viernes, julio 28, 2006

Literatura

Nunca he ganado un premio literario ni he conseguido publicar ningún libro, a lo sumo algún que otro relato en revistas de escasa difusión, así que no puedo denominarme escritor en el sentido profesional de la palabra, sino más bien un aficionado a la literatura. He intentado cambiar eso, por supuesto, para lo cual he enviado algún que otro manuscrito a diversas editoriales que siempre me lo han devuelto con una carta escueta informándome de su apretado plan de publicaciones o de sus problemas presupuestarios. Nunca nadie me dijo si mi estilo era bueno o si mis tramas estaban bien urdidas, al parecer los motivos por los que mi nombre no aparecía aún en letra impresa, ocupando un escaparate completo de una prestigiosa librería, era ajeno a la calidad de mi escritura y tenía más que ver con cuestiones puramente económicas.

Ahora que dispongo de tiempo pienso mucho en esto, es más, soy incapaz de pensar en ninguna otra cosa. Me pregunto si habré desperdiciado mi trabajo en frases pobres, llenas de errores, carentes de musicalidad y en tramas intrascendentes, triviales, insulsas, y en personajes planos, de trazado simple, sin hondura psicológica. Lo cierto es que ignoro si realmente yo era un buen escritor, lo suficientemente sólido como para resistir al olvido implacable. Me atormento preguntándome si mis libros hubiesen trascendido mi muerte y dado sentido a mi vida o si, por el contrario, hubiesen sido borrados, aniquilados, por la natural selección que impone el paso del tiempo, relegados a desordenados montones de saldos, oscuros y húmedos rincones de librerías de viejo, donde sólo cabría la esperanza de que los encontrara un excéntrico buscador de rarezas desconocidas. Todo eso me pregunto, consciente de la tortura a la que me estoy sometiendo, consciente de que pensar todas estas cosas me está matando, consume mis fuerzas, retuerce mis entrañas provocándome dolores infinitos que casi me hacen perder el sentido. Uno de mis compañeros se empeña en decirme que mi presencia en este lugar es la prueba de que mis escritos eran buenos, pero esa explicación no me sirve, es demasiado simple, tan elemental como los argumentos que me trajeron aquí, ideados por gentes que seguro serán olvidadas por la Historia, gentes irrelevantes, obtusas, oscuras, poseedoras de un poder que no les pertenece y les viene grande. Pensar todas estas cosas me hace daño, soy consciente de ello; sin embargo, me evade de este sitio terrible y me distancia de un destino que se me antoja ridículo e inmerecido. Mi mente está acostumbrada a volar lejos de mi cuerpo, es algo que he hecho durante toda mi vida. Supongo que es por eso por lo que siempre he preferido realizar trabajos mecánicos, rutinarios, porque en ellos es más fácil programar los movimientos y, luego, abandonar el cuerpo y alejarme volando a otros mundos, a cuestiones más grandes y trascendentales que la mera existencia en un lugar y tiempo determinados. Ahora, al reflexionar sobre ello, me siento tentado a pensar que en realidad lo único que he hecho en mi vida ha sido no romper la rutina, ser fiel al tren de lavado, a la ruta de reparto, a la maldita cadena de montaje, al clasificador de paquetes, a los muelles de carga y descarga, a todos esos trabajos, en fin, con los que yo pensaba que me evadía cuando lo que en realidad hacía era integrarme en una sociedad a la que despreciaba. Y sin embargo aquí estoy, sin duda porque alguien pensó que yo era más importante de lo que realmente creía y mis escritos eran más densos y perfectos de lo que nunca pude imaginar.

Estar aquejado por el virus de la literatura provoca unos síntomas que afectan a todos los órdenes de la existencia, hasta el punto de que todo lo que uno vive, todo lo que ocurre a su alrededor, queda inmediatamente tamizado por sus posibles aplicaciones literarias, todo es traducido a frases, descrito mentalmente, encajado en una trama ficticia capaz de trascender la mera anécdota y dotarla de una verdadera dimensión totalizadora, de este modo, la propia vida se diluye en una existencia incorpórea, irreal, alienante quizá, pero que inunda de sentido los huecos que provoca la rutina, la desidia, la sociedad urbana que se encarga de clasificar a la gente como quien organiza un puzzle. Y se siente de pronto uno cercano a los grandes autores de los libros que le fascinaron a lo largo de su vida, se siente más próximo a los escritores muertos que a sus amigos vivos, hermanado con aquellos por un mismo sentimiento, unas preocupaciones parecidas, unas inquietudes afines, tal como puede constatar uno cuando lee las páginas en las que derramaron sus recuerdos y plasmaron sus ideas, su filosofía de la vida y su visión sobre las grandes cuestiones cuyo misterio nos atenaza. Y sin embargo el temor a no ser digno de considerarse miembro de tan ilustre grupo le tortura continuamente, las dudas sobre la calidad de sus escritos le asaltan día y noche, obligándole a plantearse si no será un impostor, si no se estará engañando, forjando unas expectativas irreales, ajenas a su capacidad literaria, más bien pobre y desastrada, idea esta que provoca un irreprimible llanto, lágrimas generadas por una infinita tristeza ante la ominosa sensación de fracaso, de absurdo existencial.

Así transcurrían pues mis días y mis noches, entre la euforia ante un relato terminado de un modo satisfactorio y la congoja al releerlo y descubrir sus imperfecciones, entre la esperanza y la duda, entre el sueño y las limitaciones de la realidad, subsistiendo entre tanta angustia con trabajos físicos, repetitivos, como ya dije, que me permitían aislarme en mi mundo imaginario, ese mundo en el que daba conferencias y mis libros eran elogiados y admirados por una horda de lectores que me veneraban. Así que a veces me decidía a mandar uno de mis manuscritos a un posible editor, envolviendo en ese paquete todas mis esperanzas, mis esfuerzos, mis sueños, mis anhelos, y esperando el correo de respuesta día tras día, conteniendo la respiración cada vez que abría el buzón, confiando en que alguna vez la carta de vuelta no fuera de rechazo sino de elogio, algo que nunca llegó a ocurrir. En su lugar me visitó la policía.

Me visitó la policía y aún me cuesta creerlo. Tres agentes con gabardinas negras y rostros inexpresivos, cuyos ojos inquisidores recorrieron con calma, sistemáticamente, cada una de las habitaciones de mi domicilio, desplegándose con estudiada solemnidad, moviéndose con la gravedad de quien se sabe elegido para una gran empresa, para una importante investigación, en este caso, en la que yo debía ser un peligroso delincuente, un repugnante espía, un despreciable traidor, o aún algo peor que no lograba siquiera imaginar. En un momento dado intercambiaron, en voz alta, palabras que se me antojaron enigmáticas, "Listo", "Localizado", "Vale", "Avisa", "Procedan"; y uno se asomó a la ventana y otro habló por un transmisor, y en poco tiempo entraron más policías en mi domicilio, un grupo que fue orquestado por los tres agentes con enérgicos movimientos de brazos y que se afanó con diligencia en vaciar mis estanterías de libros y mis cajones del escritorio, donde guardaba mis grandes obras incomprendidas y despreciadas. De pronto, como si de algún modo inexplicable me hubiese engullido la famosa novela de Bradbury, me encontré contemplando cómo todos mis libros y mis papeles volaban por la ventana, eran amontonados enfrente de la entrada principal del edificio y eran rociados con gasolina. Quise lanzarme también por la misma ventana, en pos de mi sueño de gloria, del esfuerzo con el que había conseguido dotar de sentido a mi existencia, pero me sujetaron con fuerza y me bajaron por las escaleras y me obligaron, insensibles a mi llanto desconsolado, a contemplar cómo el fuego resquebrajaba mi alma, carbonizaba mis desvelos, mis pensamientos, todo mi trabajo, irrepetible, irrecuperable, perdiéndose para siempre, impotente ante implacables llamas doradas que lo convertían todo en un humo denso que se perdía en el cielo, regresando quizá a sus orígenes.

