lunes, julio 30, 2007

Jindabyne


Siempre he sentido una extraña fascinación por el relato de Carver “Tanta agua tan cerca de casa”; de hecho, escribí hace unos años un texto sobre él. Es un relato que siempre he imaginado adaptado al cine. Lo cierto es que cuando las películas se basan en relatos en lugar de en novelas, aquello de que “era mejor el libro” ya resulta más discutible. Robert Altman, en “Vidas cruzadas” (“Short cuts”), ya lo utilizó, entre otras historias del mismo autor, por lo que su fuerza dramática quedaba algo diluida. Pero es ahora cuando su trama sirve de base a una película del director australiano Ray Lawrence, de quien tendré que estar muy atento a todo lo que haga porque tanto esta película como su anterior proyecto, “Lantana”, me han cautivado.
La historia se sitúa ahora en la localidad Jindabyne, cuyo nombre sirve de titulo a la película. Cuatro amigos van a ir de pesca. Se trata de una excursión de un fin de semana que les sirve para escapar de la rutina, para huir de sus vidas y, en cierto modo, encontrarse con ellos mismos, recuperar el espíritu aventurero que parece haberse diluido con los años para transformarse en pesada rutina. En un momento dado, vemos al personaje interpretado por Gabriel Byrne mirar a una joven a través de la ventana de su taller para, acto seguido, observarse en el espejo, mirar sus canas y su rostro envejecido. Lawrence se demora en presentarnos a estos personajes, especialmente a Stewart Kane (Gabriel Byrne) y a su esposa Claire (Laura Linney), un matrimonio que ha superado una crisis que parece seguir interponiéndose entre ellos, espesando la atmósfera hasta volverla casi irrespirable.
Cuando los amigos llegan al río, sin siquiera haber terminado de instalarse, realizan un cruento hallazgo: el cuerpo desnudo de una joven flotando en el agua. Superado el primer impacto, deciden que no pueden hacer nada por ayudarla. Y, por otra parte, no pueden perder ese fin de semana. Así que optan por asegurarla para que no la arrastre la corriente y avisar el lunes a la policía. Esta cuestionable forma de actuar desatará una fuerte repulsa hacia ellos. Claire (Laura Linney) asume un profundo sentido de culpabilidad por lo que ha hecho su marido e intentará alcanzar, de algún modo, una especie de redención.
Probablemente, el final, con su sentido moralizante, así como la introducción del tema del racismo en la historia, sean los aspectos más discutibles de un film cuyo balance me resultó más que satisfactorio.
Disfruté esta película como hacía tiempo que no me pasaba. Tal vez, el hecho de estar solo en la sala fuese un condicionante para que esto fuera así. Claro que una primera sesión, en pleno mes de julio, en un multicine de un centro comercial situado en un barrio poco transitado de la ciudad, y además en versión original subtitulada, no parece una oferta tentadora para la mayoría de la gente, así que ahí estaba yo, con toda la sala para mí solo. Me situé en el centro exacto, fila tres de un total de cinco, pues ya se sabe que las dimensiones de estas multisalas suelen ser reducidas. La historia y yo. Una bárbara experiencia.
NOTA: Por cierto, pronto me marcho de vacaciones y no sé si durante el mes de Agosto me será posible subir algún texto, así que mi próxima entrada, al igual que hice el año pasado, será un relato un poco extenso. Espero que os guste y que me digáis qué os parece.

