martes, enero 30, 2007

El laberinto del fauno

Una película hipnótica, fascinante, en la que se mezcla la realidad con la ficción. Una ficción fantástica, plagada de faunos, monstruos, laberintos, pasadizos secretos y pruebas arriesgadas; y una realidad acaso más terrible que todos esos seres imaginarios, una realidad dura y, desde luego, más escabrosa, la que nos golpea con imágenes más turbadoras. Y el director, Guillermo del Toro, cada vez más consciente de sus posibilidades, nos cuenta ambas historias, intercalándolas con maestría, moviéndose entre una y otra sin que el ritmo decaiga en ningún momento.

Ofelia, una fantasiosa niña de 13 años, interpretada por una inmensa Ivana Baquero llega acompañando a su madre (Ariadna Gil) a la masía en la que se encuentra el puesto militar franquista comandado por el Capitán Vidal (Sergi López). La madre está esperando un hijo de Vidal, con quien se acaba de casar y en quien ve una salida a su precaria situación económica. Se trata de un embarazo con complicaciones, por lo que la mujer debe guardar un estricto reposo, supervisado por el médico de la comarca (Álex Angulo). Desde un primer momento queda claro que Vidal es un ser despreciable, despiadado, sádico y cruel a quien sólo le importa capturar a los resistentes maquis que se ocultan en los montes de los alrededores, y la salud del bebé que está por llegar. Mercedes (Maribel Verdú), el ama de llaves, será la única que mostrará amabilidad con la joven Ofelia. Ante este panorama, la niña construirá un mundo alternativo en el que puede ser una princesa, la absoluta protagonista de peligrosas situaciones que ponen a prueba su valentía y determinación. Pese al miedo que se puede pasar en oscuros laberintos y tétricos parajes, pese a la angustia de ser perseguida por un ser brutal, nada podrá compararse con la atrocidad que reina en el campamento. De hecho, las escenas más "gore" tienen lugar en el mundo real y no en el imaginario. No obstante, la realidad es la que determina los acontecimientos y termina por aniquilar cualquier fantasía.

Lo cierto es que ambas historias son igualmente interesantes, pese a lo arriesgado que puede resultar alternar dos tramas que, en principio, parecen radicalmente opuestas. Es evidente que Guillermo del Toro, no sólo ha salido airoso de esta empresa, sino que probablemente ha filmado la, hasta el momento, mejor película de su filmografía. El estilo del director mexicano es contundente y nos narra la historia con determinación, sin titubeos, consciente en todo momento de cuál es el camino que va a recorrer y del punto al que nos va a llevar para, una vez allí, dejarnos desvalidos y mordernos el corazón.

Mención especial merecen los actores, todos sin excepción, empezando por Maribel Verdú, en un papel muy alejado a lo que nos tiene acostumbrado, Sergi López, que compone un personaje odioso al que exprime todas sus posibilidades y, muy especialmente, Ivana Baquero, la niña sobre la que se sustenta todo el peso de la película y cuyo rostro pasa de la sorpresa a la determinación, de la tristeza al miedo, con un simple parpadeo. Ella es el ser inocente que no tiene ningún papel en esa masía, la víctima de una barbarie descontrolada y que se convertirá por fin en la heroína anónima que permitirá que el bebé, el futuro, aún tenga una esperanza.


Un apunte:
Ivana Baquero se llevó un merecido Goya por su trabajo en esta película, y mostró una impecable profesionalidad en la Ceremonia de los Premios Goya. Una gala que, como casi todas, me provocó vergüenza ajena y que recurrió, una vez más, a la chabacanería y la simple mala educación para intentar hacer reír a base de chistes gruesos y fuera de tono.
"El Laberinto del Fauno" obtuvo siete premios, y estoy seguro de que saldrá airosa de la Ceremonia de los Oscars. Otra Ceremonia que recurre a los chistes más estúpidos para, dicen, hacerla amena.

viernes, enero 26, 2007

Apocalypto


Que Mel Gibson es un director de primera magnitud es algo que ya nadie puede cuestionar, ni siquiera basándose en lo que de polémica pueda tener su personalidad, por ser ultraconservador o porque lo pillaron pasado de vueltas, borracho como una cuba. Todo da igual, o debería dar igual, al posicionarse frente a una de sus películas. Tanto la reivindicable "El hombre sin rostro", como la impresionante "Braveheart", la fantástica "La pasión de Cristo" o esta maravilla titulada "Apocalypto", todas, sin excepción, son pruebas del oficio de Gibson tras la cámara.