Luego me trajeron aquí, previo juicio en el que se me informó que mis obras habían sido consideradas subversivas, obteniendo de este modo la primera y última opinión sobre mis escritos que nadie me dirigió jamás, pronunciada con la gravedad que la situación requería por un juez severo y entrado en años, de rostro enjuto y mirada cansada a quien estuve tentado de preguntarle si se estaba refiriendo, al llamar "subversiva" a mi obra, al fondo o a la forma de la misma, deseando que al menos él, que parecía haberla leído, y que parecía un hombre culto, me comentara un poco más profundamente sus opiniones sobre mi trabajo, consciente como era de que nadie más podría hacerlo de ahí en adelante, pero la sentencia que me impuso y que remató con un enérgico golpe con su mazo de madera me dejó aturdido y desorientado y secó mi garganta y vació mi cerebro de palabras, quedando sumido en una especie de estado catatónico que me duró incluso hasta varios días después de haber sido confinado en esta prisión. El causante de mi condena parecía ser alguno de los relatos publicados, o peor aún, alguna frase de alguno de los relatos publicados, algo que, según se dijo, era insultante, aunque tampoco me quedó claro hacia quién o qué. Un texto indefinido, que ni siquiera recordaba, por el que seguramente no cobré nada, resultaba ser el causante de mi situación.

Mi compañero de celda intenta animarme y me dice que el hecho de que yo esté aquí demuestra que mis escritos eran buenos, lo dice con amabilidad, tocándome levemente el hombro con su mano callosa, lo cual delata su afán conciliador y le resta credibilidad. Es un hombre rudo que jamás ha leído un libro y que está cumpliendo condena por haber matado a su mujer y a su hijo de seis años, y a pesar de que me ha explicado que lo hizo por amor, porque no quería que siguiesen sufriendo en este mundo tan desquiciado e imperfecto, que más que matarlos consideraba que los había liberado, li-be-ra-do, vocaliza, en un intento obstinado por conseguir que yo capte el sentido profundo que tiene para él esta palabra, el alto grado de amor que estaba contenido en su crimen, a pesar de repetirme una y otra vez lo mucho que le gustaría poder retroceder en el tiempo para abrazarles, yo no puedo evitar, cuando me habla, imaginarlo con el cuchillo en la mano y cubierto de sangre. A veces, por la noche, cuando me nota especialmente agitado, empieza a hablar en voz alta y me dice que siempre se salva algo del fuego, pequeños fragmentos, trozos por aquí o por allá con los que alguien a quien no conoceremos nunca confeccionará un librito que se convertirá en algo muy valioso, un objeto de culto, una obra perfecta que traspasará las barreras del idioma y perdurará en el tiempo. Me gustaría creerlo, pues eso significaría que mi obra tiene calidad y es digna de ser rescatada del fuego, por tanto, mis esfuerzos no habrían sido infructuosos, aunque este pensamiento, el rescate de parte de mis escritos de ser devorados por el fuego, desemboca invariablemente en la hipótesis contraria: el supuesto de que esos fragmentos rescatados lo que constatan no es otra cosa que su intrascendencia, su escaso valor literario, la prueba de que nada importante se ha perdido en esa fogata; una segunda hipótesis que acrecienta mi angustia, puesto que significaría que mi estancia en esta prisión es un mero chiste negro. No soy capaz de soportar esta idea, quizá por eso me inclino a creer que nada se salvó del fuego, todo ardió, todo se perdió, todo desapareció... y en este caso existen nuevamente dos posibilidades: lo que se perdió era bueno y el daño es ya irreparable, una gran obra se ha destruido para el mundo, nadie podrá testificar su grandeza, su calidad; o bien lo escrito es literariamente imperfecto, malo, impublicable, entonces nadie podrá demostrar que en realidad soy un mal escritor y cabe la posibilidad de que alguien se entere de mi historia y dé a conocer mi caso, mi vida, mi figura, como un escritor de obra desconocida, castigado por su valentía con la pluma, por lo revolucionario de una obra desaparecida para desgracia de todos. Mi figura se vería de este modo magnificada y envuelta en la leyenda, y mi obra sería dotada, de forma ilusoria, de una calidad que nunca poseyó, de este modo ocuparía un lugar en la historia que no me pertenecería por derecho propio, un lugar que debería agradecer, por irónico que parezca, a quienes me han condenado y me han encerrado y me han despojado de todos mis bienes.

Un día mi compañero de celda me cuenta que va a intentar fugarse con otros presos, un grupo de seis, se van a deslizar entre las sombras hasta alcanzar los desagües, y nadarán entre mierda y orines hasta llegar al exterior, un plan imperfecto, plagado de inexactitudes, que sólo puede terminar en fracaso. Me pregunta si quiero ir con ellos, me lo pregunta en voz baja, en la oscuridad de la noche, en nuestra celda, y yo trato de identificar su silueta entre las sombras, pero no lo consigo, así que sus susurros me llegan como si fueran pronunciados por un fantasma. En cuestión de segundos valoro todos los pros y todos los contras. Por un momento, me planteo la posibilidad de escapar realmente de aquí, y no sólo de esta prisión sino también del país, llegar al extranjero y hacerme famoso gracias a alguna crónica periodística. Me veo, por un momento, agasajado por intelectuales que hablan en una lengua desconocida para mí y que me brindan la oportunidad de reemprender mi carrera, volver a escribir, demostrar la magnitud de mi obra, hacerla renacer de sus cenizas en el sentido más literal. Y entonces yo demuestro a todo el mundo que soy un mal escritor, mis textos son rechazados y mi figura ninguneada poco a poco hasta que el anonimato me envuelve y la cotidianidad, carente ahora de la esperanza de llegar a convertirme en escritor, cerrada al fin esta vía de escape, se cierne sobre mí hasta la total aniquilación, alcoholizado, vagabundeando por las calles o saltándome la tapa de los sesos de un disparo.

Mi compañero de celda me propone que me una a su grupo y que escape de allí. Le escucho y comprendo que mi destino es ocupar un lugar en la historia que no me pertenece, conseguir que los que han pretendido hundirme me conviertan en una leyenda. Al fin, secándome las lágrimas con el dorso de la mano, consigo decirle que no puedo ir con ellos, le doy las gracias por contar conmigo, pero mi sitio está aquí y no puedo abandonarlo. Pese a todo, le pido un último favor. Le pido que si consigue volver al mundo libre, hable de mí.

jueves, julio 27, 2006

Vacaciones

Querido amigos, me voy de vacaciones. Agosto. Aprovecharé para leer y reunir material, también para trabajar en una novela que llevo a medias y en algunos relatos. Por supuesto, habrá que dejar tiempo para la piscina, pasear, hacer excursiones, ir al cine, etc. etc.