miércoles, julio 25, 2007

La vida de los otros


“La vida de los otros” ganó el oscar a la mejor película extranjera de 2006. Se trata de una película alemana de escaso presupuesto, con un guión muy atractivo y unas interpretaciones capaces de pegar al espectador al asiento y retenerlo ahí durante todo el metraje. Ha sido dirigida por Florian Henckel von Donnersmarck, un director desconocido que debuta en el cine de un modo brillante con esta producción.
El protagonista de la historia es el capitán Gerd Wiesler (Ulrich Mühe), un profesional agente de la famosa Stassi, la policía secreta alemana de la antigua RDA. Su trayectoria es intachable, su seriedad está fuera de toda duda, lo que parece indicar que se trata de la persona ideal para encargarse de una misión un poco delicada: espiar a la pareja formada por el prestigioso escritor de obras de teatro Georg Dreyman (Sebastian Koch) y la famosa actriz, Christa-Maria Sieland (Martina Gedeck). Se establece todo el dispositivo técnico necesario: se camuflan micrófonos en los lugares más insospechados, se cablea todo el apartamento y se establece un puesto de control en un piso franco situado justo encima del apartamento de la pareja. Y así comienzan a pasar los días, con la rutina de una pareja de artistas que no quiere meterse en política y entienden que el sistema se defienda de los elementos que intentan erosionarlo, y unos hombres silenciosos, como sombras, que pasan horas y horas espiando esas vidas ajenas, como espectadores ocultos que rastrean cada frase en busca de un fallo, una prueba de la deslealtad de los vigilados.
Sin embargo, lo que ocurre de un modo gradual es que el propio capitán Wiesler empezará a sentir una profunda empatía con la forma de pensar, especialmente, del dramaturgo. De este modo, cuando al fin Dreyman sienta deseos de rebelarse, Wiesler comprenderá que esta reacción está tan justificada que incluso se involucrará personalmente, poniendo en riesgo su carrera.
No se trata de un film que necesite apelar a la espectacularidad para mantener la tensión, pues dispone de un buen guión y, muy especialmente, de un excelente trabajo actoral, en el que cabe destacar a Ulrich Mühe, un actor capaz de transmitirnos toda la fuerza de sus emociones, sin grandilocuencias. Sin apenas cambiar la expresión de su rostro, consigue reflejar la tensión, el miedo, la emoción del personaje.
Es una película muy interesante, a la que el único inconveniente que se le puede poner reside en lo esquemático de su planteamiento, pese a que este funciona muy bien a nivel dramático. Es posible que, como se ha dicho, no fuera necesaria esa cercanía física entre espía y espiado a la hora de investigar a alguien, pero no cabe duda de que esa proximidad acrecienta la intensidad de la relación que se establece entre ellos.
Acabo de conocer, alertado por un comentario de Laura Díaz, la muerte de Ulrich Mühe, a los 54 años de edad, a causa de un cáncer de estómago.

domingo, julio 15, 2007

Después de la revolución


Con este impactante titulo, acaba de aparecer el estudio que sobre la cinematografía de los hermanos Taviani ha llevado a cabo Hilario J. Rodríguez, el primero que se escribe en nuestro país sobre estos importantes realizadores italianos, a quienes se les rindió homenaje en el pasado festival internacional de cine de Huesca, al que acudieron para recibir el premio “Luís Buñuel”.

Los libros de cine tienen una característica peculiar. La aventura que nos proponen no se acaba con la lectura de los mismos, sino que se puede decir que es entonces cuando empieza. Generalmente, suponen una puerta a otro tipo de experiencia: el visionado de determinados films. El libro de Hilario repasa de un modo exhaustivo todas las películas de los hermanos Taviani: “Padre padrone”, “Allonsanfan”, “Good morning, Babilonia”, “Kaos”, “La noche de San Lorenzo”, “El prado”, “Las afinidades electivas”, “La casa de las alondras”, etc. Y lo hace con su peculiar estilo, derrochando erudición de un modo ameno, mezclando su propia experiencia con datos históricos, y narrándonos los temas fundamentales de los protagonistas de su estudio como si nos estuviera ofreciendo una novela.
Resulta evidente que este libro lleva un tremendo trabajo de documentación, lo que le da una densidad considerable. La prosa de Hilario Rodríguez se alterna con las palabras de los propios realizadores toscanos, recogidas en la mayoría de los casos de entrevistas aparecidas en distintas publicaciones, creando una sensación de diálogo, de encuentro entre amigos, que hace aún más interesante la lectura.