Me apresuraré a decir que "Apocalypto" es una experiencia visual alucinante, por lo que lo mejor es verla en pantalla grande, muy grande. La película está rodada en un antiguo dialecto maya, el yucatec, y subtitulada, así que, como ocurría también en "La pasión de Cristo", el espectador se siente como si se hubiera abierto un agujero en el tiempo y pudiera asomarse a un pasado remoto y desconocido. Contada con una potencia de imágenes que convierte los escasos diálogos en algo secundario, accesorio, pues la narración es eminentemente visual, "Apocalypto" es una experiencia cinematográfica de primera magnitud.

Pero ojo, estamos hablando de cine, de ficción, tampoco hay que tomarse lo del agujero en el tiempo como algo literal, que ya hay quien dice que si hay hechos que no se ajustan a los datos históricos y que si patatín y que si patatán. El enfrentamiento con los indios sioux o los pieles rojas ha dado material suficiente como para crear todo un género, sin embargo, el período del choque entre las culturas mesoamericanas y la española parece algo inexplorado o a lo que hay que acercarse con sumo escrúpulo. No estoy de acuerdo. Me parece fantástico que se elija un período como éste para narrar una historia de aventuras, de heroísmo, de persecuciones... Y eso es lo que encontramos en "Apocalypto", en medio de impresionantes paisajes y tremendos personajes. Una historia hipnótica, fascinante, aunque no apta para todos los estómagos, pues una de las características de Gibson es no ahorrar al espectador ni siquiera los planos más desagradables, por lo que encontraremos alguna que otra escena de inspiración casi gore. Pero no demasiadas.

La historia se centra en los miembros de una tribu cuya idílica existencia es alterada cuando son capturados por unos poderosos guerreros que pertenecen a una civilización más avanzada, aunque también más hundida en la superstición y la crueldad. Uno de los miembros de esta tribu, Jaguar Paw, es el protagonista y tendrá que conseguir escapar de una muerte segura y atravesar el bosque, sumergiéndose en sus propios terrores, perseguido por feroces hombres, con el fin de intentar rescatar a su mujer y a su hijo. El amor es el verdadero motor que consigue que este hombre crezca, supere las situaciones más desesperadas, atraviese el horror y el dolor, en un viaje iniciático y desesperado.

El film no da tregua al espectador. La historia nos zarandea y nos sobrecoge y nos pone en tensión durante casi toda la duración del metraje. Una eficaz e impactante película de acción, en la que encontraremos escenas inspiradas en films como "El fugitivo" o "Comando en el mar de China", y en la que también podremos encontrar mensajes como la importancia de la familia, verdadero motor de los actos heroicos, o la decadencia moral a la que puede llegar una sociedad por su propio temor a lo desconocido.

miércoles, enero 24, 2007

Ryszard Kapuscinski


Ayer, 23 de Enero de 2007, falleció Ryszard Kapuscinski, a los 74 años de edad. Periodista por encima de todo, reportero, y un grandísimo escritor, reconocido por todos como un autor imprescindible y galardonado con multitud de premios, entre ellos el Principe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2003.
Recuerdo sus palabras... Lo que sigue son extractos de una entrevista firmada por Sol Alameda y publicada en el País Semanal del 5 de Enero de 2003.

Pienso escribir un libro sobre mi infancia y la II Guerra Mundial, durante la cual vivimos como refugiados permanentes. Por eso, cuando hablo de refugiados en el Tercer Mundo, sé muy bien de qué estoy hablando. Conozco ese miedo siempre presente; lo que es vivir en lugares desconocidos y diferentes, siempre descalzo y con hambre, sin escuelas ni libros. Una vida muy elemental y llena de temores.