Va a ser una dura prueba, porque me encuentro muy enganchado a este blog, la verdad, y a los vuestros. No sé si la superaré. Me escaparé de vez en cuando y me meteré en un cibercafé o en el ordenador de un familiar, no sé, de algún modo conseguiré asomarme por aquí o por allí, para ver que todo va en orden, para mandaros un saludo.
He pensado comprarme un portátil, y quizá acabe haciéndolo, pero aunque así fuese el ritmo tendría que ser más lento, necesariamente.

Como último post de la temporada, publicaré mañana un relato un poco largo. Os dejo lectura. Para mí, lo mejor con un relato largo es copiarlo a word e imprimirlo, no sé si será muy cómodo leerlo aquí. En fin, que cada cual haga lo que mejor le parezca.

Se trata del relato "Literatura". Algunos recordaréis que os hablé de él en mi post sobre el libro "Literatura y otros relatos". Esta historia me la inspiró un episodio de la vida del premio Nobel de Literatura Gao Xingjian, quien, durante la Revolución Cultural China tuvo que destruir sus escritos porque de lo contrario peligraba su vida, entre ellos un diario íntimo que había iniciado a los ocho años. Esto me pareció lo más doloroso que le puede pasar a un escritor, así que pensé en una historia en la que un escritor ve cómo toda su obra es destruída.
Por otra parte, también puede decirse que se trata de un ejercicio de estilo.

Espero vuestras opiniones, son importantes para mí.
En Septiembre retomaré el ritmo habitual.
Hasta pronto.

miércoles, julio 26, 2006

Lenny Bruce


El 3 de Agosto de 1966 murió Leonard Alfred Schneider, más conocido como Lenny Bruce, un cómico que tuvo no pocos problemas con la justicia por el lenguaje obsceno que utilizaba en sus actuaciones.
Era un cómico mediocre, que apenas malvivía actuando en clubs de "stand up comedy", hasta que decidió nombrar a las cosas por su nombre, sacar a la luz todo lo que la gente esconde, afrontar los tabúes con naturalidad, el sexo, el racismo, la religión, la política, todo lo que nos vuelve vulnerables fue utilizado por Lenny en sus actuaciones, consiguiendo escandalizar a su público burgués, remover las conciencias puritanas, encoger los estómagos más sensibles, dejar al descubierto una sociedad hipócrita. Defendía el derecho a consumir drogas, decía que los homosexuales no debían ser perseguidos por la ley, que el sexo no era sucio, que los hombres de Dios debían predicar con el ejemplo y vivir austeramente, etc. etc. Y, por supuesto, su éxito tuvo un coste, ya que empezaron a acosarlo con denuncias por escándalo público. La primera vez, en septiembre de 1961, fue detenido por decir la palabra "chupapollas". Al principio, debió parecerle incluso divertido, más teniendo en cuenta que fue absuelto en ese primer juicio y que aquello le reportó una importante popularidad. Pero a un arresto le siguió otro. Lenny comenzó a hablar de sus juicios en sus espectáculos, con desparpajo, con irreverencia. Pero las detenciones se repitieron cada vez con mayor frecuencia. La policía vigilaba sus actuaciones. Y la situación acabó desbordándolo.
Aunque aquel acoso judicial le dio un sentido a su vida, llegando a considerarse un artista satírico que pretendía denunciar la hipocresía que imperaba en la sociedad americana, vaciar a las palabras de su sentido escandaloso a fuerza de repetirlas, gritarlas en voz alta, también acabó desgastándolo, abocándolo a la ayuda de drogas para enfrentarse al día a día.
Los juicios lo dejaron en la quiebra total. Sus actuaciones se volvieron desesperadas, caóticas y patéticas.
Fue una sobredosis de heroína lo que acabó con su vida. Tenía 40 años.

Bob Fosse filmó una película sobre Lenny Bruce en 1974, defensor de la libertad de expresión, mártir de estúpidas y represivas leyes que pretenden legislar hasta los aspectos más íntimos de las personas, llegando en su intento a caer en el ridículo y el absurdo. El papel principal fue interpretado por Dustin Hoffman, que desarrolla una interpretación brillante, secundado también de modo impecable por Valerie Perrine en el papel de Honey, la bailarina de streap-tease con quien se casó Lenny Bruce y tuvo una hija. La película está rodada en un luminoso blanco y negro, de los que resaltan el humo de los cigarrillos y los focos del escenario, con una impecable fotografía a cargo de Bruce Surtees.
La cinta transcurre como una mezcla entre el biopic y el documental, con un montaje que intercala el testimonio directo de los personajes con los hechos y, sobre todo, con actuaciones del protagonista ligadas al momento que se nos va narrando.
La película obtuvo seis nominaciones a los Oscar: Mejor Actor, Mejor Actriz, Mejor Fotografía, Mejor Guión Adaptado, Mejor Director y Mejor Película. No ganó ninguno.
Aunque el film tiene sus detractores, yo creo que es una película a reivindicar, y más en estos tiempos en que el puritanismo más recalcitrante vuelve a planear amenazador, especialmente en EEUU, donde la exhibición de un pecho femenino provoca una crisis nacional de proporciones caricaturescas.

martes, julio 25, 2006

Publicidad


La publicidad ha evolucionado a pasos agigantados. Ya no nos intentan vender cosas con un señor que nos enseña el producto y nos asegura que es fantástico, sino que nos cuentan historias, identifican el producto con un estilo de vida, con unos principios, con un sentimiento...
La publicidad se ha convertido en un arte. Podemos encontrar auténticas joyas. Sin embargo, su finalidad continúa siendo el querer convencernos de que consumamos tal o cual cosa. Y en esa tarea de convencimiento, nos van imponiendo una serie de valores, de modelos, de deseos.

Si, tal como decía Chesterton, "el periodismo consiste esencialmente en decir Lord Jones ha muerto a gente que no sabía que Lord Jones estaba vivo", con mayor motivo la publicidad consiste en que compre tal o cual producto gente que nunca necesitó tal o cual producto.
Pero en ese camino de manipulación se cruzan otras muchas cosas. Joseph Goebbels, el principal responsable de las campañas de propaganda nazi, decía: "una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad". Y esto sigue vigente, tal como afirma Ignacio Ramonet en su libro La tiranía de la comunicación: "El sistema en el que evolucionamos funciona de la manera siguiente: si todos los media dicen que algo es verdad, es verdad. Si la prensa, la radio o la televisión dicen que algo es verdad, eso es verdad incluso si es falso".