Las películas de los hermanos Taviani, nos dice Hilario, jamás han dejado de indagar en las posibilidades del cine como mecanismo fabulador y como laboratorio de formas.
Y eso mismo hace este libro, indagar en la obra y la personalidad de los Taviani, reuniendo toda serie de informaciones, dedicando incluso un capítulo a lo que han dicho otros críticos, salpicando todo el recorrido con interesantes reflexiones que ponen de manifiesto la erudición del autor, que fluye de un modo natural, sin pedantería ni amaneramientos.

Quiero mencionar también que al final del libro se nos ofrece un breve “Diccionario Taviani del audiovisual”, compuesto con fragmentos de declaraciones hechas por estos directores a lo largo del tiempo y referidas a su propia concepción del cine. Podemos encontrar frases como las siguientes:
El cine es una divertidísima máquina de hacer trucos.
El aburrimiento es el enemigo más peligroso de toda forma de espectáculo.
Nosotros estamos a favor de los exagerados.
No nos cabe duda de que un elemento que deberíamos mantener siempre en nuestro quehacer cinematográfico es la ironía.
La verdadera autonomía de una obra: la claridad en la simplicidad.


El libro “Después de la revolución” está bellamente editado, al igual que el otro título que la editorial Calamar acaba de sacar al mercado, “Pilar Miró, directora de cine”, enmarcados en la colección “Huesca de cine”. Ambos tienen una presencia y una composición que invitan a sumergirse en ellos, en sus letras y en sus cuidadas fotografías.

martes, julio 10, 2007

Nuevo empleo

El trabajo dignifica. Uno no debe nunca avergonzarse de ganarse la vida honradamente. Y yo nunca hice daño a nadie. Nunca. Siempre intenté tomar las decisiones correctas, aunque a veces las circunstancias parecen empeñadas en ponerme la zancadilla.

Cuando me echaron del trabajo sabía que, a mi edad, ya me sería difícil encontrar un buen empleo, así que desde un primer momento supe que tendría que aceptar cualquier tipo de trabajo, y este no es de los peores, eso lo sé, por muy incómodo que me sienta, especialmente hoy, cuando veo a mi hijo dirigirse hacia mí.

Mi hijo tiene cinco años y espero que algún día llegue a ser una persona que pueda mantener a su familia sin estrecheces. Con eso me conformo. No quiero que gane el premio Nobel ni ninguna estupidez semejante, sólo quiero que pueda vivir con comodidad, y no es poco, lo puedo asegurar. Es un buen chico y, cuando me veo en sus ojos, que brillan como si fueran capaces de mirar en mi interior, siento que no merezco su admiración. Es normal que un niño admire a su padre, pero yo no lo merezco.

Ha debido venir con el colegio. Sí, veo a su profesora, que no parece haberme reconocido. Admito que siento vergüenza y que me gustaría poder huir, pero no puedo, debo permanecer aquí sentado, viendo cómo mi hijo se acerca, hasta que le llega el turno y se sienta en mi rodilla y me dice: “Santa Claus, ¿sabes que usas la misma colonia que mi papá?”

jueves, julio 05, 2007

El hombre de hielo

La editorial Edaf acaba de sacar un libro titulado “El hombre de hielo”, escrito por Philip Carlo. Se trata de una biografía de Richard Kuklinski, un asesino a sueldo despiadado que llevaba una doble vida como esposo y padre de familia.


Casualmente, tengo grabada una entrevista que le hicieron a Kuklinski en la prisión estatal de Trenton, New Jersey, y que fue emitida por el programa “Documentos TV” hace unos años.

Kuklinski se muestra frío, habla despacio y, a veces, muestra una leve media sonrisa. Da muestras en varias ocasiones de un humor sarcástico y negro. Fue acusado de asesinato múltiple y condenado a cadena perpetua el 25 de Mayo de 1988, finalizando así una carrera criminal que duró más de treinta años. Cuando le preguntan cuánta gente ha matado, se queda pensando un rato y, aclarando que se trata de un cálculo aproximado, dice: “más de cien”. Dice que esto no le preocupa en absoluto, que no le produce ninguna sensación en ningún sentido. Entonces el entrevistador le pregunta si alguno de sus crímenes le persigue y él contesta: “Nada me persigue. No pienso en ello. Si pensara en ello terminaría haciéndome daño a mí mismo”.