Si duermes en el trópico, con 20 personas, en un cuarto pequeñito y sin ventanas, lleno de mosquitos y otros insectos, sin que uno se pueda mover para ahuyentarlos, sabes muy bien cómo vive esa gente. Y si uno no duerme así, si no está con ellos, pues no lo sabe. Los occidentales tendemos a olvidar que la vida que conocemos y tenemos no es la vida normal, que es la vida de una parte muy pequeña de la humanidad. La vida humana en nuestro planeta es muy dura. Y muy insegura. Está llena de temores y de peligros. Y la gente que escribe literatura contemporánea en los países desarrollados tiene muy poco que ver con la vida que estoy describiendo, con esa gente. Desgraciadamente, muy poca gente de los países desarrollados sabe cómo es la vida de millones de personas. Por eso y porque esa gente es muda, no sabe hablar ni plantear sus demandas, ni sabe organizarse, ni pedir que se les oiga. Ésta es una pobreza muy silenciosa, no es capaz de revolverse.

No soy nada escéptico. Al revés, soy demasiado optimista. Siempre veo el lado positivo del género humano. Tengo una muy positiva opinión del hombre, lo que viene del hecho de que yo vivo gracias a otra gente. A gente desconocida para mí y que me salvó la vida varias veces no sabiendo quién soy ni de dónde vengo. Solamente por una solidaridad humana. Me salvaron y ni siquiera se lo puedo agradecer porque no sé cómo se llaman.

Hay circunstancias que desarrollan lo mejor de la personalidad humana, pero hay mecanismos que apoyan el lado más oscuro del ser humano.

El ser humano es muy parecido en todo el mundo. Pero la gente, en general, quiere vivir tranquila, tener un trabajo y una casa. Sólo en los casos en que se despiertan reacciones crueles y locas, chovinistas, el hombre actúa como una máquina de matar. En todas las confrontaciones armadas, siempre vemos que fueron los políticos quienes exacerbaron unos intereses nacionalistas en su pueblo. Siempre hay alguien que lo organiza y lleva a la gente. Pero esa gente, por sí misma, quiere vivir en paz, tiene muchos problemas y le falta energía para buscar esas confrontaciones.

Conocí los países del Tercer Mundo como corresponsal de una agencia polaca y enviaba noticias constantemente. Me dije: esto que estoy escribiendo no refleja la realidad. En las noticias de prensa manejamos entre 600 y 800 palabras. Es un lenguaje pobre y superficial, incapaz de reflejar lo que se oye y lo que se siente. Así que empecé a escribir mis libros paso a paso, como si fuera un segundo volumen de todo lo que había escrito como corresponsal durante años. En ese segundo volumen escribí lo que no había podido contar en el primero. Me sentía un privilegiado por haber conocido esas culturas, y pensé que debía intentar escribir esas realidades para los demás. Era consciente de que no se puede reflejarlo al cien por cien, pero yo al menos intentaría aproximarme. Nunca me preocupó cuál era el género que usaba para contar lo que quería. Simplemente empecé a escribir de la manera que me parecía más apropiada.

Las cosas cambian ante situaciones distintas. Depende de la edad, de los momentos que has vivido. Muy pocas personas son de una pieza, lo normal es que cambies.

sábado, enero 20, 2007

Fragmentos

Hoy en día, estamos acostumbrados a consumir discursos fragmentados. Cambiamos de canal compulsivamente, vemos trozos de aquí y de allá y nos hacemos una idea del contenido de varios programas que se emiten al mismo tiempo. Escuchamos una noticia en la radio de un local y luego un comentario entre dos personas en un autobús y vete a saber qué más, y con eso nos imaginamos una noticia completa. Existen programas de televisión que simulan el uso del mando a distancia y ofrecen fragmentos extraídos de diversos sitios, sin conexión entre ellos. Una noticia escuchada en el telediario de mediodía puede finalizar en el de la noche o en el del día siguiente o, incluso, no finalizar. En el libro de Furio Colombo, "Últimas noticias sobre el periodismo", encontré una cita del columnista norteamericano Jim Hoagland: "El periodismo es la única forma narrativa en la que es posible omitir el final. Una historia no termina cuando quien está escuchando no insiste para saber cómo va a terminar". Y me doy cuenta de la verdad de esta afirmación al recordar diversas noticias que aparecieron en su día y luego no se volvieron a nombrar. Quedaron sin solución.
El formato blog ofrece también, por su propia naturaleza, un discurso fragmentado. Y creo que está bien que la narrativa profundice en la exploración de este terreno.