Así, resulta esencial tener en cuenta que, junto con la incitación a la compra de determinados productos, se nos inculca el deseo de cierto estilo de vida, de una estética, y todo eso, si no es conseguido, puede causar una gran insatisfacción, sentimiento de fracaso y frustración. Lo cual puede acarrear serios problemas, sobre todo de autoestima.
Por eso quiero resaltar la importancia que me merece una campaña publicitaria que parece haberse propuesto combatir al medio desde dentro. Me refiero a la campaña "Por la belleza real" lanzada por la marca de cosméticos Dove. En ella se defiende una estética alejada del estereotipo oficial femenino. Se defiende la diversidad. Se alejan de las modelos anoréxicas y se acercan a las mujeres normales. Ojalá cundiese el ejemplo.


domingo, julio 23, 2006

Un blog de cine


Zuriñe Vázquez gestiona nada más y nada menos que tres blogs. Uno de ellos está dedicado al cine y en él publica reseñas de diversa procedencia. Me siento muy honrado de que haya incluido mi texto sobre la película "Olvídate de mí", título con el que se estrenó en España "Eternal sunshine of the spotless mind", en su espacio "El rincón del cinematógrafo". El proyecto de este blog es muy interesante, pues poco a poco se va convirtiendo en lugar de encuentro de apasionados del cine.

También aprovecho para darle mi agradecimiento a Francisco Ortiz, ya que fue desde su blog desde el que descubrí el sitio de Zuriñe.

sábado, julio 22, 2006

Una historia de violencia


Probablemente ésta sea una de las mejores películas de Cronenberg. Me importa poco que me digan que la hizo por encargo o que se vendió al comercio de Hollywood. No me creo nada. En esta película está Cronenberg. Esta película nos habla de nosotros mismos, del ser humano. Esta película nos toca el corazón. Me dejé llevar por ella desde el primer momento, zarandeado sin descanso, atónito ante la potencia de las imágenes y la fuerza de la historia.
A veces, nos dice Cronenberg, la violencia es el único modo de solucionar ciertas situaciones. Por mucho que queramos llevar una vida civilizada, todos escondemos un lado oscuro, animal, donde se encuentran la violencia y el sexo. La violencia y el sexo están muy cercanos en nuestra naturaleza y, de hecho, es en el momento en que se descubre el lado violento del protagonista cuando tiene lugar una de las escenas de sexo cumbres de la película, la que tiene lugar en plena escalera de la casa.

Tom Stall (Viggo Mortensen) es un feliz y dialogante padre de familia. Su familia es la encarnación típica de la felicidad, con una atractiva esposa llamada Edie (María Bello), y dos hijos, Jack (Ashton Holmes) y Sarah (Heidi Hayes). Sus relaciones son buenas. Edie es abogada y Tom es el dueño de una pequeña cafetería. Sin embargo, todo cambia el día en que dos desalmados asesinos (Stephen McHattie y Grez Bryk), que ya nos han sido presentados en la escena inicial del film, rodada de un modo magistral, sin aspavientos ni contrapicados, y en la que se ha dejado claro el grado de brutalidad que pueden alcanzar, entran en la cafetería y amenazan a todos los presentes. Tom reacciona como un arma letal y acaba con los dos delincuentes en una escena impactante, donde los tiros resuenan como cañonazos y en la que no se escamotea un breve plano de la cara reventada de uno de ellos mientras se está ahogando en su propia sangre. Este suceso hace que Tom sea considerado un héroe y que se interesen por él en los noticiarios de la televisión.

En este punto, nos encontramos también con que Jack, el hijo adolescente, que ha estado rehuyendo las provocaciones de un chulo de su instituto, no tiene más remedio que pelear para solucionar el problema.
—En esta familia no solucionamos las cosas con la violencia —le dirá luego su padre.
A lo que Jack responde:
—No, nosotros los solucionamos a tiros.

Entonces aparece un personaje inquietante, Carl Fogarty (Ed Harris), un hombre con una impresionante cicatriz en la cara, con un ojo blanco, que le dice a Tom que lo ha reconocido al verlo en la televisión y lo acusa de ser Joey Cusack, un sanguinario mafioso. Entonces todo empezará a tambalearse: la vida familiar, los principios sobre los que se asienta, las convicciones, los principios, el idílico paisaje se transforma en un lugar árido que hay que atravesar pese a que, al hacerlo, uno pueda resultar herido.

Las escenas de violencia son rotundas, impactantes, eficaces, pero por encima de todo, ésta es una película que se sustenta en un impecable trabajo actoral. Todos los que participan en el film están magistrales: Viggo Mortensen demostrando su profesionalidad al componer a un personaje complejo y creíble, Ed Harris, que consigue sobrecoger al espectador con su sola presencia, María Bello, que deja claro que está dispuesta a convertirse en un nombre imprescindible del actual cine americano o William Hurt, que compone una personalidad fría y maquiavélica sin gestos histriónicos ni muecas exageradas.
Y la escena final... es sublime. Un cierre que te eriza el cabello, sustentado en gestos y miradas. Antológico.

A Cronenberg siempre le ha interesado la naturaleza humana, y lo que aquí explora forma parte de todos nosotros en general. La violencia forma parte de nuestra naturaleza. Y lo que nos dice es que a veces es necesaria e ineludible. Claro que uno puede estar de acuerdo o no con esta idea.

jueves, julio 20, 2006

La maleta


Sergei Dovlatov nació en la antigua URSS en 1941. Trabajó como periodista y, tras un periodo de enfrentamientos con las autoridades, emigró a EEUU. Al parecer, editó todos sus libros fuera de Rusia. Murió en 1990.

Dovlatov es, esencialmente, un autor de relatos. Su libro "La maleta" lo editó la editorial Metáfora, junto a otros representativos y muy interesantes autores europeos. Bohumil Hrabal, Ismail Kadare, Miljenko Jergovic, Danilo Kis o Michal Viewegh entre otros. Desgraciadamente, esta editorial no parece haber sido capaz de sobrevivir a la vorágine del mercado editorial español. Muchos de sus titulos se están saldando a precios irrisorios*.

La maleta se basa en el hecho de que cada emigrante, al abandonar Rusia, no podía llevar más de tres maletas. Esto indigna al autor. Se ve obligado a desprenderse de sus libros y de sus muebles y, finalmente, lo que decide llevarse le cabe en una sola maleta, de aglomerado, forrada en tela, atada con las cuerdas de tender la colada porque la cerradura no funciona. Y esa maleta le acompaña durante todo su viaje, sin que en ningún momento la abra. Todo esto nos lo cuenta en el prólogo, todo un ejemplo de concisión. Y nos dice que al llegar a Nueva York alquiló un piso en una buena zona y guardó la maleta en el rincón más lejano del armario empotrado. Y entonces viene el siguiente párrafo:

Transcurrieron cuatro años. Nuestra familia se reconstruyó. Mi hija se convirtió en una norteamericana adolescente. Nació mi hijo. Creció, y comenzó a hacer travesuras. En una ocasión, mi esposa, perdida la paciencia, le gritó:
—¡Métete ahora mismo en el armario!
El niño pasó unos tres minutos en el armario. Después, lo dejé salir.
—¿Te dio miedo? —le pregunté—. ¿Lloraste?
—No —respondió—. Me senté sobre la maleta.
Entonces, saqué la maleta. Y la abrí.


¿No es soberbio?
Después de esto, el autor va extrayendo los objetos que encuentra en esa maleta: un traje cruzado, una camisa de popelín, unos botines, una chaqueta de pana forrada de piel sintética, un gorro de invierno, tres pares de calcetines finlandeses de crespón, guantes de conductor y un cinturón militar de cuero. Y cada uno de estos objetos lleva emparejada una historia, un recuerdo, una pieza más que va construyendo, parcial y fragmentadamente, la vida y los recuerdos de Rusia del autor.