Utilizó los métodos más variados. Cuando salía de casa solía llevar tres pistolas y un cuchillo. Nunca creyó tener elección y llega a decir que, en realidad, le hubiera gustado ser distinto y tener una actitud mejor en la vida. Pero cuesta creerle.

Tuvo una infancia infeliz. Sus padres le pegaban. Aunque se crió en el catolicismo, se dio cuenta de que no creía en ello. De niño se metían con él, hasta que descubrió que era mejor dar que recibir y que si haces daño te dejan en paz.
En 1960 conoció a la que se convirtió en su mujer, Bárbara Pedrin, con la que tuvo tres hijos y que lo define como un hombre romántico y un buen padre. Dice que enterarse del trabajo real de su marido fue una conmoción, que no podía imaginarlo siquiera, aunque reconoce que no le hacía preguntas cuando tenía que salir de casa por motivos de trabajo.
En la solapa del libro se cuenta que tenía ataques de furia y que le decía a su hija Merrick que si alguna vez mataba a su madre, luego tendría que matarles a ellos también, para no dejar testigos, aunque le decía que a ella sería a la que más le costaría matar. Desde luego, en la entrevista que estoy comentando no se deja entrever ningún episodio violento dentro de la familia, pero al parecer sí que tuvieron lugar.

Ganaba mucho dinero. Por un “trabajo” cobraba al menos cinco cifras “tirando más a la mitad de arriba”. Cuenta que, en cierta ocasión, un hombre suplicaba, “por favor, por Dios”, una y otra vez, así que le dijo que le daba media hora para rezar y que si Dios bajaba, le daría el plazo que pedía… Pero Dios nunca se presentó… Y eso fue todo… Y, por fin, reconoce: “No estuvo muy bien. Es algo que no debería haber hecho”.


En realidad, admite que lo que más le gustaba era estar en casa, con su familia. Se muestran escenas de videos caseros, escenas normales de una familia feliz. Era como si llevase dos vidas diferentes. Su intención era mostrarles a sus hijas “el lado bueno de la vida, no el malo”.

Cuenta que una Nochebuena tuvo que salir a cobrar una deuda. El tipo no quería pagarle, así que lo mató con una pistola. Estaban dentro de un coche y le disparó. “Fue muy ruidoso, me estuvieron pitando los oídos un buen rato”. Luego regresó a casa y se puso a preparar los juguetes de Navidad para los niños. En la televisión dijeron que se trataba de un asesinato relacionado con la Mafia. “Aquella fue la primera vez que supe que estaba relacionado con la Mafia”, sonríe. El entrevistador le pregunta cómo se sintió y él se queda un momento en silencio, como pensando, y al fin dice: “Estaba enfadado porque no podía montar el maldito vagón”.

Su mujer, en un momento determinado, dice: “Somos la familia de Richard Kuklinski y ya no somos nosotros mismos”.

El apodo de “Hombre de Hielo” se lo ganó por el hecho de congelar algunos cuerpos con el fin de despistar a la policía sobre el momento en que cometió los crímenes. En 1983 mantuvo el cuerpo de Louise Masgay congelado durante dos años, pero cuando lo encontraron, se dieron cuenta de que había hielo en su interior. Fue un error. Si hubiera esperado unas horas más nadie se habría dado cuenta de lo que ocurría.

Pero lo cierto es que, con cincuenta años, Kuklinski se sentía cansado y comenzó a cometer errores. También era más despiadado. Mató a varios de sus socios. La policía sospechaba de él y el agente Dominick Polifone, consiguió infiltrarse y reunir pruebas en su contra. El motivo que dio para sus crímenes fue que se trataba de “cuestiones de negocios”.

Reconoció que no había muchos métodos de asesinar que no hubiera probado. El que le parecía más eficaz y “limpio” era el cianuro. Lo había utilizado de todas las maneras posibles. “¿Alguna vez utilizó una sierra eléctrica?”, le pregunta el entrevistador. “Para matar no, para cortar un cuerpo con el fin de deshacerme de él, sí”. “¿Y qué sentía? ¿Qué sentía al cortar un cuerpo humano?”. Kuklinski se encoge de hombros y dice: “Es sucio”.

