia?

Consagró toda su vida a la literatura y, pese a que persiguió a Felice Bauer con verdadera obsesión, y consiguió que accediera a casarse con él en varias ocasiones, lo cierto es que no llegó a materializar tal compromiso. De pronto, se veía asaltado por las dudas, por los remordimientos, y se daba cuenta de que la vida de escritor era incompatible con el matrimonio. Le aterraba que casarse con Felice no le permitiera ya nunca abandonar la oficina y lo alejase de la escritura, una actividad para la que necesitaba disponer de muchas horas en soledad. Por fin, fue la tuberculosis la que le libró tanto de la boda con Felice como de la oficina. A causa de dicha enfermedad, tuvo que pasar temporadas en el campo. En Shelesen conoció a Julie Wohryzek y sintió de nuevo deseos de casarse. Julie Wohryzek era hija de un zapatero y el padre de Kafka puso el grito en el cielo. En la “Carta al padre” hace referencia a este hecho: «Me dijiste más o menos: “Seguramente se puso una blusa muy mona, como saben hacerlo las judías de Praga, y naturalmente decidiste enseguida casarte con ella. Y lo antes posible, dentro de una semana, mañana, hoy. No te entiendo; eres un hombre hecho y derecho, vives en la ciudad y no se te ocurre nada mejor que casarte con la primera mujer que se te pone a tiro. ¿Es que no hay otras posibilidades? Si tienes miedo, yo mismo te acompañaré”». Un párrafo que Franz Kafka reproduce de memoria y que deja bien a las claras el carácter del padre. En esa misma carta, todo un ejercicio de introspección y análisis, se cuestiona por qué no se ha casado, llegando a la conclusión de que es “intelectualmente incapaz para el matrimonio”: «Esto se manifiesta en el hecho de que, a partir del momento en que decido casarme, ya no puedo dormir, me arde la cabeza día y noche, mi vida no es vida, ando tambaleándome, presa de la desesperación». Más tarde conocería a Milena Jesenská. Ella le mandó una carta explicándole que estaba interesada en traducir algunos de sus escritos y, a partir de ahí, comenzó entre ellos una amistad muy estrecha. Ella estaba casada con el escritor Ernst Polak. Se vieron en pocas ocasiones, aunque llegaron a mantener una relación intensa y muy especial. La correspondencia con ella es un ir y venir constante, un adelante y atrás, pero de una complicidad y una afinidad evidentes. Kafka llegó a dejarle parte de su diario personal para que ella lo leyera. Él le dice: «contigo en el corazón puedo soportar cualquier cosa». Pese a ser una mujer muy segura de sí misma, también llegó a sentir miedo del intenso tormento interior de Kafka. Finalmente, fue Dora Dymant la mujer con la que vivió los últimos años de su vida, sin llegar a casarse. Ella era quince años más joven que él. Se puede decir que con Dora fue feliz, ella supo respetar su tiempo para escribir y constituía un apoyo imprescindible para el estado de ánimo de Kafka, cada vez más mermado por la enfermedad. Se sabe que le pidió que destruyera algunos de sus escritos delante de él, y los quemaron en la estufa. Dora estuvo a su lado hasta el día de su muerte, víctima de la tuberculosis, que le destrozó la laringe. Murió el 3 de Junio de 1924. Kafka tenía cuarenta y un años de edad. Con él se encontraba su amigo, el médico Robert Klopstock, que le había prometido aliviar su sufrimiento cuando éste fuese insoportable. Kafka le dijo esa última noche: “Mátame, o eres un asesino”. Klopstock le administró una inyección y lo último que dijo Kafka fue: “yo me voy”.

El héroe o antihéroe kafkiano, un hombre cualquiera, poco definido, nombrado casi siempre por una sola letra, K, está en un mundo cuyo sentido se le escapa, sujeto a una serie de normas que le ayudan a moverse en él, pero sin entender el mecanismo que mueve el engranaje que lo engulle sin piedad alguna. En un decorado que se encuentra sujeto a la normalidad se desarrolla una trama que resulta delirante. El hombre intenta llegar a alguna parte, comprender lo que le rodea, respetar las normas, pero de una forma inevitable se ve arrastrado por las circunstancias. Y nosotros, simples testigos impotentes de su periplo, captamos la angustia en toda su dimensión. Kafka llegó a decir que no sabía si escribía para salvar su alma o para condenarla, y hay quien afirma que quiso destruir sus escritos porque se arrepentía de ellos, ya que todos se centran en la angustia y la desesperación. Sólo él sabía sus motivos, así que se puede seguir elucubrando sobre ello, es algo que lo hace más grande.
Podrían decirse muchas cosas sobre Kafka. Uno de los autores más importantes que han existido. Puede hablarse mucho sobre el modo atormentado en que vivió la escritura, sobre sus opiniones, sus miedos, sus indecisiones, sus contradicciones, todo aquello que se refleja en sus escritos, aunque parece que hay también otro Kafka, más divertido, más emprendedor, dispuesto incluso a asesorar a gente humilde para que puedan ganar frente a la propia compañía de seguros en la que él trabajaba. Desconozco hasta qué punto se ciñe a la realidad la visión que tengo de él. En cualquier caso, me gusta pensar en Kafka como alguien capaz de comprenderme cuando siento que nadie me entiende; alguien para quien la literatura era un refugio, el único lugar en el que se encontraba a salvo.