Su estilo huye de la nostalgia y de la retórica, utilizando el humor como elemento distanciador, pese a lo cual se percibe cierta tristeza. Narra en primera persona, con un tono no exento de sarcasmo. Es muy rápido, dinamiza el texto con diálogos endiabladamente eficaces. A veces, introduce historias dentro de la historia, disgresiones que le permiten delimitar las situaciones. Y nos presenta a personajes entrañables. Nos habla como un amigo acodado a la barra de un bar y la mirada perdida.

Acaba de publicarse otra colección de relatos de Dovlatov, "El compromiso", por Ikusager Ediciones. Lo tengo aquí, a mi lado.

* En Valencia creo que aún se pueden encontrar en la sección de ofertas de la librería "Paris-Valencia", en la calle Pelayo –no cobro comisión-.

martes, julio 18, 2006

Inspiración

—Soy escritor —le dijo a su reflejo en el espejo.
Observó detenidamente su rostro. La frente, los ojos, la boca. Conocía bien aquellos rasgos. Pertenecían a un hombre normal y corriente, oculto entre tantos, con una vida rutinaria, sin sobresaltos. Sin embargo, en su interior, vivían personajes variopintos, extraños muchos de ellos, historias ajenas, largos viajes, amores, crímenes, odios, risas y lágrimas que bullían en su cerebro a todas horas: mientras conducía, mientras comía, mientras clasificaba paquetes en la oficina de correos donde trabajaba.

Se dirigió a su despacho. Estaba solo y tenía todo el día por delante. Se sentó frente al ordenador, dispuesto a redactar una gran obra. Pero no se le ocurría ninguna idea. Las ideas no suelen acudir cuando uno quiere sino cuando menos las esperas, ése es el extraño fenómeno conocido como inspiración. Estaba harto de escuchar que la inspiración no existía, que todo era cuestión de disciplina; sin embargo, él la había sentido miles de veces. De no ser por la inspiración, no escribiría. Sentía la necesidad de escribir porque las historias se agolpaban en su cabeza, porque soñaba con otras existencias, porque le gustaba imaginar las consecuencias de determinadas acciones. Pero ahora que tenía tiempo, las ideas no venían.
El ordenador producía un leve zumbido hipnótico. Apoyó los dedos en el teclado. Se empezó a poner nervioso.

Algunos famosos autores idearon particulares métodos para atraer a las musas: Agatha Christie, por ejemplo, parece ser que comía manzanas en su enorme bañera hasta que se le ocurría una intriga. No perdía nada por intentarlo. Su bañera no podía calificarse como enorme sino todo lo contrario, no obstante esperaba que éste no fuese un factor determinante. Tampoco tenía manzanas, así que se llevó la botella de whisky. Dos horas más tarde salía medio borracho del cuarto de baño, con la piel arrugada y sin ninguna idea genial. Había que buscar otro método.
Se enrolló una vieja bufanda en la cabeza intentando emular la boina de Pío Baroja o la gorra de terciopelo de Wagner, pero cuando empezó a sudar comprendió que resultaba igualmente inútil.

Entonces recordó que Valle Inclán y Capote, entre otros, escribían en la cama.
Un cuarto de hora más tarde se había quedado dormido.

domingo, julio 16, 2006

La soledad del corredor de fondo


Este es uno de esos libros que se te quedan en la cabeza para siempre.
Se trata de un conjunto de relatos cuyos personajes pertenecen a la clase obrera y viven en barrios marginales, en la Inglaterra de la posguerra. Son jóvenes rebeldes, que están hartos de todo lo que les rodea, una generación antisistema. No en vano Alan Sillitoe pertenece a ese grupo de escritores que se aglutinó bajo el nombre de «angry generation», a la que pertenecen también Kingsley Amis, John Osborne y el último Premio Nobel de literatura, Harold Pinter. Aunque, a este respecto, Sillitoe dijo: "Yo no podía pensar en términos de ser considerado un joven enojado porque, por supuesto, no puedes escribir con ira. Si escribes en ese estado la escritura no será buena; para hacerlo debes estar frío, calmado".

No obstante, sus personajes sí suelen estar enojados, especialmente el protagonista del primer relato de este libro, el que le da título, quien nos dice: "En primer lugar, estos funcionarios asquerosos no son tan tontos como aparentan la mayor parte del tiempo y, en segundo lugar, yo tampoco lo soy tanto como para intentar huir mientras corro, porque escaparse y que luego le cojan a uno es un juego estúpido que a mí no me convence para nada". La historia de un joven ladronzuelo que cumple condena en un reformatorio y que tiene unas especiales aptitudes para la carrera de fondo, por lo que lo incluyen en unas competiciones de cross en las que participan instituciones de toda Inglaterra, se convierte en un relato sobre la dignidad de los vencidos, sobre la oposición al poder, sobre aquel que no tiene nada a lo que agarrarse más que a sí mismo. "Ellos pueden pasarse todo el día espiándonos para ver si hacemos alguna de las nuestras, si trabajamos bien o si hacemos «atletismo», pero no pueden sacar una sola radiografía de nuestras tripas para averiguar qué nos estamos diciendo a nosotros mismos". Esta historia fue llevada al cine en una magnifica película del mismo título.

El resto de los relatos cumple con las pautas marcadas por la primera narración. Y, aunque quedan un poco deslucidos tras la deslumbrante primera historia, mantienen la calidad y el interés. Sin duda, podemos encontrar joyas entre ellos, como "El cuadro de la barca de pesca", en la que nos enfrentamos a la extraña relación que surge entre una pareja después que se ha separado, a raíz de un cuadro. Empieza así: "Soy cartero desde hace veinticinco años. Fíjense en esta primera frase: como está escrita de un modo sencillo, parece que es importante el hecho de que haya sido cartero tanto tiempo, pero comprendo que esto no significa nada en absoluto". La miseria y las duras condiciones de vida que imperaban en el Londres de la posguerra quedan perfectamente plasmados en "El arca de Noé", centrado en dos amigos que se disponen a gastar el poco dinero de que disponen en una feria. "Sábado por la tarde" comienza diciendo "una vez vi cómo intentaba matarse un tipo". Sin duda una frase así es capaz de enganchar a cualquiera. Con este relato, el lector se introduce en una historia que sólo puede calificarse de esperpéntica. "Tío Ernest" nos habla de la soledad, de los recuerdos, de los prejuicios, de la desconfianza... "El señor Raynor, maestro de escuela" nos cuenta la historia de un hombre que utiliza su imaginación para evadirse de la realidad, un hombre que fantasea en secreto sobre lo que nunca podrá alcanzar, mientras debe enfrentarse a una clase de alumnos resabiados e indisciplinados. "El partido" nos muestra cómo la derrota de su equipo repercute en un hombre, de modo que sus reacciones serán implacables y malhumoradas hacia todo lo que le rodea. "La desgracia de Jim Scarfedale" es otra pequeña joya que se presenta como un juego de espejos y en la que un narrador prepotente nos habla del tímido Jim Scarfedale, a la vez que lo juzga y lo critica. Y, por último, "Ocaso y caída de Frankie Buller", un texto nostálgico, recuerdos de niñez, de juegos en la calle, de peleas y, especialmente, la historia de Frankie Buller, su paso a la madurez, su recorrido vital por una existencia carente de oportunidades. La realidad es capaz de imponerse con toda su crudeza incluso sobre aquellos que viven en un mundo hermético y privado y que se niegan a crecer.