Al final de la entrevista, por fin, Kuklinski se derrumba. Ha conseguido mantener una distancia segura con los hechos, con su narración, incluso ha sonreído en varias ocasiones, pero al fin, dice: “Nunca he lamentado nada de lo que he hecho, excepto hacer sufrir a mi familia. Eso es lo único que lamento. No busco el perdón y no me arrepiento…” Se queda un momento en silencio y rectifica: “No, no es verdad. Quiero que mi familia me perdone”. Aquí se emociona y respira hondo. “No podré terminar esto. Nunca me había pasado. Este no soy yo. Sufro por mi familia. El Hombre de Hielo llorando, no es algo muy macho. He herido a personas que lo son todo para mí. Las únicas personas que significaron algo para mí”.

Richard Kuklinski falleció en prisión, el 6 de Marzo de 2006, a los 81 años de edad.

En YouTube se puede encontrar esta y otra entrevista en varias partes. Yo dejo aquí un montaje con algunas imágenes de este hombre.



lunes, julio 02, 2007

Sobre la lectura

Mientras leía este pequeño libro, me iba provocado las mismas sensaciones que en él se iban describiendo. Desde luego, no es otra la magia de la literatura. "Sobre la lectura" es el prefacio que Proust escribió para su traducción de "Sésamo y lirios" de John Ruskin, según se nos informa en la solapa.

En sus 68 páginas Proust nos habla del placer de leer, de ésa ansiedad que todos hemos experimentado ante la perspectiva de continuar la lectura de un libro interesante. Nos habla en primer término de los sitios en los que leía, no nombra títulos o contenidos en esta primera parte, sino los lugares donde se instalaba, "cerca del pequeño fuego de troncos", donde era interrumpido por la cocinera cuando entraba para colocar los cubiertos en la mesa, y finalmente por sus padres cuando le dirigían la frase fatal: "venga, cierra ya el libro, vamos a comer"; o en su habitación, que describe con detalle, o en el parque, a un kilómetro del pueblo, escondido en cualquier enramada donde "el silencio era profundo, el peligro de ser descubierto casi nulo, la seguridad la hacían todavía más dulce los gritos lejanos que, desde abajo, me llamaban en vano". Para terminar esta primera parte hablándonos de la frustración que representa el final del libro: "Aquellos seres a los que habíamos prestado más atención y ternura que a las personas de carne y hueso, no atreviéndonos nunca a confesar hasta qué punto los amábamos, e incluso cuando nuestros padres nos sorprendían leyendo y parecían reírse de nuestra emoción, cerrando el libro con una indiferencia afectada o un aburrimiento fingido; aquellas personas por las que habíamos temblado de emoción y sollozado, no volveríamos a verlas, no volveríamos a saber ya nada de ellas".

Después de esta primera parte, nos habla Proust por primera vez de Ruskin y de sus conferencias y de las teorías que en ellas se contienen, para seguidamente proceder a refutarlas. Mientras Ruskin sostiene que la lectura es "una conversación con hombres mucho más sabios y más interesantes que todos aquellos que podemos tener la ocasión de conocer en torno nuestro", Proust nos dice que "la lectura no puede compararse sin más a una conversación". En esta segunda parte sí que nombra a autores como Gautier, Maeterlink, Shakespeare, Schopenhauer, Molíere, Víctor Hugo o Balzac, pero lo hace de pasada, apoyándose en ellos para demostrar que la lectura nos produce un estímulo que proviene de otra mente, quizá muy lejana en el tiempo, pero que recibimos en perfecta soledad y se instala en nuestro interior enriqueciendo nuestro conocimiento, siempre que no caigamos en los peligros que nos tiende la simple erudición. Finalmente, hace una defensa de los libros clásicos afirmando que "la preferencia de los grandes escritores recae en los libros antiguos".
"Sobre la lectura" es un libro denso que destila amor a la literatura, un libro breve que provoca el placer que describe. Una pequeña joya cuyo rescate se agradece.