lunes, enero 15, 2007

La mujer misteriosa

A veces uno se siente tentado a alargar situaciones que, por lo general, corta de cuajo. Me explicaré. Cuando alguien me llama por teléfono y compruebo que en realidad no quería llamarme a mí, es más, ni siquiera nos conocemos, suelo decirle que se ha equivocado y cuelgo en el acto, sin posibilidad de cruzar una palabra más. Me parece absurdo darle vueltas a esa situación. ¿No es ese el número tal? Pues no. Qué raro porque yo llamaba al número tal. No, no, no. Se ha equivocado. Y punto final. Cuelgo. Es lo mejor. Sin embargo, cuando escuché la cálida voz femenina que pareció entrar por mi oído hasta llegar a mi corazón y apretármelo con suavidad, fui incapaz no ya de colgar, sino tan siquiera de decirle que se había equivocado.
—¿Es usted el señor Perdúe, el detective?
Un momento de silencio mientras el eco dulce me acariciaba el cerebro.
—¿Quién lo pregunta? —dije.
—Usted no me conoce.
—¿De qué se trata?
—No puedo decírselo por teléfono. Temo que mi línea esté intervenida. Deme la dirección de su oficina.
Por supuesto, yo no tenía oficina.
—Será mejor que nos veamos en el Café Central —dije.
—¿Dentro de una hora le parece bien? ¿A las seis?
—Perfecto.
—Llevaré un pañuelo rojo al cuello. Es muy urgente que hable con usted.
—Descuide, allí estaré.
Esa fue la única ocasión en que no colgué enseguida a alguien que se había confundido al marcar. Después de esta conversación me di una ducha y me fui con un amigo a jugar al billar. Pasamos juntos toda la tarde.

martes, enero 09, 2007

John Varley


John Varley es un escritor norteamericano de ciencia ficción. Nació en 1947, vive actualmente en California. Es diplomado en física por la universidad de Michigan. Comenzó a publicar tardíamente, en 1974. Hasta entonces, su vida había sido una sucesión de trabajos, había llevado una vida un poco hippie, con penurias económicas, en los límites del sistema. Pero cuando sus historias empiezan a ver la luz su sueño de convertirse en escritor se convierte en realidad. El éxito le acompañó desde el principio y sus historias fueron frecuentemente nominadas a los más prestigiosos premios en el mundo de la ciencia ficción: el premio Hugo y el premio Nébula.

En el mundo en el que transcurren sus historias, no es extraña la simbiosis entre el hombre y las máquinas o incluso entre el hombre y otras formas orgánicas de vida. Sus personajes están muy bien perfilados, pese a lo extraordinario de alguno de ellos, como el caso del protagonista de su relato "Cantad, bailad". Se suele decir que sus obras son deudoras de la ciencia ficción de los años cuarenta y, con frecuencia, ha sido considerado como un discípulo de Robert A. Heinlein. También es autor de las novelas "Y mañana serán clones", que David Pringle incluye en su libro "Ciencia Ficción-Las 100 mejores novelas", y que, en palabras del propio Pringle, se trata de una historia desarrollada en "una sociedad polimorfa, en un futuro lejano, en la cual los personajes cambian de sexo voluntariamente", "Playa de acero", "Millenium" o "El globo de oro". Su primera serie fue la conocida como trilogía de Titán, formada por las novelas "Titán", "La hechicera" y "Demon".