Un desfile de personajes sin oportunidades, marginales, apartados de la lucha por salir de la miseria, condenados a pelear en las condiciones más duras. Se trata de un libro compacto, que recuerda un poco a la narrativa española de posguerra, por su carga de denuncia social, por su crudeza, su impotencia y rabia hacia un mundo que se desmorona y arrastra con él a los seres humanos.
Alan Sillitoe tiene un estilo directo, nada poético, sin adornos, y expresa sin rodeos la indignación, la sensación de derrota, la amargura... Sus historias podrían situarse en un estadio inmediatamente anterior al minimalismo. Su interés por los personajes es indiscutible. Algunos relatos se centran en un episodio puntual y otros se desarrollan a través de los años, de toda una vida. Y tiene una especial capacidad para anudar el estómago del lector, para erizarle los cabellos. En este sentido, no es un libro condescendiente. No nos hará sentir mejor después de su lectura sino que nos dejará noqueados, como se queda el director del reformatorio del primer relato, con la boca abierta.

jueves, julio 13, 2006

AMIGOS

Este blog empezó el 13 de Mayo. Hoy cumple dos meses. Llevo pues poco tiempo en esta aventura de los blogs y, sin embargo, ya he recibido no pocas satisfacciones. Y siento de pronto el extraño impulso de celebrar un "cumplemes", o lo que sea, un no-cumpleaños quizá.
Una serie de personas me visita regularmente, gente que comparte inquietudes conmigo, que ama el cine y la literatura, algunos son gente que escribe también en otros blogs y me suelen dejar comentarios. De pronto, tengo la sensación de pertenecer a una especie de club.
Hoy, me gustaría dedicar esta entrada a estos amigos, detenerme un momento para recomendar sus respectivos espacios.
Los que pasen por aquí no quedarán decepcionados si visitan algunos de estos sitios:

Laura Díaz, "La amante de Bolzano", es una persona que contagia su entusiasmo por lo que le interesa, su estilo es muy fluido y claro, sus textos nos transportan a otros espacios, a nuevos caminos.
Alicia Liddell, en su blog "Atravieso el espejo", dice las cosas como las piensa y como las siente. Es muy natural escribiendo y toca los más diversos temas. Es una mujer sincera que tiene un fantástico sentido del humor. Además, hemos descubierto que vivimos en la misma ciudad.
Miguel Ángel Muñoz, tiene un blog llamado, precisamente, "El síndrome Chéjov", como el libro de relatos que ha publicado no hace mucho: es un lugar ideal para todos los amantes de los relatos. Allí despliega sus conocimientos y su rigor y seriedad en textos sobre la técnica del relato.
Alvy, en "El rincón de Alvy Singer", habla de libros y películas que hay que tener muy en cuenta.
Malambruno, "Desde Candaya", muy respetuoso y escribe excepcionalmente bien, hasta tal punto que le pregunté en cierta ocasión si escribía relatos. Por algún motivo, rehusó contestar, lo cual respeto.

Hay otros amigos que quiero citar:
Sfer, http://librosfera.blogspot.com/, fue la primera persona que dejó un comentario en mi blog, escribe siempre cosas muy interesantes y es una lectora apasionada.
Asmadeus, http://mimenor.blogspot.com/, un placer leer sus comentarios y la novela de género negro que va publicando en su blog, la crudeza del texto de ficción contrasta con las buenas maneras del autor.
Alexandrós, http://cuadernoderuta.blogspot.com/, siempre discreto y constante, sus post son un ejemplo de concisión y sutilidad.
El señor Portorosa, http://unhombresentadoenunasilla.blogspot.com/, un compendio de sensatez, educación y delicadeza. Es capaz de reflexionar sobre los asuntos más cotidianos, sobre cosas en las que nunca te habías parado a pensar.
Tana, http://elrecunchodetana.blogspot.com/, da la impresión de que está buscando su propia voz, avanza despacio, pero hay un fondo de gran interés en todo lo que dice.
Anilibis, http://anilibis.blogspot.com/, nos muestra sus textos de ficción y se percibe en ellos a una buena escritora.
Clarice Baricco, http://saudadeparisina.blogspot.com/, una mujer de gran sensibilidad e inteligencia. En su espacio vuelca su preocupación por diversas formas artísticas y siempre se aprenden cosas interesantes.
Rosa Silverio, http://rosasilverio.blogspot.com/, es escritora y ha publicado dos poemarios, además de aparecer en diversas revistas, antologías y suplementos culturales. Su blog es una invitación a conocerla, tanto a ella como a su obra.
Magda Díaz, http://apostillasnotas.blogspot.com/, tiene un blog donde habla en profundidad de libros, siempre con un enfoque lúcido e interesante.
Jose Antonio Galloso, http://joseantoniogalloso.blogspot.com/ , escritor inagotable, un torrente de ideas, de información, combinada con fotos y collages. Una persona de gran sensibilidad.
Francisco Ortiz, http://novelanegraycinenegro.blogspot.com/, apasionado del género negro, rinde homenaje a éste en su interesante blog.

Agradeceré también otros comentarios: Esther García Llovet, Hilario J. Rodríguez, Hernán Migoya, Juan Jacinto Muñoz Rengel, Diego Zúñiga (que también escribe, en el blog Un sueño realizado, sobre lecturas y autores), etc. etc.

En fin, gracias a todos por estar ahí. Incluso a los que callan.
Y sepan disculpar este arraque un poco sentimental.

(Aprovecho para decirle a Milenacondenada, si sigue ahí, que espero su opinión sobre Kjell Askildsen)

martes, julio 11, 2006

Sobre el anonimato

Existen una serie de reglas en el mundo de los blogs. Reglas que es fácil saltarse.
Desde hace unos días, me pregunto por qué se suele utilizar un pseudónimo.

En primer lugar, se me ocurre que iniciar una aventura en internet es una especie de acto exhibicionista que provoca, en cierta medida, desconocimiento, precaución y miedo; porque uno no sabe muy bien dónde se está metiendo. Saber que te pueden leer desde cualquier parte del planeta produce cierta sensación de vértigo. Internet es un terreno inmenso y desconocido y, al asomarnos a él, lo hacemos con cuidado, metiendo la punta del pie para ver si nos quemamos o no. No sabes quién está al otro lado. Oyes hablar de psicópatas, de pervertidos, de delincuentes en la red, y procuras andarte con cuidado, como si avanzasemos de noche por un callejón oscuro. No sabes si algo de lo que escribas podrá molestar a alguien. No sabes si despertarás las iras de un exaltado. No sabes si lo que vas a escribir gustará o no. Así que el pseudónimo te permite mantener la puerta abierta por si hay que salir corriendo. Te sientes inseguro.
Por otra parte, el pseudónimo te ofrece varias cosas que resultan atractivas: desinhibirte y ser otro. Puedes adoptar la personalidad que más te guste, puedes convertirte en aquello que la realidad siempre te negó, y te sientes con la libertad de no tener que guardar las formas o mantener una imagen. Todo eso te permite avanzar con aplomo, porque de pronto te acabas de convertir en el héroe de tu propia aventura.

Sin embargo, llega un momento en que las inseguridades empiezan a desaparecer. Y te empiezas a sentir a gusto en tu nuevo espacio. Además, puede que tengas la suerte de sentirte arropado por un grupo de gente que te visita y te deja comentarios amables e inteligentes. Algunas de esas personas, más valientes, firman en sus blogs con sus nombre auténticos. Entonces, es posible que sientas el deseo de compartir algo más con ellos, mostrarte tal cual eres. De hecho, empiezas a apuntar detalles personales, con cuentagotas, pero que son un claro ejemplo de que empiezas a bajar la guardia.

domingo, julio 09, 2006

Vida o Literatura


Está claro que el hecho de que un autor haya desempeñado diversos oficios parece algo positivo, pues implica una experiencia, una documentación sobre la realidad desde diversas perspectivas. Las biografías de escritores que incluyen los más dispares oficios suelen valorarse como muestra de una personalidad insatisfecha con el mundo y, por tanto, crítica e inteligente. En este sentido, leo que Ian Rankin se graduó en la Universidad de Edimburgo (en Literatura inglesa) y ha ejercido de vendimiador, porquero, recaudador de impuestos, investigador de alcoholes, cronista musical y músico punk. Después de esto cabe preguntarse: ¿Tiene algún futuro un escritor con un trabajo fijo en una oficina? Bueno, me acuerdo de Luis Mateo Díez y me tranquilizo un poco, ya que si no recuerdo mal es funcionario del Ayuntamiento de Madrid. Y Millás trabajaba en un banco. Menos mal.

sábado, julio 08, 2006

Visita del Papa

Ya está listo el altar.

Tendrá una amplia cobertura informativa.

Los peregrinos ya han tomado la ciudad.

7000 WC repartidos por todas partes. ¡7000!

Y fuentes de agua para refrescarse. El calor es asfixiante.


Gigantescas pantallas para no perder detalle.


Su primera visita:


La ciudad se ha volcado en la visita. Las medidas de seguridad son extremas, consecuencia de la psicosis en la que nos hemos sumido todos después del 11-S, el 11-M y el 7-J. La ciudad está intransitable. No hay apenas tráfico, los desplazamientos se realizan en transporte público o a pie. Mucha gente ha optado por huir del mundanal ruido y se han marchado a pasar el fin de semana a la playa.

El Papa llegó hoy sábado por la mañana y se marchará mañana, después de la misa desde el altar situado en la Ciudad de las Ciencias.

miércoles, julio 05, 2006

Olvídate de mí


Esta es una película de amor bastante atípica, aunque sujeta al esquema clásico de chico pierde a chica y chico recupera chica. También es una película de ciencia ficción atípica, porque el elemento fantástico se centra en un artefacto que permite borrar de la mente a alguien a quien no se quiere volver a ver, anular todos los recuerdos que hagan referencia a esa persona. Pero también es una película de autor, ya que transmite una forma personal de ver las cosas; y también en este sentido es atípica, porque más que reflejar el mundo del director, nos muestra el particular modo de ver las cosas que tiene su guionista: Charlie Kaufman, quien ya ha demostrado ser poseedor de un universo propio y de una muy original forma de contarnos historias con anteriores guiones suyos como "Adaptation" o "Cómo ser John Malkovich". El mérito que tiene Michel Gondry como director es precisamente el de haber sabido reflejar fielmente la particular imaginería de Kaufman.
El primer largometraje de Gondry se basó en otro guión de Kaufman: "Human nature".

La idea original de este film partió de una conversación de Gondry con el artista Pierre Bismuth, en la que se plantearon qué ocurriría si fueses borrado de la mente de alguien. A partir de aquí, el elaborado guión de Kaufman despliega una historia rica en matices, una reflexión sobre la memoria, sobre el amor, sobre la existencia en suma. Nos encontramos ante un sincronizado procedimiento de deconstrucción visual de la historia, planteada como un complejo puzzle lleno de saltos temporales que van configurando, mediante escenas oníricas en las que los escenarios se desvanecen y los personajes saltan de un lugar a otro, de un tiempo a otro, una romántica historia que parte del desamor para terminar encontrando el amor, ése sentimiento que es mucho más que un montón de recuerdos y cuya naturaleza inalcanzable lo convierte en algo inexplicable capaz de trascender las meras vivencias y de ingeniárselas para volver a unir a los enamorados, que deben cumplir así su destino ineludible.

Cuando Joel se entera de que su novia Clementine le ha borrado de su mente, se enfurece y decide hacer lo mismo: borrarla a ella de la suya. La consulta del doctor capaz de realizar tan inusual tratamiento está repleta de "pacientes" cargados con bolsas de plásticos llenas de objetos que, por uno u otro motivo, les vinculan al ser que quieren eliminar de sus cabezas. El doctor admite que en San Valentín la consulta tiene mucho trabajo. Cuando el «proceso de borrado» comienza en la casa de Joel, la película desarrolla todas sus posibilidades. Por un lado, veremos lo que ocurre en la habitación, los esfuerzos e interacciones entre los encargados de realizar el trabajo encomendado, que se convierten en perseguidores de recuerdos. Y por otro, lo que ocurre en la mente de Joel, que va reviviendo su relación con Clementine, desde los momentos más recientes hacia atrás, hasta llegar a un recuerdo particularmente agradable, un recuerdo que no quiere perder y que es el que le hace comprender que no desea que su relación con ella desaparezca. Quiere detener aquello, pero es demasiado tarde. No obstante intentará varias opciones, como llevar a Clementine a un recuerdo al que ella no pertenezca para esconderla, configurando así una de las más originales persecuciones vistas en cine.

Todas las complejidades de los personajes están perfectamente matizadas por unas actuaciones impecables. Tanto Jim Carrey como Kate Winslet están sublimes, alejados de muecas y estereotipos, y lo mismo ocurre con el resto de los actores, lo cual incrementa la eficacia de esta reflexión sobre qué sentido tendría la vida sin los recuerdos, este recorrido visual capaz de transmitir la angustia que supone perder las vivencias.