He leído todos los relatos de Varley. Ninguna de sus novelas. Quizá son muchos los críticos que coinciden en afirmar que este autor pierde notablemente en las distancias largas. No obstante, en las cortas, tiene una contundencia poco común. Varley tiene un estilo directo, casi coloquial, al servicio exclusivo de la historia. Es evidente que se trata de un autor que mima a sus criaturas, las convierte en seres creíbles, reales y, a menudo, entrañables. Su imaginación es desbordante pero, sobre todo, lo que llama la atención es el modo en que nos introduce en su mundo. Varley no suele darte explicaciones, te sumerge en sus historias como si ya debiéramos conocer cómo son las cosas en esa sociedad de que nos habla. Y, desde el principio, nos obliga a seguirle, casi con la lengua fuera, alerta para ir atando cabos y comprendiendo cómo es el lugar en el que nos encontramos y qué está ocurriendo. Así es, especialmente, en su relato "Incursión Aérea", que figuró entre los mejores del año 1976 y fue llevado a la pantalla en una mediocre y ya olvidada producción del mismo titulo, protagonizada por Kris Kristofferson y Cheryl Ladd. Su relato "En el salón de los reyes marcianos" fue nominado al Premio Hugo en el año 1978, y ese mismo año consiguió ganar tanto el Hugo como el Nébula por otra historia, "La persistencia de la visión". En 1982, ganó el Hugo por su relato "El pusher". Y en 1984, de nuevo el Hugo y el Nébula fueron ganados por su relato "Pulse enter". Además de las múltiples nominaciones.

Es seguramente su novela corta "La persistencia de la visión" lo más conocido de su producción; y no es para menos, pues se trata de un relato magnífico sobre una comunidad de sordociegos en un periodo que llama el año de la cuarta no-depresión, un periodo en el que se llevan a cabo todo tipo de experimentaciones sobre modos de vida alternativos, escrito con una asombrosa sensibilidad. Tanto es así que Domingo Santos, en el prólogo al volumen de ediciones Martínez Roca, dice de ella que es a su juicio una de las obras más emotivas escritas en la década de los setenta en el ámbito de toda la literatura mundial; y no creo que exagere, pues la calidad del relato debería haber traspasado ya las fronteras del género.

viernes, enero 05, 2007

Noche de Reyes

Roberto estaba sentado en el sofá del salón, delante del televisor. A su lado tenía un vaso de whisky. Estaban emitiendo en directo la cabalgata de los Reyes Magos. A través de la ventana se veía el cielo negro. Susana entró en la estancia y se dejó caer en el otro extremo del sofá.
-¿Qué estás viendo? -le preguntó.
-Nada -respondió él.
Ella estuvo un rato mirando la pantalla. Luego le miró a él.
-¿Crees que los Reyes me van a traer algún regalo?
-Tal vez.
El rostro de la chica se puso serio.
-¿Te ocurre algo?
-No.
La muchacha apoyó la planta de los pies en el tapizado, doblando las piernas y rodeándolas con sus brazos.
-Les echas de menos, ¿verdad? -afirmó.
Roberto no contestó. Cogió el vaso y pegó un trago.
-¿Por qué no les llamas? -insistió ella.
-Creo que voy a salir a que me dé un poco el aire -dijo él.
-A ella no creo que le parezca mal...
Roberto se puso de pie.
-No tardaré. Fumaré un cigarrillo y subiré enseguida.
Susana también se levantó.
-Creo que deberías hablar con ellos. Te sentaría bien escuchar su voz. Ella lo entenderá.
-No sería una buena idea.
Roberto cogió su abrigo y volvió a decirle a ella que regresaría enseguida. Luego salió al rellano.
Decidió bajar por las escaleras. Cuando salió a la calle notó que el frío de la noche se le clavaba en la carne. Sintió que se le helaba la nariz. Se subió el cuello del abrigo y se frotó las manos. Su aliento era visible. Sacó el paquete de tabaco y encendió un cigarrillo. La luz del portal del edificio de enfrente se encendió y, al cabo de un momento, vio salir a un hombre con cierto apresuramiento. Lo siguió con la mirada y lo vio acercarse a un coche y abrir el maletero y extraer varias bolsas de juguetes. El hombre regresó al portal con las bolsas. Roberto empezó a andar, despacio. Notaba que el cigarrillo le temblaba en la mano. Aspiró con fuerza el humo. Al girar la esquina, divisó el pequeño parque de la urbanización y se dirigió hacia él. Avanzó por la gravilla y se sentó en un banco de madera, frente a unos columpios metálicos que se balanceaban levemente, mecidos por el viento. Arrojó la colilla al suelo y la pisó con el pie. Miró los edificios que rodeaban el parque y se quedó ensimismado observando las ventanas iluminadas.
Sacó otro cigarrillo y lo encendió.