Tragedia en Valencia

La ciudad se llenó de sirenas. Bomberos, ambulancias, policías... Se cortaron calles. Se instauró el caos. No sabíamos qué sucedía, pero sabíamos que algo había pasado, algo grave.
La psicosis te hace pensar en un atentado, lo primero.
Luego empiezas a saber. Accidente en el metro. Un descarrilamiento... Y se habla de muertos. Al menos cinco... ocho... más tarde, veinte... treinta y dos... hasta llegar a cuarenta y uno. 41. Una cifra.
Hasta que llegan los detalles.
Con los detalles llega el horror.
Los malditos detalles...
Saber que había niños.
Saber que el primer vagón volcó y la gente cayó a la vía a través de los cristales de las ventanillas.
Saber que la inercia y el empuje de los vagones traseros seccionaron y aplastaron cuerpos.
Ver a un hombre decir que tiene restos humanos pegados a su cuerpo.
Saber que quedaron a oscuras y que sólo se oían gritos y gemidos de dolor.
Ver a un superviviente en el tanatorio, como si no quisiese separarse de aquellos muertos, como si se hubiese convertido en uno de sus familiares.
Precisamente ayer estuve en ese tanatorio, por la muerte de la madre de mi cuñado.
La ciudad amaneció más silenciosa.
Parecía que todo era como el resto de los días, pero sabíamos que no era así.

lunes, julio 03, 2006

Remordimiento

A veces, un recuerdo sobresale por encima de los demás, sin un motivo aparente. Mis ojos están llenos de lágrimas mientras dos hombres arrastran el ataúd de mi padre hacia el oscuro interior del nicho. El cielo está nublado. No hace frío. Me siento débil y me encuentro solo, pese a que me acompañan algunos amigos. Entonces pienso en una de las últimas veces que visité a mi padre en la residencia. Lo visitaba una vez por semana, generalmente los miércoles. Aquél día lo encontré un poco triste. Salimos a dar un paseo por el jardín. Nos sentamos en un banco y nos quedamos un rato mirando a nuestro alrededor, sin decir nada. Al fin, le pregunté cómo se encontraba. Se encogió de hombros.
—Pienso en muchas cosas —me dijo.
Le pasé el brazo por la espalda. Me miró con sus ojos marrones, un tanto apagados. Sus manos temblaban sin cesar. El jardín era un lugar muy tranquilo. A veces había otros ancianos paseando por allí, también con algún familiar, pero ese día estábamos solos.
Me sonrió y me dijo que había algo que no le dejaba dormir. Una sola cosa en su vida que le gustaría poder cambiar. Me dijo que pensaba mucho en eso, que repasaba su vida, y unas cosas le habían salido mejor y otras peor, pero así era la vida. Sin embargo, había algo que le causaba un gran desasosiego. Le pedí que me lo contara. Al principio negó con la cabeza, como si pensara que no valía la pena. Yo le insistí. Le dije que le haría bien contarme qué era lo que le preocupaba. Tardó un poco, pero al fin accedió a hablar.
—Un día, fui con tu hermano Ximo a la feria —sus ojos se perdieron en el aire—. Él tenía cinco años. Estuvimos allí toda la mañana, subiendo a todas las atracciones, comiendo algodón dulce, corriendo de aquí para allá... —me miró—. Bueno, tú tienes dos hijos, ya puedes imaginártelo.
Yo no tenía hijos. Ni siquiera me había casado. Pero él siempre se empeñaba en imaginarme como padre de familia y yo me había cansado de intentar sacarle de su error.
Volvió la cabeza al frente y su mirada regresó al pasado.
—El caso es que la mañana fue llegando a su fin y le dije al pequeño Ximo que debíamos irnos a comer. Él se puso a llorar, no quería irse, quería dar otra vuelta en el tiovivo. Yo lo cogí en brazos y me lo llevé de allí, llorando —hizo una pausa, un nudo se había formado en su garganta y amenazaba con quebrarle la voz—. Cuando murió, poco tiempo después, tuve remordimientos de conciencia por no haberlo dejado subir otra vez al tiovivo... —tragó saliva y meneó suavemente la cabeza de un lado a otro— donde hubiese querido... si yo hubiese sabido que le quedaba tan poco tiempo de vida hubiese procurado que se divirtiese al máximo, ¿comprendes? Si alguien me hubiese dicho que iba a morir, le habría dejado subir otra vez al tiovivo, todas las veces que hubiera querido... Todas... ¿Comprendes? Si yo lo hubiera sabido... Quisiera volver atrás sólo para cambiar ese día.
Las lágrimas corrieron por su rostro. Le acaricié la espalda.
—Tú no podías saberlo —le dije.
Asintió con la cabeza y me dio unos suaves golpecitos en el hombro.
Estuvimos un rato más en silencio, mirando el destartalado jardín que nos rodeaba, escuchando el sonido de algunos pájaros y, un poco más lejano, el motor de unos coches. Todo el cuerpo de mi padre estaba tembloroso. Pensé en cómo lo veía yo cuando era pequeño, lo grande y poderoso que me parecía, la seguridad que me infundía, y una tristeza se apoyó sobre mi espalda, inclinándome hacia delante.
—¿Nos vamos? —le pregunté.
—Sí, o se te hará muy tarde para volver a casa.
Lo acompañé de vuelta a su habitación y me despedí hasta la siguiente semana.
Pero no hubo más visitas. Tres días después de este encuentro me llamaron para comunicarme que a mi padre se le había parado el corazón. Eran las seis de la mañana. Me vestí y fui a la residencia. Lo habían colocado en un cuarto, cubierto con una sábana muy blanca y almidonada. Me dejaron allí, solo con él. Lo cogí de la mano. Su tacto era extraño, como si se tratase de un maniquí, sin el calor que da la vida.
Mis amigos me dan la mano y me dicen que sienten su pérdida. Les doy las gracias. Se van marchando poco a poco. Me quedo solo y me siento en un pequeño banco de piedra, frente al nicho donde han metido los restos de mi padre, y me quedo allí mucho rato, mirando la lápida, un nombre y dos fechas, un paréntesis de tiempo.
Cuando empieza a hacerse de noche, me levanto y busco el lugar donde se encuentra enterrado mi hermano. Murió cuando yo tenía cinco años y nunca he querido visitar su tumba. Trato de recordar dónde me explicó mi padre que se encontraba. Recorro pasillos interminables, camino delante de fotos descoloridas, de historias desgarradoras. De pronto, me encuentro con un funcionario que me dice que van a cerrar el cementerio y que debo irme. Así que desisto de mi búsqueda y salgo a la calle. Me quedo un buen rato sentado al volante de mi coche, sin ponerlo en marcha.

sábado, julio 01, 2006

El escritor y su familia

En el libro "Relatos reales", de Javier Cercas, en el texto titulado "Kafka en Barcelona", leo el siguiente párrafo: "Decidido a pasar el mes de agosto en Barcelona, trabajando en mi novela y disfrutando de esa ciudad feliz y deshabitada que pregona el Ayuntamiento, empaqueto a mi mujer y a mi hijo y los mando en tren a la playa, a bregar con las incomodidades del sol y el mar y los turistas".
Una páginas más adelantes, en "Homeless" leo: "Con la excusa de que estoy un poco resfriado, el domingo por la mañana me quedo en casa y mando a mi mujer y a mi hijo a pasar un día de campo. Apenas salen, me enfundo mi uniforme de trabajo —zapatillas de andar por casa, pantalón de pijama, camiseta de los Teletubbies— y me pongo a trabajar".
Aunque lo cuenta de un modo algo jocoso, lo cierto es que un escritor tiene que robarle el tiempo a su familia para poder dedicarse a la literatura, ése extraño entretenimiento que consiste en estar a solas con la propia mente, encerrado en una habitación.
Este fin de semana me siento como Cercas, porque mi mujer se ha ido a la playa con los niños y yo me he puesto el pantalón del pijama, la camiseta, las zapatillas y me he encerrado frente al ordenador. Sólo saldré a comer y a dormir. El resto del tiempo estaré encadenado a la pantalla. Una novela a medias, dos relatos empezados, y este blog...

Publicaré uno de mis relatos en el próximo post.